El pez por su boca muere… y las aspiraciones presidenciales también.

A poco más de un mes para que los mexicanos elijamos a la primera presidenta de México, Xóchitl sigue menospreciando e insultando a sus posibles votantes, a quienes mediante majaderías pretende obligar a que le den el voto.

Y es que ese es el término: obligar. Y a fuerza, ni los zapatos entran.

La vimos llamando timoratos a los empresarios, la vimos llamando güeyes a los acapulqueños, la vimos diciéndole chimuelos a los adultos mayores.

Por medio del desprecio y del ninguneo su estrategia es presionar para que voten por ella. “Soy tu única salvadora”, parece ser el mensaje.

Hace años alguien me dijo: “Nadie te va a querer más que yo” y salí corriendo de esa relación, pues era un insulto más que un halago.

“Eres tan poca cosa que nadie te amará”, entendí y mejor puse distancia.

Valga la comparación con los insultos de Gálvez, que pretende tirarte al suelo para después levantarte porque ella es la heroína de la historia.

El pasado viernes, en su discurso frente a los banqueros en Acapulco, volvió a echar leña al fuego apedreando al gobierno de López Obrador y a la doctora Sheinbaum, humillando la inteligencia de los asistentes que aunque la vitorearon, conocen de sobra el obradorismo y como dijo Claudia, les “ha ido muy bien”

Como pelota de ping pong, el discurso de Xóchitl va de un lado a otro, de la ofensa, al ataque, al autoelogio.

También masculiniza su discurso. En forma inconsciente pensó que ser “machita” le daría fuerza y convicción, podría imponer respeto frente a una sociedad donde ha dominado por siglos el patriarcado. Pero fue una mala decisión. La vulgaridad no está de moda ni en los hombres (salvo en la cantina, pero ese es otro cantar).

Tampoco fue opción centrarse en el ataque permanente hacia Claudia Sheinbaum, que a seis semanas de la elección se ve cada vez más como una señora presidenta.

Y es que nunca lo supo, pero el problema no es el obradorismo, el problema no es la sociedad a quien constantemente regaña y humilla, mucho menos el problema es Claudia.

El mayor problema de Xóchitl se llama Xóchitl y se apellida Gálvez.

Xóchitl sabía que se enfrentaba a una sociedad que discrimina a los indígenas, a los adultos mayores, a las mujeres, a los que tienen preferencias sexuales distintas, a los discapacitados y a todo lo que no representa lo “nice”, lo próspero, lo bonito. Es imposible negarlo. El mexicano, o una buena parte de ellos, propagan el desprecio y se valen de él para ganar aplastando al contrario.

Y eso fue lo que Xóchitl adoptó como bandera de campaña: menospreciar para ganar. El resultado es que perdió.

La gente no quiere eso. No lo queremos.

Ya no es tiempo de reinventarse. Xóchitl fue ella, de carne y hueso, pero le faltó enfocarse a proponer, a enamorar al electorado. En las urnas se verá. Quienes fueron ninguneados pasarán la factura. Y quienes queremos que nos represente una mujer digna, preparada y con propuestas, sabemos que Xóchitl no es opción.