No debería parecer ingenuo esperar de la candidata presidencial oficialista una muestra de solidaridad con María Amparo Casar. Porque Claudia Sheinbaum dice enarbolar los valores de la izquierda, las libertades y el feminismo. Porque no puede ni debe preponderar la lealtad hacia el presidente de la República por encima de los principios básicos democráticos y republicanos. Menos como aspirante a la titularidad del ejecutivo federal.

Sheinbaum debería condenar el uso faccioso del aparato del Estado para amedrentar y hostigar ciudadanos; también tendría que manifestarse en contra de la inquisición y persecución de las voces críticas a la presidencia. Porque ni el despotismo ni la censura debieran ser banderas de su campaña. Más bien, lo que tendría que estar ofreciéndole a la ciudadanía es reconciliación y el cese inmediato a las arbitrariedades y la opresión imperantes durante esta recta final del obradorato.

Si Claudia optase por guardar silencio, como lo ha hecho frente a los cuestionamientos que ha venido haciendo su adversaria, estaría otorgando, concediendo.

Nadie con aspiraciones presidenciales puede solapar la divulgación ilegal de datos personales con fines intimidatorios desde el poder. Tampoco se puede ser permisivo ante los embates autoritarios de un gobierno intolerante y autocrático.

María Amparo Casar acaba de ser víctima de una administración que puja por instaurar un totalitarismo fascistoide.

La intolerancia que ha mostrado Andrés Manuel López Obrador contra esta ciudadana raya en lo dictatorial; pero también en lo demencial.

Y Claudia Sheinbaum no puede ser indiferente a este atropello.

Se ha transgredido, se ha excedido en demasía. El poder en esta ocasión ultrajo la memoria de un fallecido y atentó contra las libertades y derechos humanos de una mujer.

Por eso creo que Sheinbaum debe solidarizarse con María Amparo Casar. No hacerlo la hará parecer cómplice—en el mejor de los casos—; en el peor: una mujer subalterna a un tirano, que ha claudicado su feminismo, que se ha subrogado a la falocracia.