Cuando se graduó como diseñadora gráfico por la Ibero, mi prima Soledad tenía ante sí un futuro brillante: joven, talentosa, hermosa y laboralmente independiente ¿qué más se puede pedir a los 23 años de edad?. “La Negra”, como le decimos de cariño, se fue de la casa materna en Xalapa, Veracruz, la casa de la tía Marichú, su madre, a estudiar el último año de secundaria en la capital del país, y sólo regresaba por vacaciones, aunque cada vez menos, pues siempre fue una emprendedora y aprovechaba los días de descanso escolar para avanzar en sus proyectos.

En el primer año de la carrera, montó en su casa un estudio de diseño con dos computadoras y una impresora láser y comenzó a comercializar con sus compañeros de escuela y con sus conocidos, los conocimientos que adquiría en las aulas. Con un grupo de amigos, cuando estaba en el tercer año de la universidad, intentó crear una empresa, pero renunció a la idea por las dificultades propias que se presentan entre las amistades al momento de pasar lo que se conoce como “la prueba del trabajo”.

A los 18 años, por recomendación de su padre, el tío Salvador, que es un prestigiado médico neumólogo, había obtenido su Registro Federal de Contribuyentes, así que cuando empezó a ver que el trabajo se acumulaba, tuvo que irse a dar de alta en el Sistema de Administración Tributaria (SAT) como trabajadora independiente, o como profesionista, para resolver el problema de los pagos con empresas o particulares que le solicitaban que les emitiera una factura por sus servicios.

Como mi prima “La Negra” Soledad, hay en México alrededor de 14 millones de personas, la mayoría jóvenes de entre 21 y 35 años, registrados como trabajadores independientes. Quizá muchos de ellos, tenían empleo, la imagen de personas “de éxito” por ser independientes, es decir, por ser ellas sus propios jefes, y un “futuro brillante”, pero según me explica por videoconferencia, las cosas con la pandemia se han vuelto complicadamente terribles para este sector que, como las empresas, tampoco ha sido tomado en cuenta en los planes de “rescate económico” del gobierno federal.

Me explica la negra lo que llama “El calvario de los independientes”. Mira, me dice, tenemos por lo menos 50 días de estar encerrados sin producir, pero tenemos que seguir pagando renta, luz, agua, servicios e impuestos. “En ningún momento nos mencionan para los incentivos financieros, porque no somos considerados empresarios, y nuestro personal es tan cercano, la señora de la limpieza, un estudiante de diseño y un mensajero, en mi caso, que se nos parte el corazón ver lo que viven y seguimos pagando sus salarios, aunque no laboren”, me dice.

–Además, muchos de nosotros, (millennials y centennials) pertenecemos a organizaciones benéficas que nos llaman para pedirnos por favor que no los abandonemos.

La “Negra” Soledad apenas sobrevive en estos días, encerrada en su departamento de la colonia Doctores, de la Ciudad de México, porque las empresas para las que trabaja como “freelance” o por contratos que se renuevan trimestralmente, están cerradas o ya quebraron por la crisis económica. “La cosa se va a poner peor”, me dice mientras me comparte información del número más reciente de la revista The Economist, que pronostica que México será el país con el peor desempeño económico de América Latina durante la actual crisis y que cerraremos el año con un crecimiento negativo del Producto Interno Bruto del -9.5 por ciento. Si esas proyecciones se cumplen, el país perdería alrededor de 2.7 billones de pesos y al menos 2.1 millones de empleos.

No podía ser peor el panorama, me parece. Por eso resulta incomprensible la actitud del presidente Andrés Manuel López Obrador que literalmente ve la tempestad y no se hinca, y que está decidido a no cambiar de planes, como si la ruina futura del país le cayera como anillo al dedo. El presidente parte del error de creer que la crisis actual es la caída del modelo económico global que él llama “neoliberalismo” y que, en una de esas, la receta populista y estatista de la 4T se convierte en el nuevo paradigma global.

Nada más falso. La economía de mercado sigue vivita y coleando, y todas las naciones recurren a recetas “neoliberales” para tratar de salir de esta situación: contratación de deuda pública, apoyos fiscales a las empresas, créditos baratos para emprendedores. Nadie opta por la receta populista clientelar, y mucho menos por el estatismo, como lo está haciendo México. Hasta Nueva Zelanda, que ahora resulta que es “la inspiración” del morenismo, sabe que la salida a la crisis está en apoyar a las empresas y lo hace con 12 mil millones de dólares, y aquel país tiene apenas 5 millones de habitantes.

Pero el presidente es un obcecado, o nadie a su alrededor se atreve a decirle lo que está pasando en el mundo. Una y otra vez, como buen seguidor del llamado “rey” de los deportes, “batea” las recomendaciones del sector empresarial, para que salve el empleo salvando a las micro y pequeñas empresas que generan el 70 por ciento de los puestos de trabajo en el país, llegando al extremo de recomendarles, ya en más de una ocasión bastante molesto, que lean el artículo 25 constitucional.

No sé si los dirigentes del Consejo Coordinador Empresarial leyeron el texto recomendado por el presidente, pero lo que dice ahí es que la rectoría económica del país es responsabilidad del Estado y a menos que como Luis XIV López Obrador crea que “El Estado soy yo”, éste se integra no sólo por el gobierno, como quiere hacernos creer la “cuarta transformación”, sino también por su población. ¿Será acaso que el presidente se cree deveras un Mesías infalible? ¿O será que su apuesta es que puede controlar mejor un país en crisis y sin empleo, es decir, con una población pobre, que uno “neoliberal”, con clases medias fuertes, y con crecimiento económico?