Todo quedó listo en Francia para la segunda vuelta electoral el siete de mayo. Todo parece indicar que el liberal Emmanuel Macron será el próximo presidente el país galo pasando por encima de la derechista extrema Marine La Pen.

Pero lo más sobresaliente de los resultados de la primera vuelta, fue que los partidos tradicionales de gobierno, el republicano y el socialista, que llevan las riendas desde hace tres décadas, quedaron noqueados al primer round, dejando al electorado francés con dos opciones: la ultraderecha nacionalista representada por Marine Le Pen, o el socialismo liberal de Emmanuel Macron, que tiene una amplia experiencia en el sector bancario de Europa, y que renunció al gobierno de François Hollande para lanzarse con su propio partido En Marche!, que lo llevó a obtener casi 24 por ciento de los votos en la primera vuelta.

Y le bastó saberse ganador al filósofo Macron para arremeter en su primer discurso contra los partidos tradicionales y prometer una reconciliación de todos los franceses con el apoyo incondicional a los que menos tienen.

El argumento central del casi presidente, propone conciliar los valores de liberalismo económico, de la integración mundial y de los acuerdos de libre comercio, con la solidaridad y el apoyo a quienes lo necesiten.

Francia dio un rotundo no a la extrema derecha, a un partido que siempre se ha caracterizado por la homofobia y el racismo. Definitivamente no quieren a un alumno de Trump en su país. Le Pen se ha declarado siempre en contra de la globalización

Y después de revisar los avatares políticos de los franceses surgen de inmediato dos preguntas:

¿Sería positivo para México implementar una segunda vuelta electoral?

Y segunda:

¿Está preparada nuestra democracia para manejarla?

Un grupo de senadores panistas propuso en noviembre del año pasado una iniciativa formal para la segunda vuelta. Si un candidato no obtuviera el 40 por ciento de los votos en la primera, se iría a la segunda con los dos mejor posicionados.

Bajo ese modelo, las últimas elecciones se hubieran ido necesariamente a la segunda vuelta, porque ni Peña Nieto, ni Calderón ni Fox, obtuvieron más del 40 por ciento.

La segunda ronda de elecciones tendría un alto costo, nuevas campañas, nuevos enfoques, más golpeteo y más guerra sucia. Los dos finalistas se darían con todo y acusarían al rival hasta de haber matado al mar muerto. 

Otra duda: ¿Aceptarían los candidatos mexicanos el resultado de la primera vuelta, o nos sumergiríamos en un océano de impugnaciones y duplicaríamos los conflictos postelectorales? 

Bastante costoso y complejo es organizar una elección federal para hacerlo dos veces, pero quizá sería una muestra de la democracia a la que aspiramos todos y que nos acercaría a las del primer mundo.