Cuando Johannes Gutenberg inventó la imprenta, hacia 1440, se dio uno de los pasos más trascendentes para el desarrollo de la cultura: la capacidad de comunicar, por un medio impreso, el conocimiento humano acumulado durante siglos. Claro, en esa época quienes sabían leer y escribir, o solo leer, eran muy pocos. Pero es obvio que, en la medida que aumentó el porcentaje de la población que supo leer y escribir, el conocimiento dejó de estar en manos de unos pocos para masificarse a todo el público.

El mismo sentido tuvieron los medios de comunicación: informar al grueso de la población lo que ocurría, y mientras mejor fuera la información dada, y más cercana a la verdad, mayor capacidad tenía la población de informarse, por un lado, y tener la capacidad de usar la información para manejarse en su vida: desde el cómo va a estar el tiempo el día de mañana, las rutas de tránsito por las cuales me muevo, si aumentó tal o cual impuesto, en dónde tengo la posibilidad de comprar mejor lo que voy a consumir, hasta cuáles han sido las decisiones tomadas por los distintos actores políticos. Mientras mejor y más veraz información me den los medios de comunicación, más informado voy a estar y mejores decisiones podré tomar con esa información.

Tal ha sido el grado de importancia de los medios de comunicación en la vida cotidiana, que se les ha llamado el “cuarto poder”: pueden influenciar nuestras decisiones, lo que comemos, lo que vestimos, lo que pensamos, y hasta por quién votamos.

Los medios de comunicación han cumplido, hasta ahora, dicha misión, la de informar con datos precisos y exactos, y no solo con lo que “dicen que se dijo”, e incluso haciendo un juicio de valor solo “porque yo creo que es así”.

Esa premisa, tan básica para determinar quién me miente o dice la verdad cuando me quiero informar de algo, es lo que se ha puesto en entredicho, cuestionado, en los actuales momentos, especialmente a través de las llamadas redes sociales y plataformas digitales: basta que usted vaya a Youtube y busque la palabra “tutorial” (que le cuenten cómo proceder en lo que usted no sabe hacer), para poder acceder a una lista innumerable de opiniones de dizque “conocedores” o “expertos”, pero no sabe si esas personas le están contando algo verdadero o falso.

Peor es cuando usted ve a alguien por algún medio de comunicación, y este dizque “experto” está hable y hable duro, sin contenido, sin sustancia. A estos personajes el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia de la Lengua, ha definido como “charlatanes”: “que habla mucho y sin sustancia”. A usted le podrán hablar mucho y con frases que usted crea que son correctas, aunque tenga la duda, pero si no hay contenido, si la información no es buena o no la hay, ¿cómo asegurarme que lo que creo que me informa me permita tener mejores herramientas para mejores decisiones?

De charlatanes están abusando muchas personalidades que sólo tienen opiniones, pero no contenido: usted vea los casos de Chumel Torres, o el llamado “Callo de Hacha”, quienes se destacan por dar su opinión, pero sin mayor información que contraste, o que tenga un contenido que vaya poco mas allá del “esto creo yo”. Se trata de personajes que aplican histrionismo, dicen dos o tres cosas que cualquiera de nosotros pensaría que son así, pero rara vez lo contrastan con un dato duro, con información proveniente de una investigación seria.

Es verdad: sobre todo en la época que vivimos, la democratización de los diversos medios de comunicación permite que cualquiera, desde su celular o con dos o tres computadoras pueda lanzarse a emitir su opinión sobre “x” o “y” tema. Pero, en épocas de fake news, el elemento esencial de responsabilidad en lo que se dice, y en el contenido de aquello, es la que va a destacar la mejor calidad de la información que recibo.

Hacia los siglos XVI al XVII, los viajeros frecuentaban posadas, hosterías y fondas. Se decía entonces que los dueños de estos establecimientos engañaban a sus clientes viajeros, que solo estaban en la ciudad por un corto tiempo, dándoles carne de menor calidad a la que ofrecían a los residentes. Para evitar que les engañaran así, decían un conjuro: “Si eres cabrito, mantente frito, si eres gato, salta al plato“, porque una liebre y un conejo descuerados se ven prácticamente iguales, pero en su carnita se va a ver cuál es cuál. De ahí viene el dicho “que no te pasen gato por liebre”.

Por eso la importancia de que la información que uno reciba, ya sea de los medios de información tradicionales (televisión, prensa escrita, radio, etc.), o por medios digitales alternativos, evite que aquellos charlatanes nos sigan diciendo algo que en realidad no es verdad, o sea solo su opinión sin fundamentos. Pues, en la comida como en la información, lo mejor es evitar que nos sigan pasando “gato por liebre”.

Fuentes consultadas:

1.- Burke, James y Ornstein, Robert, Del Hacha al Chip. Cómo la tecnología cambia nuestras mentes, Barcelona, Planeta, 2001, pp. 151-152.

2.- Zazone, Valerio, voz “Cuarto poder”, en Norberto Bobbio, Nicola Matteucci y Gianfranco Pasquino, Diccionario de Política. Tomo I, 7a. ed., México, Siglo XXI Editores, 1991, pp. 395-396.

3.- https://www.youtube.com/results?search_query=tutorial

4.- https://dle.rae.es/srv/search?m=30&w=charlat%C3%A1n

5.- https://chefalejandrocuellar.wordpress.com/2012/05/18/gato-por-liebre/