Ahora resulta que hablar mal y de lo poco saludables que son los refrescos de cola es un “sesgo ideológico”. ¡Cómo nos encantan los eufemismos! Nos da pánico decirle a las cosas por su nombre. Nos hemos acostumbrado tanto a la hipocresía que ya podemos refugiarnos en un concepto sociológico: “Lo políticamente correcto”. Este concepto creado para no ser insensibles frente a situaciones de grupos vulnerables o minorías, ahora sirve en realidad para ajustarse a convenciones, para uniformarnos, para no ser el negrito en el arroz, para no ser la oveja negra (dos frases además racistas), en fin para ser tan elegantes cuando disentimos que terminamos por construir un discurso inentendible que no deja ver claramente una postura opuesta al discurso dominante.
Los políticos se especializan en ello, pero otros grupos de poder no se quedan atrás. Ahora los dirigentes de compañías refresqueras están que trinan contra el subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, Hugo López-Gatell, por llamar a los refrescos veneno embotellado.
Seamos sinceros, la única ocasión en que escuché que se le podía dar un uso curativo a una Coca-Cola, en boca de un médico por cierto, fue cuando dijo que si se tomaba a cucharadas con intervalos de 10 a 15 minutos, podía detener el vómito. Nunca lo probé, así que no me consta.
Y todos los que hemos tenido alguna vez o tenemos el gusto por lo que los ochenteros izquierdosos llamábamos “las aguas negras del imperialismo”, sabemos que los refrescos de cola y cualquier otra bebida gaseosa son nocivas para la salud. Quienes padecemos sobrepeso, dejar estos hábitos es la perorata que nos receta cada médico que visitamos, no importa si nuestro padecimiento es una gripe, una gastroenteritis, un dolor muscular o un empacho, absolutamente todos los médicos nos exigen bajar de peso, y lo hacen aun aquellos que están gordos, que también los hay. Se ve mal, pero es su obligación decirnos lo que debemos hacer y no que hagamos lo mismo que ellos. Pero para ser honestos, seguramente es el gremio en el que menos obesidad hay.
Hace muchos años trabajé en la Facultad de Medicina de la UNAM, en el área de Ciencias Sociales y Salud. En una conferencia, un médico nos hablaba del pésimo hábito de consumir frituras embolsadas. No nos lo dijo tal cual, pero casi, que éramos unos burros, no sólo pagábamos una fortuna por cada kilo de esas papas —si cada bolsa de 67 gramos cuesta 15 pesos, el kilo nos costaría 224, cuando un kilo de papa cuesta alrededor de 25 pesos— sino que además la publicidad se burlaba de nuestra ignorancia en nuestra propia cara, nos retaba “a qué no puedes comer sólo una” y era literal porque la sal y otros químicos que contienen las famosas papitas nos genera el deseo de comer más. Ahora ya casi nadie hace esa conversión porque, como dice mi hijo Eduardo, “el que convierte no se divierte”, así que preferimos ignorar esa realidad.
En resumen, que la comida chatarra es pésima para la salud, es un hecho; que somos un país de gordos, es otro; que la obesidad ha disparado la diabetes y con ello el gasto del sector salud, es uno más. Con la aparición del Covid-19 el destino nos está cobrando esos gustos pasados, pues las comorbilidades —especialmente la diabetes y la hipertensión— elevaron los decesos.
Este panorama de la morbilidad en México es algo que López-Gatell no puede cambiar de un día para otro. Es más, los que están confinados se pertrecharon bien de refrescos y botanitas para no aburrirse. Que no se hagan los ofendidos los empresarios.
El asunto verdaderamente grave es que no se hacen los ofendidos y las cortan con López-Gatell, no son secundarianos, sino grupos empresariales sumamente poderosos que ya le están echando encima la caballería al subsecretario y al gobierno. Doblaron a la administración de Peña Nieto cuando quiso poner en marcha los “Lineamientos generales para el expendio y distribución de alimentos preparados y procesados en las escuelas del sistema educativo nacional”, emanados de la Reforma Educativa. Los empresarios mostraron sus adineradas fauces y los lineamientos se aligeraron para que cada estado interpretara a su modo los dichosos lineamientos, pero nada de prohibir la venta de comida chatarra.
Son los mismos que han invertido cantidades millonarias para evitar el etiquetado frontal claro y transparente que advierta al consumidor sobre los riesgos de esos productos en la salud. Son ellos los que ahora al ver amenazados sus intereses están generando una campaña, no para defender sus productos, porque son indefendibles, sino para cuestionar el manejo de la pandemia por parte del secretario de Salud y de su subsecretario. El objetivo es quitarlos del camino. Confiemos en que no lo logren, que se haga realidad el etiquetado frontal y que vayamos dejando estas adicciones, empezando por identificar la influencia nociva de la publicidad sobre nosotros para llevarnos al consumo de varios venenos embotellados o embolsados.
Tacón alto
Esperamos una decisión de la Suprema Corte de Justicia de la Nación a la altura de un país que se precie de respetar los derechos de las mujeres en lo que se refiere a decidir sobre su propio cuerpo.
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