No me había tocado vivir en el país un ambiente tan politizado como el que ahora experimentamos, a raíz de la victoria estruendosa de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), como futuro presidente de México. El ambiente es tan denso y cargado de tantas percepciones y emociones sociales encontradas que, prácticamente, se pueden ver flotar en el medio. Las descalificaciones son el pan nuestro de cada día; las opiniones se han dividido en sus opuestos: o estás a favor de la “cuarta transformación” (lo que se quiera entender por ello) o estás en su contra. No hay puntos medios. Se cree, o no, en AMLO; se está, o no, de acuerdo en las decisiones y en las consultas populares realizadas (y por realizar). Esta dicotomía no acepta puntos medios, no permite que se esté en desacuerdo en algunas de las decisiones del futuro presidente. La cuarta transformación pide la entrega total a sus seguidores, con una fe ciega, que se asemeja a las religiones.

Como diría mi abuelita hace 50 años: “no me hablen mal de la iglesia, pues no les voy a creer nada”. Eso mismo pasa con la cuarta transformación, cuyos seguidores son verdaderos creyentes de la homilía lopezobradorista. Por ello, AMLO está completamente seguro de que sus consultas siempre le darán la razón; sin importar si sus argumentos son, o no, fallidos, ni si las consecuencias de sus decisiones puedan ser negativas para el país. Estos son los dos casos recientes de cancelar las obras iniciadas del aeropuerto de Texcoco (NAIM) y las de anunciar recortes importantes en los montos de las comisiones bancarias, que han tenido conjuntamente un triple impacto en las finanzas del país: una devaluación del 10% del peso frente al dólar, una caída importante de la bolsa mexicana de valores y el retiro de grandes capitales del país. Se dice que dichas pérdidas son tan grandes que con ellas se hubiera pagado el costo total del NAIM; cierto, o no, estas decisiones apresuradas le han salido caro al país. Sin embargo, los creyentes de la cuarta transformación justifican estas pérdidas, enormes para un país en vías de desarrollo, argumentando el valor político que gana el nuevo gobierno al imponer sus condiciones a los capitales nacional y extranjero.

Traigo esto a colación debido a que una gran masa de mexicanos, a favor y en contra del movimiento morenista, empiezan a mostrar lo que en psicología se conoce como sesgo cognitivo, que no es otra cosa que tomar una postura acerca de la realidad de manera apresurada, sin haberla analizado lo suficiente como para hacer un balance mesurado y razonado. En estas condiciones la realidad se percibe distorsionada y se da como un hecho de que así es, razón por la cual no se toman buenas decisiones.

Este fenómeno lo aprecio con mucha claridad en la posible desaparición del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INNE) y en la cancelación de su autonomía, que han anunciado AMLO y algunos legisladores de MORENA. A partir del primero de julio, el INEE ha sido sometido a severas críticas y, en la práctica, a un linchamiento político en las redes sociales y en algunos medios de comunicación. Se le critica duramente por haber sido parte de la reforma educativa de 2013 y por haber acompañado a la SEP en la evaluación de los docentes; como si estas dos condiciones se hubieran podido evitar. Ello, con independencia de todas las críticas que técnicamente se le pudieran hacer al INEE por el trabajo realizado; que, por cierto, las que se han hecho en los medios de comunicación tienen más un tiente ideológico que académico. Pero como se dijo anteriormente, el sesgo cognitivo con el que se le juzga a esta institución autónoma (que representa un referente positivo para los países iberoamericanos), no permite otra cosa que condenarlo a su cancelación o, en el mejor de los casos, a la pérdida de su autonomía (ya sea normativamente o por la vía de los hechos).

No me queda la menor duda de que con el tiempo, una vez que los ánimos estén más serenos y que desparezca el ambiente de linchamiento político, también se desvanecerán los juicios y las decisiones con un alto grado de sesgo cognitivo. Por lo pronto, solo nos queda reconocer esta condición social que estamos experimentando, que para muchos de nosotros era desconocida.

**El autor es Presidente del Consejo Directivo de Métrica Educativa, A.C.

 y Expresidente de la Junta de Gobierno del INEE