Fue muy amigo mío. Le tuve aprecio desde antes de su arribo como alcalde de Guadalajara. Venía una vez al mes a Monterrey, se hospedaba en mi casa y luego nos íbamos a echar la copa por ahí, junto con amigos como Félix Coronado. Era galán, muy carismático, pero ingenuo. Se pasaba de inocente. En mi casa le hizo una entrevista muy reveladora Ramón Alberto Garza.
Luego buscó Aristóteles ser gobernador de Jalisco. Se había curtido en las lides estudiantiles de la Universidad de Guadalajara que manejaba Raúl Padilla: ahí conoció a su amigo/enemigo Enrique Alfaro. A diferencia de Alfaro, que es atrabancado y rudo, Aristoteles era un hombre ecuánime, con quien podías llegar rápidamente a acuerdos.
Aristóteles ganó por amplio margen la gubernatura de Jalisco con la marca PRI en un estado donde ganaba siempre la marca PAN. No fue mérito menor. Pero le dejaron una herencia de muerte: el narcotráfico.
“Pídeme lo que quieras Eloy. Cualquier cosa”. Y yo le regresaba la gentileza: “nada, hombre, nada, yo ya tengo mi vida estable; además no soy tapatío; a mi la política no me interesa, ni le tengo respeto a los políticos como tú, aunque seas mi amigo”. Y soltaba la carcajada. En efecto, nunca le pedí nada, más que leer la biblioteca de incunables del Arzobispo Juan Sandoval Íñiguez, tío suyo. Así se blindó nuestra amistad.
Una vez, ya casado Aristóteles, se enamoró de una amiga mía en Monterrey, Christian Flores. Se hicieron amantes. Fue una situación incómoda, muy desagradable. Yo quedé en medio de los dos bandos.
Tuvieron un hijo. Me pidió Aristóteles que lo acompañara en un viaje clandestino al Doctor Hospital de Monterrey, para conocer al recién nacido. Acunó al menor en sus manos, lloró con él y nos fuimos. “Está hermoso, ¿verdad? Se parece a mi, ¿verdad? Los hago con toda la mano, ¿verdad?”
Yo callaba, hasta que estallé: “Eso no se hace, ¡carajo!” Aguantó estoico mi sermón todo el camino de regreso a Guadalajara. “Tú y mi amiga pueden amarse, pelearse, desgreñarse o lo que quieran, pero no jueguen con la vida de una criatura”. Al final reconoció legalmente al niño, pero el daño moral ya estaba hecho.
Por ese motivo dejé de hablarle un par de años a Aristóteles. A veces me buscaba. “Ándale, Eloy, tu eres mi único amigo. Estoy en un circo romano. Ya sabes cómo es la política de ingrata”. Yo le contestaba: “con los niños no se juega”.
Hoy amanecí con la triste noticia de que Aristóteles Sandoval fue asesinado en Puerto Vallarta. A tiros, por la espalda. No merecía este desenlace. Nadie se merece este final. Dios lo haya perdonado para que pueda descansar en Paz.
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