Polarización 

La polarización es el salvavidas momentáneo de una clase política en permanente decadencia. Permite reorientar las miradas, la conversación y, sobre todo, la energía de la población. De exigir resultados, la ciudadanía pasa a enfrascarse en peleas y debates entre sus semejantes. Cada vez más, distintos sectores sociales tienen un común denominador: se sienten agraviados, pero a su vez, se mantiene una lucha respecto a qué agravio es prioritario frente al otro.

Si bien este fenómeno no es exclusivo de México, es posible ver cómo en nuestro país crece y es estimulado por los liderazgos políticos: desde aquellos que detentan el poder hasta la disminuida oposición. Todos sin advertir que una de las consecuencias de esta nueva dinámica es el debilitamiento del régimen democrático.

En su más reciente libro, “Identidad. La demanda de dignidad y las políticas de resentimiento” Francis Fukuyama argumenta, desde un enfoque hegeliano, que la distorsión en la construcción de la identidad de los individuos es la responsable de dicho fenómeno.

Advierte que el ensanchamiento de la brecha de desigualdad derivado de las recesiones económicas en las últimas dos décadas y la disrupción tecnológica han modificado de manera perjudicial la forma en que el individuo se concibe a sí mismo y cómo, bajo esa imagen equivocada, busca insertarse en la comunidad.

El resultado, dice el politólogo estadounidense neoconservador, es una visión radicalizada en donde el “yo interno” es más valioso que el “yo externo”, provocando la división de las sociedades en grupos cada vez más pequeños y egoístas, que, a partir del nuevo ecosistema de medios digital, logran vincularse y establecer una plataforma mínima para alzar la voz y exigir a su vez el reconocimiento de la ofensa que padecen frente al otro.

Ante este panorama, dice Fukuyama, la izquierda se ha concentrado menos en generar una igualdad económica y más en promover los intereses de una amplia variedad de grupos percibidos como marginados: negros, inmigrantes, mujeres, hispanos, la comunidad LGBTTT, refugiados y otros. Mientras tanto, la derecha se redefine como patriotas que buscan proteger la identidad nacional tradicional, una identidad que a menudo está explícitamente relacionada con la raza, el origen étnico o la religión.

Sin embargo y por las características de la sociedad mexicana en donde a diferencia de la estadounidense no hay un piso mínimo de Estado de bienestar que permita, una vez cubiertas las necesidades primordiales de la población, enarbolar la lucha por derechos de cuarta generación, la fragmentación social guarda sus propias particularidades.

Sin dejar de lado la lógica de que las recesiones económicas han incentivado las recesiones democráticas a consecuencia de un malestar generalizado, en nuestro país es posible ver una lucha encarnizada entre pequeños grupos que exigen se prioricen sus necesidades frente al otro. Es el “yo interno” sobrevalorado que a través de agendas legítimas, pero en extremo delimitadas, busca imponer sus demandas por encima de los demás.

El dolor y las exigencias 

La razón le asiste tanto a los padres de los niños con cáncer que siguen sin recibir medicamentos, como a los empresarios que buscan sobrevivir sin un estímulo económico en medio de una crisis sanitaria global. También a los familiares de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa, a los 19 migrantes calcinados recientemente en Tamaulipas, así como a las miles de familias que denuncian a diario la violación, desaparición y asesinato de sus hijas, hermanas o madres.

Conviven en la arena pública el dolor y las exigencias atomizadas. Las víctimas de una negligente política para contener la pandemia ganan espacio frente a los millones de menores de edad que padecen el desprecio institucional y quienes vivirán con las consecuencias de abandonar el sistema escolar.

Sería imposible mencionar a todas las agendas, pero incluso las exigencias retratan el grado de ofensas recibidas: mujeres que cansadas de los canales institucionales cambian la demanda de justicia por picos y palas para ellas mismas hurgar en la tierra con la esperanza de encontrar a sus familiares víctimas de una violencia entre cárteles que prevalece.

¿Cuál debe atenderse primero?

El Estado debería decidir, pero parece no querer hacerlo porque ello implica empezar a discriminar para actuar y el costo político no lo piensan asumir. Lo funcional en términos inmediatos es alimentar al mounstruo de la polarización.

Pero sería injusto decir que todos estos grupos agraviados nacieron durante esta administración. De hecho, Andrés Manuel López Obrador es Presidente gracias a ese mismo sentimiento. Su llegada al poder es percibida por muchos, atinadamente o no, como una reivindicación de los sectores humillados históricamente.

En vísperas de las elecciones intermedias del 2021, uno de los datos que la comentocracia no logra digerir es cómo aun con el fracaso que ha significado su gobierno, AMLO mantiene un 60% de aprobación.

Una hipótesis es que a la mayoría de los mexicanos, aun divididos a partir de agendas que chocan y reconociéndose algunos de ellos como víctimas de esta administración, les parece menos ofensivo, que uno de los “suyos” desbarate el país y no un grupo de individuos de una clase social y política a los que --la mayoría-- identifica como los responsables de su desgracia.

Bajo esta dinámica, la lucha por el poder que se avecina no representará una evaluación a la gestión de AMLO porque si así fuera el Gobierno estaría reprobado. 

Sino que los términos de la guerra electoral se darán en función de ¿qué agraviados se imponen a otros?, ¿los que apenas llevan 3 años padeciendo las políticas erráticas de la actual administración o los que mantienen décadas invisibilizados? 

Tema aparte es cómo AMLO abusa del blindaje del que todavía goza.