No se si podamos ser el “dique contra el coronavirus” que el presidente López Obrador asegura que son las familias mexicanas, pero mi familia es de esas arraigadas en la más fuerte tradición provinciana, que se preparó durante muchas generaciones para los peores escenarios del mundo como se hacía a la antigüita, garantizando que hubiera entre nosotros al menos un maestro, un médico, un soldado y un cura.

¿Qué puede pasar en la vida que no lo arregle uno de esos profesionistas, un guia espiritual cercano, o mejor, parte de la familia?. Por eso es que tengo una tía maestra, la querida tía Paquita, que me enseñó a leer desde los cuatro años de edad, y el tío Rommel que conoce tan bien mis achaques y los de mi gordo, que nos receta por teléfono cuando tenemos rinitis alérgica o alguna infección estomacal.

Lo del cura no se le hizo a la generación de los hermanos de mis padres, pero sí tuve un primo que estudió en el Seminario Mayor. Pintaba para santo, pero cuando iba a recibir los hábitos, se arrepintió por una tabasqueña ojiverde de Teapa. La decepción fue tal e impactó tanto en la familia, que muchos dejaron de ir a misas y quizá por eso ahora abundan primos y primas cristianos y evangélicos que se la pasan invitando a orar, a ir de retiros y a pagar diezmos en sus “congregaciones”.

Lo que yo nunca supe fue que tuviéramos un soldado en la familia. Me enteré ahora que estoy en cuarentena, cuando revisando álbumes de fotos antiguas, me encontré con la fotografía de un gallardo jinete con uniforme militar que me aclara la abuela es el hijo mayor de la primera familia de mi tío Juan Nepomuceno. Localizarlo no fue fácil, porque ahora que el coronavirus prepara su golpe decisivo contra el país y luego de muchas semanas de que se lo tomaron a risa, hay una estrategia en marcha del gobierno federal para que los militares se ubiquen al frente de los 10 hospitales identificados con capacidad para recibir a los contagiados.

Mi primo dice que me conoció de pequeña, yo francamente no lo recuerdo. Pero lo que me asombra, más que los recuerdos familiares que él trae frescos en la memoria, es su capacidad para leer el papel del ejército mexicano en la coyuntura de emergencia sanitaria que estamos viviendo, esto sin dejar de lado lo que caracteriza a un militar, su disciplina y su lealtad a sus jefes y a la institución.

Así que el soldado de la familia piensa que la estrategia de poner a la SEDENA al frente de los hospitales no es otra cosa más que la construcción del “chivo expiatorio” que habrá de pagar el costo político que el gobierno del presidente López Obrador no piensa pagar, por su pésimo manejo de la emergencia sanitaria que estamos enfrentando. “Mi general secretario de la Defensa, me dice el primo, como hombre de caballería, sabe que lo que López Obrador le está pidiendo es que cargue contra un enemigo al cual no se le enfrenta de esa manera, pero la lealtad de nuestras fuerzas armadas está hecha bajo la premisa que La Patria es primero”.

No podía permitir que si la familia propició durante dos generaciones al menos tener un soldado en la familia, me perdiera yo una opinión experta. Así que seguí escuchándolo: “En su visión limitada y sin bagaje militar, prima, Lopez Obrador le esta pidiendo a mi general Secretario que cumplamos órdenes como le hicieron en su momento a la caballería polaca en 1939, cuando la mandaron a cargar contra el ejercito alemán. Los dragones de la Brigada de Caballería Pomorska con lanzas cargaron heroicamente contra la 20 División de Infantería Motorizada alemana. Combatieron con fiereza, pero al final la caballería polaca sucumbió valientemente”.

“¿Sabrá mi general Secretario con cuántos respiradores contamos para esta última carga de caballería? ¿Cinco mil? Ahora el presidente le va a pasar a él y al Ejército el costo social de decidir quiénes van a vivir y quiénes van a morir, porque así será, no tendrán otra opción las unidades de sanidad militar”.

Es aquí donde mi primo se emociona: “Para eso fuimos formados y mi general Secretario lo sabe, porque cabalgamos con Audomaro y con él, para conducir a la batalla a soldados, sabiendo que estos pueden morir; pero para lo que no fuimos formados es para decidir sobre la vida de los civiles. Esa es responsabilidad de otros, pero como no van a dar el paso al frente, los que nos formamos en el Escuadrón Ignacio Allende nos pondremos en primera línea, ahora sí que Por el Honor de México y porque ser de caballería es nacer, vivir y morir siempre de caballería”.

Lo que el militar de la segunda generación de los Martínez de Tepetitán, Macuspana, me dice es que ante una pandemia como la que estamos viviendo, como decía Bodelaire “La verdadera trampa del diablo consiste en hacernos creer que el diablo no existe”. “Por eso acá no olvidamos el 68, cuando los gobernantes le dejaron todo el costo político de lo sucedido al Ejército”.

Espero, me dice antes de colgar, que no nos vayan a pedir maquillar cifras o hacer actas de defunción a modo para disfrazar la realidad, porque así al final no vamos a poder decir que “las fuerzas armas del supremo gobierno se han cubierto de gloria”. Mi primo ya está en batalla, como en la Angostura 1847 o en Apizaco en 1920, formando la línea con disciplina, lo veo apesumbrado porque si todo sigue como va, a él, a sus compañeros y al secretario de la Defensa, les ocurrirá lo de la Brigada Pomorska.

PD. Faltó preguntarle del gesto humanitario en Badiraguato. ¿El presidente estuvo en peligro? Será interesante saber.