Las mujeres tenemos la culpa de lo que nos pasa. Por ser como sea que seamos y por pensar lo que sea que pensemos. Por nuestro nombre, el color de nuestra piel, el peso y el físico que tenemos, la nacionalidad que ostentamos o si decidimos migrar. Nuestro nivel de estudios y la profesión u oficio que ejercemos.

Las mujeres morimos a manos de quienes dicen amarnos, quienes después de nuestra muerte resultan ser buenos hijos, padres ejemplares, increíbles estudiantes, profesionistas de éxito, profesores intachables, activistas de lucha, empresarios respetables y políticos de amplia trayectoria.

Las mujeres morimos, no nos matan. No nos arrancan los sueños. No son nuestras madres, hermanas, amigas o hijas quienes buscan justicia en medio del dolor, entre la pena de perdernos y el miedo de ser las siguientes en morir. De la nada y por nada. Por ser mujeres que bajo la lógica de medios e instituciones eso somos: nada.

La Procuraduría General de Justicia no ejerció violencia institucional contra Lesvy Osorio, la joven de quien a tres días de ser encontrada muerta en el campus de la Universidad Nacional Autónoma de México conocemos datos irrelevantes como su trayectoria escolar o cómo ejercía su derecho a la recreación. No, fue un “grave error” de comunicación que no amerita ofrecer una disculpa pública. Solo borrar los tuits y ya. No pasó nada.

Vienen a mi memoria los nombres de Mile Virginia Martín y Stephanie Magón Ramírez, de quienes también se filtraron datos irrelevantes y a la fecha sus casos no se han resuelto. Sabemos que murieron y ya. Se lo merecían y ellas se lo buscaron porque en la Ciudad de México no se asesina a ninguna mujer, aquí se aplican políticas públicas de prevención con enfoque de género ¿acaso no vemos todo pintado de rosa?

En la UNAM tampoco se ejerce violencia contra las mujeres. Ni en sus espacios abiertos ni en las aulas o sus canales de comunicación. No fue en su estación de radio que escuchamos a Marcelino Perelló minimizar una violación y decir que las mujeres solo disfrutamos del sexo cuando somos sometidas contra nuestra voluntad. Tampoco imparte clases Alberto del León Leal en la Facultad de Filosofía y Letras, quien al llamar “feminazis” a estudiantes minimizó el llamado regional contra todas las formas de violencia machista.

No. En cada uno de los espacios de la UNAM, excepto los que mantienen “grupos anti sistémicos”, se respeta a las mujeres como los seres humanos que aspiramos a ser. No fue en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales donde se invitó a las alumnas a presentar ante los órganos universitarios correspondientes denuncias por acoso u hostigamiento sexual antes que divulgar en redes sociales el nombre del profesor de Ciencias de la Comunicación que las agredió.

Dicen que una mentira repetida mil veces se convierte en realidad. Tal vez sea mi generación o las inmediatas las que estamos rompiendo esa creencia, caminando juntas, des-aprendiendo. Cada vez alzamos más la voz contra acciones que lastiman la dignidad de otras mujeres, de otras como cualquiera de nosotras. Cada vez abrimos más nuestra historia de vida para vernos reflejada en otra, en ella a quien también le ocurrió algo similar. Cada vez confiamos menos en las instituciones que miran a otro lado mientras nos agreden, nos violentan, nos criminalizan, nos desaparecen, nos golpean y nos matan.