Las facultades de supervisión del Congreso y las leyes de transparencia de los Estados Unidos empiezan a construir el patíbulo donde el legado de Barack Obama rodará por los suelos. Diversos Comités de ambas cámaras están convergiendo en sus investigaciones y poniendo al descubierto un escándalo de abuso de poder y conductas criminales mucho más graves que el mundialmente famoso escándalo de Watergate.
El Obamagate deja ver a Watergate, a Richard Nixon y su equipo de ‘plomeros’, como niños de kínder. Obama no contrató particulares (ex-agentes) para espiar a Trump, como hizo Nixon, sino que toleró y ayudó a encubrir actividades de sus altos funcionarios del FBI a sabiendas de que actuaban ilícitamente para tratar de amarrar el resultado de la elección de 2016.
Ayer (día 7 de febrero) se publicó un informe preliminar del Comité de Homeland Security. Con éste son ya tres documentos originados en Comités del Congreso de ese país, en cumplimiento de sus obligaciones de supervisión del correcto cumplimiento de las leyes, que apuntan hacia una misma conclusión inescapable: Obama dejó correr —y la Sra. Hillary Clinton de plano propició— conductas delictivas entre altos funcionarios del Departamento de Justicia (Procuraduría) y el FBI (Agencia Federal de Investigaciones Criminales).
Los hechos y actos ilegales descubiertos por las investigaciones en el Congreso tuvieron dos grandes propósitos principales: primero, influir en el resultado de la elección a favor de la Sra. Clinton; y después de su derrota, tratar de remover al Presidente Donald Trump acusándolo de haberse coludido con el Gobierno ruso. Cabe advertir, sin embargo, que el supuesto agente Carter Page, no ha sido siquiera acusado. Sin delito, no hay colusión posible.
Los informes oficiales que apuntan hacia el involucramiento de Barack Obama y la Sra. Hillary Clinton—y muestran a Donald Trump, actual Presidente, como una víctima de sus maquinaciones— se han elaborado en tres lugares distintos: el Comité de Inteligencia presidido por el congresista David Nunes, el Comité Judicial del Senado, presidido por el Senador Grassley y ahora el Comité de “Homeland Security” (Seguridad de la patria) presidida por el Senador Ron Johnson. Entre los tres informes se integra una secuencia histórica coincidente y difícil de desmentir ya que se basa en documentos provenientes del Departamento de Justicia y del FBI, o como en el caso del memorándum de Nunes, de las actuaciones ante la Corte FISA donde con engaños el FBI solicitó permiso especial para espiar a un ciudadano norteamericano.
En este último caso, tratándose del requisito constitucional para acreditar la existencia de “probable cause” o causa probable, las autoridades solicitantes ocurren sin adversario, y deben manifestar toda la verdad, sin omitir dato alguno que favorezca al investigado o desvirtúe la información como producto de parte interesada. Omitir esos datos es lo que hizo el FBI al esconder que el dossier sobre Rusia había sido pagado por los demócratas y el comité de campaña de la Sra. Clinton. Sin el expediente de Rusia, no se hubiera concedido la orden del juez. Mentir ocultando es delito.
Los congresistas Nunes, Grassley y Johnson traen las pruebas en la mano de todo eso, aunque la prensa liberal norteamericana en su mayor parte se la pase tratando de ignorar o reducir su importancia. Los documentos tienen citas pormenorizadas de docenas y docenas de documentos oficiales. Si acaso el congresista y los senadores se habían tardado en armar sus informes es porque los tres comités encontraron resistencia a que los documentos requeridos les fueran entregados. A la fecha aún hay cerca de una treintena de documentos que no les han sido entregados.
El documento que ya no puede ser combatido por la prensa norteamericana liberal es el publicado hoy por el Senador Ron Johnson. Se puede decir que engloba las anteriores narrativas aunque las otras contengan detalles no incluidos en este otro dictamen posterior. El Senador Johnson no buscó comparecencias que generaran escándalo. Simplemente como diríamos nosotros se basó en el poder de “papelito habla.”
La secuencia que podemos armar empieza desde “Fast and Furious”, cuando el fallido proyecto del Procurador Holden empujó al Gobierno a amordazar a la oficina del Inspector General, Michael Horowitz a quien se le negó todo acceso a la documentación generada en el DOJ y FBI, salvo que pidiera y obtuviera permiso previo. Luego se dedicaron a estorbarle su labor.
Con la vigilancia del Inspector General impedida, el Departamento de Justicia quedó en total libertad de actuar sin temor a denuncias. El informe preliminar relata por ejemplo la cita entre la Procuradora Loretta Lynch y el expresidente Bill Clinton, cuando la investigación de sobre la Sra. Hillary estaba en su apogeo. El FBI rompiéndose la cabeza por su mal manejo de cuentas de internet por fuera de los servidores oficiales, los correos borrados, y los blackberry destruidos a mazazos. Interrogado al respecto, el entonces presidente Obama dijo que él se había enterado junto con el público sobre las anomalías (que configuran delito). Sin embargo, él recibió correos que no traían el .gov como terminación y nunca lo reportó.
Las leyes que cuidan la información confidencial y secreta convierten en delincuente a quien teniendo conocimiento de una fuga de información confidencial, no la reporte o no regrese el documento a su debido lugar.
Todo el escándalo empieza a tomar velocidad de vértigo a partir de la obstinada lucha por proteger a la Sra. Clinton y preservarla como candidata viable a ocupar la presidencia. El informe reporta las contradicciones de Comey, el Director del FBI en sus comparecencias públicas. También, la orquestación de actividades con otros directores del FBI y del DOJ. Los textos de los amantes que irresponsablemente intercambiaron mensajes sobres sus temores a que Trump resultara presidente. De hecho, Peter Strzok y Lisa Page, uno Director Adjunto de Contra Espionaje y ella Abogada del DOJ, parecieron olvidar que todos sus mensajes personales intercambiados por teléfono, de acuerdo a las leyes de transparencia se convertían en información pública.
La trama se convierte en una novela que oscila entre las ganas de que la Sra. Clinton salga exonerada totalmente de sus descuidos criminales y las maniobras para tratar de embarrar a Trump con un complot ruso para descalificarlo como candidato. De hecho, los documentos encontrados por estos tres aparatos de supervisión independientes entre ellos, su contenido y en ocasiones sus omisiones, hacen ver que quienes conspiraron con agentes rusos para inventar noticias negativas sobre Trump fueron los propios funcionarios del FBI y del Departamento de Justicia a través de un ex-agente inglés, luego desconocido por el FBI.
La secuencia de hechos a grandes rasgos va así: El Comité Nacional Demócrata y el Comité de Campaña de la Sra. Clinton contrataron un despacho de abogados. Este contrató a una empresa y luego al ex-espía Inglés para que a su vez obtuviera de agentes rusos basura contra Trump. Luego esta información fue vaciada al FBI y al DOJ para justificar poder espiar a personas ligadas como candidato y luego como presidente electo en la propia Torre Trump. El complot para mancharlo como candidato se usó luego para tratar de removerlo como Presidente.
Toda esta secuencia está narrada por uno u otro de los tres informes producto de la transparencia obtenida del Gobierno por parte de quienes tienen las facultades de supervisar su actividad desde diversos comités del Congreso de los Estados Unidos, algunos como representantes (diputados) y otros como senadores. Todos ellos seguirán las investigaciones hasta sus últimas consecuencias. Obama será acorralado por la evidencia, pues claramente resultará que era informado de todo. En este caso, su silencio resulta en complicidad.
Falta por salir en unas semanas el reporte del Inspector General del Departamento de Estado, Michael Horowitz que fue amordazado desde Fast & Furious. El fue quien encontró unos mensajes que el propio FBI afirmaba se habían perdido para siempre por una falla en los equipos telefónicos. Resultó que no fue así. Sin duda Horowitz detonárá una bomba que esta vez los medios norteamericanos no podrán silenciar.