El lunes 21 de noviembre, se cumplieron 94 años del asesinato de Ricardo Flores Magón en la cárcel de Leavenworth, en Kansas. Extraordinario revolucionario al que algunos pretenden que se olvide y a quien le regatean su papel de revolucionario, considerándolo como precursor de la revolución. 

Más aún, hay quienes pretenden que su muerte violenta no existió y que murió por problemas de salud, justo en la noche previa a su liberación. Recientemente, Lommnitz hizo un libelo que busca denostar la memoria del gran revolucionario, titulado El regreso del camarada Flores Magón.  

Baste el siguiente artículo para que midan la dimensión humana y revolucionaria de este ser humano, que vive en el corazón de los hombres y mujeres libres de nuestra patria y de los revolucionarios del mundo. "Clarinada de combate”.

¡Mentira que la virtud se anide solamente en los espíritus sufridos, piadosos y obedientes!

¡Mentira que la bondad sea un signo de mansedumbre; mentira que el amor a nuestros semejantes, que el anhelo de aliviar sus penas y sacrificios por un bienestar, sea una cualidad distintiva de las almas apacibles, tiernas, eternamente arrodilladas y eternamente sometidas!

¿Qué es un deber sufrir sin desesperarse, sentir sobre sí el azote de la inclemencia, sin repeler la agresión, sin un gesto de coraje?

¡Pobre moral la que encierra la virtud en el círculo de la obediencia y resignación!

¡Innoble doctrina la que repudia el derecho de resistir y pretenda negar la virtud a los espíritus combatientes que no toleran ultrajes y  rehúsan declinar sus albedríos!

No es verdad que la sumisión revele alteza de sentimientos; por el contrario, la sumisión es la forma más grosera del egoísmo; es el miedo.

Son sumisos los que carecen de la cultura moral suficiente para posponer la propia conservación a las exigencias de la dignidad humana; los que huyen del sacrificio y el peligro, aunque se hundan en el oprobio; los cobardes incorregibles que en todos los tiempos han sido un grave obstáculo para el triunfo de las ideas emancipadoras.

Los sumisos son los traidores del progreso, los rezagados despreciables que retardan la marcha de la Humanidad.

Jamás el altruismo ha germinado en esos temperamentos morbosos y amilanados; el altruismo es patrimonio de los caracteres fuertes, de los abnegados que aman demasiado a los demás para olvidarse de sí mismos.

¡Mentira que la sumisión sea un acto digno de encomio; mentira que la sumisión sea una prueba de sanidad espiritual! Los que se someten, los que renuncian al ejercicio de sus derechos, no sólo son débiles; son también execrables. Ofrecer el cuello al yugo, sin protestar, sin enojo, es castrar las potencias más preciadas de los hombres, hacer obra de degradación, de propio envilecimiento; es infamarse a sí mismos y merecer el desprecio que mortifica y el anatema que tortura.

No hay virtud en el servilismo. Para encontrarla en esta agriada época de injusticias y opresiones hay que levantar la vista a las alturas luminosas, a las conciencias libres, a las almas batalladoras.

Los apóstoles serenos que, predicando la paz y el bien, conquistaban la muerte, los avocados al sacrificio, los que creían sacrificarse marchaban indefensos al martirio; los virtuosos del cristianismo, no surgen ni son necesarios en nuestros días, se extinguió esa casta de luchadores, desapareció para siempre, envuelto en el sudario de sus errores místicos.

Con su ejemplo nos legaron una enseñanza viva de que la mansedumbre es la muerte. Predicaron y sufrieron, fueron insultados, escupidos, pisoteados y jamás levantaron la frente indignada. La gestación de sus ideas fue muy lenta y penosa; el triunfo, imposible.

Faltó en ellos la violencia para demoler los castillos del retroceso, la pujanza bélica para batir al enemigo y enarbolar con férreo puño los estandartes vencedores. Su ejemplo de corderos no seduce a las nuevas falanges reformistas, sublimes por su consagración al ideal; pero perfectamente educadas en la escuela de la resistencia y de las agresiones.

Luchar por una idea redentora es practicar la más bella de las virtudes: la virtud del sacrificio fecundo y desinteresado. Pero luchar, no es entregarse al martirio o buscar la muerte. Luchar es esforzarse por vencer. La lucha es la vida,  la vida encrespada y rugiente que abomina el suicidio y sabe herir y triunfar.

Luchemos por la libertad; acudid a nuestras filas de los modernos evangelistas, fuertes y bienhechores, los que predican y accionan, los libertarios de conciencias diáfanas que sepan sacrificar todo por el principio, por el amor a la Humanidad; los que estén dispuestos a desdeñar los peligros y hollar la arena del combate donde han de reproducirse escenas de barbarie, fatalmente necesarias, y donde el valor es aclamado y el heroísmo tiene seductoras apoteosis.

¡Acudid los cultores del ideal, los emancipados del miedo, que es negro egoísmo!

¡Acudid, no hay tiempo que perder!

Concebir una idea es comenzar a realizarla. Permanecer en el quietismo, no ejecutar el ideal sentido, es no accionar; ponerlo en práctica, realizarlo en toda ocasión y momento en la vida es obrar de acuerdo con lo que se dice y predica. Pensar y accionar a un tiempo debe ser la obra de los pensadores; atreverse siempre y obrar en toda ocasión debe ser la labor de los soldados de la Libertad.

La abnegación empuja el combate; apresurémonos en la contienda, más que por nosotros mismos por nuestros hijos, por las generaciones que nos sucedan y que llamaran a nuestras criptas, para encarecernos si permanecemos petrificados, si no destrozamos este régimen de abyección en que vivimos, Y para saludarnos con cariño si nos agitamos, si somos leales al glorioso escudo de la Humanidad que avanza.

Laboremos para el futuro, para ahorrar dolores a nuestros postreros. Es fuerza que destruyamos este ergástulo de miseria y vergüenza; es fuerza que preparemos el advenimiento de la sociedad nueva, igualitaria y feliz.

No importa que perezcamos en la azarosa refriega; de todos modos, habremos conquistado una satisfacción más bella que la de vivir: la satisfacción de que en nuestro nombre la historia diga al hombre de mañana emancipado por nuestros esfuerzos:

"Hemos derramado nuestra sangre y nuestras lágrimas por ti, tú recogerás nuestra herencia. Hijo de los desesperados, tú serás un hombre libre".

Esto fue escrito por un hombre líbérrimo, por una montaña de ser humano llamado Ricardo Flores Magón, el 1 de junio de 1907,  para el primer número del periódico Revolución publicado desde Los Ángeles California. Larga vida a Ricardo Flores Magón. "El pueblo tiene derecho a vivir y a ser feliz" Gerardo Fernández Noroña. México D.F. a 25 de noviembre de 2016.