Llegó 1992 y con él un nuevo Final Fantasy (en este momento, Squaresoft tenía la tradición de lanzar un nuevo juego como máximo, cada dos años). Para varios fans, la quinta parte representa el mayor avance de gameplay para la época clásica de la saga, pues Sakaguchi y su equipo explotaron al máximo el Job System, tal vez esa sea la razón por la que no ha sido ha vuelto a usar en entregas posteriores.

Aquí teníamos 4 personajes principales base, los cuales no variaban en toda la aventura (con excepción de uno, Galuf, que era intercambiado por Krile en una parte de la historia); ninguno de ellos contaba con habilidades únicas como sucediera en Final Fantasy IV, en su lugar, sus habilidades las obtenían de los pedazos de cristal que encontraban en distintos calabozos, conforme avanzaba la historia. Al igual que en la tercera parte, uno decidía qué labor iba a desarrollar cada uno de los protagonistas; lo interesante aquí era que se podían aprender comandos dedicados de cada uno de los Jobs, los cuales se podían equipar como habilidades especiales en las otras clases sin excepción.

Así, se podía tener un mago blanco invocador o un caballero ninja, entre otras combinaciones; esto era de mucha ayuda, pues se podían desarrollar distintos trabajos sin preocuparnos por no tener un sanador o un ofensivo poderoso. Además, cada clase contaba con sus propias estadísticas, por lo que después de alcanzar el nivel “Master” con algunas, se podía elegir la más poderosa y mejorarla con alguna habilidad extra para equilibrar tanto al personaje como al equipo.

Por otro lado, la estructura narrativa retoma el desarrollo de los tres mundos de la anterior entrega; sólo que aquí uno de estos es la fusión de los dos previos, las ciudades y lugares son las mismas, pero con un acomodo distinto, lo cual le da una ambientación interesante a toda la obra. Eso sí, casi toda la aventura se sigue planteando a lo largo de los diversos calabozos, dejando a las ciudades únicamente para el descanso y demostración de algunas escenas dramáticas, como venía sucediendo desde la primera parte.

Pasando a la historia en sí, una vez más se retoma la leyenda de los Guerreros de la Luz (esta sería la última vez), que deben de proteger los cristales que sostienen la vida en la Tierra del villano en turno, ExDeath; en esta ocasión los elegidos son Bartz, un viajero; Lenna, la princesa del reino de Tycoon; Faris, una pirata; Galuf, un hombre de otro planeta, y su nieta, Krile. Aunque argumentativamente, es uno de los Final Fantasy más flojos, cuenta con detalles interesantes, como ser el primero acercamiento a la ciencia ficción, al hablar de los viajes espaciales, además de mostrar al Chocobo y al Mog con papeles más determinantes, incluso el primero tenía nombre: Boko; claro, son olvidar la llegada de otro personaje clásico de la franquicia, Gilgamesh, que a veces funge como aliado, otras como enemigo; así como ser la primera ocasión que podíamos enfrentar a un par de monstruos opcionales mucho más poderosos que el jefe final: Omega y Shinryu.

De igual manera, planteó de buena forma el tema central de esta ocasión: la familia, no sólo entendida como aquello que une a las personas en términos de sanguíneos, también como los lazos que se forman con seres ajenos al nucleo de relación primario de los humanos; es decir, los amigos. Padres, hermanos, nietos, abuelos y demás son de vital importancia para un momento de la narración, lo mismo que los compañeros de aventuras, súbditos, aliados e incluso, mascotas; todo englobado dentro del gran concepto de lo familiar.

Como curiosidades podemos mencionar que el juego no fue conocido en occidente hasta su llegada en la colección Final Fantasy Anthology de PS1, que Bartz no era el nombre original de uno de los personajes, era Butz, pero al ser parecido a Butt en inglés (glúteos) se decidió hacer el cambio; y que, a pesar de que había tres mujeres dentro del elenco principal junto a un hombre, nunca se da una subtrama amorosa.