Hoy, tres años después, se trataba de una suerte de recapitulación, sí, pero más bien de la agradable rememoración de un pasado encuentro entre amigos, y quizá, si acaso afortunado el escriba, de un cotejo de las circunstancias y de un vislumbre. Tres veranos después al de 2007, la cita es en el mismo lugar. El imponente y encantador estanque de flores de loto del Parque Ueno: Shinobazu no ike, el lugar donde crecen los lotos. Muy cerca del extraordinario Bunka-Kaikan, teatro a las afueras de la estación ferroviaria de Ueno, de la antiquísima línea Yamanote y del esplendor del templo Senjoji, mejor conocido como Asakusa Kannon.

Y cerca también, me dicen, del triste Yoshiwara. Sólo encontrarnos, y caminamos. Rodeamos el reservorio admirando la belleza de las flores y la peculiaridad de los transeúntes. Satisfecha la vista y el espíritu ya del bello remanso vegetal, anduvimos los estrechos caminos que nos arrojaron hacia la ciudad, a Tokyo.

Y vivamente circundados de la hoy característica expresión multicolor de sus calles y edificaciones, la vista se anegó con los formales o ya estilizados trazos del Hiragana y Katakana, y no menos del enigmático, pragmático y concreto sentido poético del Kanji. Los símbolos de la escritura y el significado nipón. El inglés, hay que decirlo también, se asoma entreverado por aquí y por allá. Como fehaciente marca de los avances históricos del imperio sajón. Sin mapa en mano, nos arrojamos a la misteriosa e intrincada complejidad de Tokyo, teniendo como único referente espacial el consejo de mi amigo: no abandonar jamás, siempre volver, por muy complicado que parezca el sistema, al anillo ferroviario de la línea Yamanote.

Mi amigo es Doctor en Relaciones Internacionales y profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Crítico inteligente, agudo sentido del humor, simpático escudriñador de los detalles, ha dedicado su vida a los estudios asiáticos, en particular, a Corea y Japón. Ha sido uno de los precursores de dichos estudios en México y recientemente ha sido homenajeado por ello.

Casado hace cuarenta años en Tokyo, ha creado una armoniosa familia mexicano-japonesa. La idea de coincidir a orillas del estanque para iniciar nuestro recorrido ha sido suya la primera vez, mía en esta ocasión. Mas a partir de aquí se diluyen, se imbrican los tiempos y circunstancias de los dos encuentros y se manifiestan acaso como tomas fotográficas de no muchos pixeles. Cámara en mano (rasgo de suyo muy japonés; a cada paso salta un fotógrafo), el profesor retrata el loto y sus ángulos, así como las diversas manifestaciones urbanas de su interés; curiosamente, ambos encuentros transcurrirían sin que fotografía alguna de nuestras humanidades así lo registre.

Las columnas más leídas de hoy

De Ueno, la vida nos alcanza para hacer un recorrido por el entorno del Yamanote. Nos alcanza para el Shinjuko estrafalario, Shibuya y su espectacular “Huevo revuelto”, maremoto de gente que al giro del semáforo en rojo se precipita y se arremolina en todas direcciones posibles sin orden aparente, como si el tiempo se detuviera para permitir ese maremágnum, el orden del desorden, desorden controlado, desorganizada tensa liberación dentro de las delimitaciones de un escueto espacio geográfico vuelto loco; el pasmoso orden japonés retorna con la luz verde y ahora es el turno de los autos con volante a la derecha.

Un tanto agotados del primer avance y ya en la zona de Marunouchi –vecina al castillo de Edo, la residencia de Shogun, donde alguna vez se alzaron las mansiones de los poderosos señores daimyo y sus samurái, y donde hoy se yerguen el distrito financiero y las oficinas matrices de las grandes empresas japonesas–, hacemos un alto para almorzar en La Brasseriede la torre anexa del elegante Hotel Imperial situado frente al Parque Hibiya en las inmediaciones de la Plaza del Palacio Imperial.

Construido en 1887, este hotel fue el albergue primigenio concebido para hospedar a visitantes oficiales primero, y después también a la comunidad extranjera, una vez que ésta dejara de estar confinada en Yokohama y se le permitiera residir en Tokyo. Más tarde, la caminata bajo el arduo calor del verano oriental –cuyo sol levanta a las cuatro de la madrugada- nos hace detener en el Jardín Ebisu, donde antes se hallaba la cervecería Yebisu, para libar buenas cervezas locales que se anteponen por lo pronto a la tradición del sake o a un delicado sochiude trigo.

Después cenaríamos en la parte nueva de Shinjuku situada al sur, donde se halla el edificio de la tienda Takashimaya, denominado Time SquareTokyo. La pasta es muy buena en Japón. Esa noche la tuvimos en Il Pesce d’Oro, restaurante italiano. Volveríamos a almorzar en el NewOtani Hotel. Aquí estuvo mi amigo en 1972 como invitado de Luis Echeverría Álvarez, quien entonces ofreció al emperador Hirohito una recepción protagonizada de entrada, y en un afán de mexicana autenticidad, por las horchatas y garnachas de María Esther Zuno.

Y para que en esta ocasión el emperador degustara tortillas calientes, el extravagante LEA dio instrucciones para instalar una tortilladora que se quedaría por un tiempo en el Hotel y jamás ninguno, ocupados en el arroz, la utilizaría de nuevo para hacer tortillas. Nadie sabe qué habrá pasado con ella.

Entre los presentes del séquito cultural e intelectual es probable que estuviera Jorge Ibargüengoitia, el magnífico, quien como parte de la misma comitiva presidencial ha contado, hilarante, su aventura en Argentina.

A propósito, mientras caminábamos por el jardín Otani, el profesor y yo exhumamos muchos cadáveres de amigos y ex amigos comunes. Se muestra complacido de que a pesar de nuestras breves diferencias temporales y circunstanciales, haya yo conocido o tratado o sepa de gente cercana a él en el pasado. Creo que hay un común denominador, la presencia de un amigo mutuo en tiempos distintos, el sociólogo Gabriel Careaga, de gratos recuerdos, autor de Mitos y fantasías de la clase media en México, entre otros textos.

Antes o después, visitamos el célebre templo budista de Kannon que se localiza en Asakusa, en la zona de Shitamachi (la ciudad de abajo), barrio que mantiene todavía la bulliciosa atmósfera de sus antiguos habitantes, los chonin, comerciantes, artesanos y dueños de tiendas, en contraste con el incipiente trazo urbano de los habitantes de la colina, asentamiento de la moderna clase media alta, y en contraposición también a la opulencia de la señalada zona Marounochi, donde vivían los poderosos señores daimyo y sus samurái.

Esta constitución geográfica se puede observar mejor desde la altura de Ueno y las demás estaciones ferroviarias que conducen a la región de Ikeburo. En las colindancias se hallaba el célebre y triste Yoshiwara, la zona roja de prostitución institucionalizada que le dio fama a Edo primero y a Tokyo después, y sirviera de fuente de inspiración a los grabados de Utamaro y a diversos escritores locales a los cuales se agregarían después algunos extranjeros. Entre ellos, José Juan Tablada, si es que estuvo allí –repara mi amigo–, porque se especula que todo su conocimiento oriental pudo haberlo obtenido en el consulado japonés de San Francisco California.

No hay registros oficiales de su presencia en Japón. Retornando la curiosidad a su punto álgido, recordamos que en el México de los años 30 y 40 se volvió muy popular una canción de Emilio de Nicolás grabada por Alfonso Ortíz Tirado en 1933: Musmé; literalmente hija, pero en México se le llamaría más bien pupila, con una connotación sexual, por supuesto. Aquí, el profesor expande el pecho y sin la necesidad de un karaoke elemental, sorpresiva y agradablemente comienza a entonar: “Como un loto desmayado era pálida Musmé, era su semblante pálido, como un lirio reflejado en una taza de té....“.

La historia de Musmé es como la de una mini Chochosan. Ambas, ilusionadas, abandonadas, mueren de amor. Una es prostituta, la otra sólo una geisha. La diferencia de su fin estriba en la forma de su muerte.

“Una tarde de repente, tronchada por el dolor, como un suspiro que muere, apacible y dulcemente, Musmé se murió de amor”. Butterfly, es decir Cio-cio san (en versión pucciniana), en cambio, con honda solemnidad declara “con honor muere quien no puede vivir con honor”, y se degüella.

Caminata y piscolabis en curso, repasamos, en la medida de lo posible, la historia de México y su política; también algo de Corea y, por supuesto, de nuestra circunstancia inmediata, Japón. Y se plantean algunas cuestiones amanera de diálogo. Y aquí viene el cotejo y el vislumbre a que el autor aspira.

Mas quedarán pendientes para una continuación asuntos como el autoritarismo tradicional japonés y el tradicional desmadre mexicano. ¿Qué se prefiere, un país productivo que vive en paz en las límpidas calles inclusive al costo altísimo de la auto represión o un país con relativa libertad pero jodido y, sobre todo, carente de paz y tranquilidad? ¿Existen alternativas frente a estas dos posibilidades?

Puntos como el porqué el primer ministro japonés renuncia tan sólo por no cumplir su promesa de campaña de procurar la expulsión de la base militar norteamericana en Okinawa y en contraposición porqué en México no sólo no se cumplen las promesas, se toman decisiones como embarcar al país en guerras fallidas sin consultar a la población y luego se quiere compartir la responsabilidad del fracaso con la misma sociedad que es más bien víctima del estado de cosas, se producen decenas de miles de crímenes, se sacrifican jóvenes, se asesinan mujeres, se queman niños, se entregan los recursos nacionales, se abandona la producción, se lleva el país a la bancarrota, y ¡nadie renuncia! Más bien se prodigan premios, aplausos y palmadas al hombro entre quienes absurda, cínica y vilmente ostentan el poder. Quede, pues, este diálogo en espera.

Después del diálogo en suspenso y luego del derroche de tanta sabiduría y ya exhaustos frente a un enorme tarro de cerveza, agradecemos al Japón, sin ánimo de ofender a las amigas feministas, dos de sus creaciones más notables: la colegiala adolescente más erótica que se haya visto jamás y la perfecta muñeca estúpida: Lolita, tan sólo preocupada por su belleza, su vestimenta singular y los diversos aditamentos electrónicos que la complementan.

Admiramos a las colegialas en las diversas calles, y a la hermosura irresistible de las lolitas en Harajuku, en el agradable Paseo de Omotesando, donde visitamos el recién inaugurado Omotesando Hills, un edificio de tiendas (Mall) construido donde antes hubo un edificio de departamentos tipo París.

Lamentablemente, la presencia en México de estas hermosas figuras casi de porcelana se antoja imposible sino a manera de objetiva provocación con resultados posiblemente nefastos. Olvidémoslo por tanto.

Cerca de la media noche, vaciados ya del día y teniendo como horizonte al doliente Yoshiwara, nuestros pasos se dirigen nuevamente al distrito de Taito, a Yamanote, a Ueno, al rumbo donde queda el estanque en que crecen los lotos. (Continuará...).

P.D.

Mientras tanto, como si de una extravagancia oriental se tratara, desde Kyoto se leen objetivos mensajes mamones del improvisado ex diplomático panista en Japón –agobiado entre la cámara fotográfica, los palíndromas, el waka y el haikú, y las críticas a José Juan Tablada por su propensión a la escritura descriptiva que no a la simbólica–, quien desuella a la mexicana margarita para dirimir al fin al heredero de los huesos del Nobel Paz, compitiendo y compartiendo los suspiros con el cabecilla ejecutor de libres letras y adjetivos sin democracia y otros aspirantes de la calle Chilaque en Churubusco, Ciudad de México.