Desde que en el ya lejano año 2021 el presidente Andrés Manuel López Obrador designó a su paisano Adán Augusto López al frente de la secretaría de gobernación, se sabía que el hasta ese momento gobernador de Tabasco sería un fuerte aspirante a la candidatura presidencial de 2024. El altísimo perfil que se le dio al nombramiento -prácticamente todos los medios replicaron y se volcaron en elogios hacia el nuevo inquilino de Bucareli-, así como su parentesco con AMLO contribuyeron a crear la percepción de un “aspirante fuerte” que llegaba a SEGOB con toda la fuerza, impulsado desde la misma presidencia de la república.

Con el paso de las semanas y los meses se aclararía el panorama: AMLO lo había designado encargado de cuidar la gobernabilidad y la estabilidad política del país, pero no para hacerlo su sucesor, sino para allanarle el camino a su “corcholata” favorita, a quien siempre estuvo en sus planes para conducir lo que comenzaría a llamar el “segundo piso” de la Cuarta Transformación.

Para los más avezados analistas políticos fue resultando evidente que, si no ocurría una catástrofe, sería Claudia Sheinbaum la que terminaría recogiendo la estafeta de López Obrador y se convertiría en la primera mujer presidenta de México. Pero quien nunca se resignó a esa realidad fue el propio Adán Augusto: siempre creyó que podía ser “el bueno”, y cuando la realidad le fue golpeando en la cara decidió que si no podía ganar la candidatura por las buenas, lo intentaría “por las malas”, es decir recurriendo a todas las triquiñuelas y juegos perversos de poder que tan bien aprendió en sus años como político priista y que hasta el día de hoy sigue poniendo en práctica como coordinador de los senadores de Morena.

Y es justamente ahí donde tiene su origen el que hoy es ya un pleito cantado entre el tabasqueño y la flamante gobernadora de Veracruz, Rocío Nahle, en aquellos ayeres aún secretaria de energía pero ya con la mira puesta en la gubernatura del estado jarocho. Porque, viejo zorro de la política como es, Adán Augusto sabía que para apuntalar el proyecto presidencial de cualquier “corcholata”, Veracruz es un estado clave. Cualquiera de los aspirantes a suceder a AMLO tendría un fuerte apoyo si para Veracruz se perfilaba un candidato afín a su proyecto político, y Adán Augusto sabía desde entonces de la amistad y afinidad política entre la secretaria Nahle y Claudia Sheinbaum.

Convencido de que su proyecto presidencial para 2024 pasaba obligatoriamente por Veracruz, Adán Augusto decidió meterse de lleno a la sucesión en ese estado, a través de uno de sus operadores y aliados, un entonces gris y desconocido Sergio Gutiérrez Luna, que de veracruzano tiene solamente el nacimiento porque toda su carrera política la hizo entre el Estado de México y Sonora, en este último estado ni más ni menos que en el gobierno del panista Guillermo Padrés.

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Para entonces Gutiérrez Luna ya era diputado por Morena, por obra y gracia de la “purificación” de que gozan quienes se arrepienten de sus pecados y se convierten al morenismo. Por lo que para Adán Augusto fue fácil reclutarlo y darle oxígeno político y económico desde Segob y la propia Cámara de Diputados, donde lo hicieron presidente de la mesa directiva y en cuyo carácter podría tener suficientes reflectores, pensaban, para meterse a la pelea.

Por supuesto que la jugada no pasó desapercibida para Rocío Nahle, quien tuvo que apechugar con los titubeos del propio gobernador veracruzano, Cuitláhuac García, a pesar del pacto existente entre ambos, con AMLO como testigo de calidad, de que la indicada para relevarlo en el cargo sería la secretaria de energía. No sólo Cuitláhuac, sino varios actores políticos de la entidad jarocha “se fueron con la finta” de Gutiérrez Luna, más de uno porque realmente creyeron que venía con la bendición del “tapado” presidencial para 2024…

No se pierda mañana la continuación de esta historia.

X: @Renegado_L