No es el único caso en la política. Hay quienes lo suyo es el lodo, les viene bien el pleito bajo y se regocijan cuando allí se dan los encuentros políticos. No sólo es materia de cinismo, sino la convicción de que la política es lucha ruda en la que todo se vale y por lo mismo debe desahogarse con los peores recursos como es el insulto, la calumnia y el golpe bajo. No es el dibujo de AMLO, sino de Alejandro Moreno, dirigente del PRI y supuesto opositor, porque hechos y dichos anticipan que no le incomoda transitar a la oposición de la oposición, con el pretexto de que Claudia Sheinbaum y Andrés Manuel López Obrador no son iguales. Lo anticipa el oportunista repudio al “neoliberalismo” de quienes antes lo promovieron.
Alejandro Moreno llegó al tricolor; de antemano se sabía que nunca lo sacarían, ni la derrota electoral ni el generalizado rechazo dentro y fuera del partido. Es de esas especies singulares, fajador callejero le viene bien, pero le queda corto. No vacila ni duda para sacar el fusil del denuesto. El PRI podrá fracturarse y volverse un mal chiste de lo que en algún momento fue, pero nunca sacarán a Alejandro Moreno, salvo por resolución judicial; aun así, quién sabe, porque él ha interiorizado el principio de no me vengan con el cuento ese de que la ley es la ley, incluso antes que AMLO.
Consciente de que no hace diferencia alguna, ayer, hoy ni nunca, Alejandro Moreno arroja estiércol al abanico. Mala copia de López Obrador culpando al pasado de las desgracias presentes, al asegurar que el PRI perdió en 2024, por el PEMEXGATE de hace un cuarto de siglo.
Nadie está en condiciones de lidiar con Alejandro Moreno porque habría que instalarse en el lodo. Por eso fue un error de Francisco Labastida referirse a la persona y al enriquecimiento de quien sólo se ha dedicado a la política. No es caso único, sobre todo en la nueva generación de políticos tricolores que alcanzaron posiciones de privilegio en el manejo del presupuesto o de la obra pública. Labastida decide salirse del PRI, no así otros inconformes con el asalto a la legalidad, como Dulce Ma. Sauri o Manlio Fabio Beltrones y otros, quienes saben y entienden que no corresponde al dirigente determinar la pertenencia partidaria. Un juicio para la protección de los derechos políticos es a todas luces ganable cuando el argumento de Moreno es la crítica de que es objeto por su intento reeleccionista.
Si no hay fallo judicial que restituya la legalidad que irse acostumbrando a vivir con Alejandro Moreno como líder de un partido político, con mayor destreza y habilidades que cualquiera de los dirigentes partidarios, incluso que Dante Delgado, estará al servicio del mejor postor. Quedaría la duda de que alguien pretenda sus servicios porque, aunque la inmundicia abunda en la política nadie quiere hacerla ostensible y menos por asociación.
Se equivocan quienes piensen que en el PRI subsiste la idea de partido si no mayoritario, relevante de la escena política. Ellos mismos no esperaban un resultado tan bajo como el del 2 de junio; sin embargo, el cálculo siempre ha sido el del colaboracionismo, llegándose a pensar que unas siglas con peso histórico y dos estados gobernados por mandatarios distantes de la dirigencia bastan para despertar el interés, especialmente de quienes gobiernan. Para ellos el boleto de entrada será, como con otros partidos, superar el mínimo legal para seguir medrando del presupuesto y de las veleidades de la política y del poder.
El PRI no desaparecerá, incluso puede ganar elecciones en el futuro, allí están Coahuila, Nuevo León, San Luis Potosí, Durango y otras plazas, pero no será por su dirigencia nacional, sino por lo que subsiste en el territorio a pesar del desprestigio de su cúpula.
Desde la interna Alejandro fue el factor para presionar a Beatriz Paredes a abandonar la contienda. Desde ese entonces el diseño era quedarse con el PRI a toda costa, incluso de los priistas movilizados por la presencia digna y honorable de Beatriz. Acabar con ella no tenía nada que ver con despejar los temores de la senadora Gálvez y de la dirigencia panista; era dejar en claro que en el PRI sólo existe una voluntad, una decisión, la de Alejandro Moreno, el peleador callejero.