I. Cantante y artista
Fue tan bien recibida la presencia, la interpretación y tan admirado el canto de Alfredo Kraus de “Corazón, Corazón”, la canción de José Alfredo Jiménez, en el texto homenaje en el 50 aniversario del fallecimiento del cantautor mexicano, “Diez tenores y José Alfredo Jiménez”, publicado en noviembre pasado, que recibí no sólo comentarios entusiastas, también la solicitud de hablar sobre el tenor español. He encontrado esta ocasión de principio y fin de año como propicia en vez de esperar algún aniversario durante los meses subsiguientes.
Alfredo Kraus (1927-1999; padre de origen austriaco, de ahí el apellido) fue un tenor español lírico ligero concentrado en el repertorio belcantista italiano así como en el francés -de no más de 25 óperas, del cual se consideraba un especialista-, de amplio rango vocal, gran formación musical como pianista, refinado o elegante, musicalmente impecable. Realizó su debut en 1956 en El Cairo, Egipto, interpretando al Duque de Mantua de la ópera Rigoletto, de Verdi. En 1958 tuvo la fortuna de cantar en Lisboa La traviata (del propio Verdi) junto a una verdadera estrella operística de ese momento que devendría en leyenda, María Callas. A partir de ese evento su carrera creció y se extendió internacionalmente. Claro, algo tuvo que ver el éxito de esa ocasión, pero también su preparación vocal y musical, y su buena aproximación interpretativa. Él mismo lo declaró, en entrevista con Helena Matheopoulos. Aunque naturalmente estaba nervioso por la fama que precedía a la diva griega, “la presencia de María Callas me instó a cantar mejor de lo que jamás había logrado en mi vida”; momento que siempre recordó con gratitud y especial satisfacción (Bravo; Vergara, 1986); existe grabación en vivo de esa interpretación.
Matheopoulos cita a Nina Walker, preparadora y colaboradora musical de la Royal Opera House, sobre Kraus: “Cada una de sus actuaciones es una clase sobre el arte de cantar. Se ha concentrado en un pequeño repertorio especializado que canta a la maravilla, con entera facilidad, gran encanto y estilo impecable”. Y es así como fue ganando una reputación, sin auxilio de relaciones públicas o artimañas extramusicales, a base de trabajo artístico y musical.
Se puede sintetizar en cuatro puntos las consideraciones de Kraus como cantante de inusual longevidad a nivel óptimo (sintetizadas a partir de la entrevista citada):
- Conocimiento exacto y profundo de la voz; instrumento que debe manejarse a plenitud.
- Auto evaluación de las cualidades vocales y aceptación de las limitaciones.
- Elección del repertorio adecuado que se adapte a esas cualidades y limitaciones.
- Dedicar todos los recursos en convertirse en especialista del campo de elección; de ser posible, ¡el especialista número uno!
Y como maestro o pedagogo vocal y musical –llegó a dar un curso magistral anual- se preocupó por la decadencia del canto, los maestros de canto y los cantantes de su tiempo; quiso contrarrestar esa tendencia. Dos puntos en este sentido:
- Respeto por la tradición. Que ha preservado las aportaciones de compositores, maestros directores y cantantes del pasado que enriquecen la grandeza de la ópera.
- Respeto por la tesitura original de las obras; ha habido un abuso en ese sentido. Una tarea del cantante es educar al público aunque esto signifique no ser popular a nivel masivo; para ello tiene que mejorar y superarse constantemente ayudando así al público a superarse también y llegar a una comprensión más profunda de la ópera y del arte del cantar. El público puede tragarse y aceptar cualquier cosa, pero el artista tiene un deber como maestro, como educador más allá de los gustos populares y las modas. Por tanto, no hay que cantar para fanáticos sino tratar de elevar el nivel del público ya sea “elitista” o popular, ambos se benefician de la responsabilidad del cantante. Lo ideal, que el público aprenda a distinguir entre excelencia y mediocridad: “Yo entrego mi arte. El público debe venir a mí, no yo ir a él. Esta es la manera de legar algo valioso al futuro de nuestro arte”.
Planteamiento semejante al de Kraus, en relación al arte y al público, lo sostiene Oscar Wilde (como hombre culto, es probable que lo haya leído) en El alma del hombre bajo el socialismo, pues antes que una indeseable degradación del arte exige una elevación del espíritu del pueblo: “el Arte nunca debe intentar ser popular. El público es quien debería intentar ser artista”. Y más que un elitismo, como suele interpretarse esta perspectiva, detrás de ella hay una gran verdad: no podemos negarnos a conocer, lo más profundo posible, los logros, las conquistas artísticas y espirituales que ha alcanzado la humanidad; esto, desde luego, no significa menospreciar la valoración de las nuevas expresiones de los pueblos tan presente hoy, significa combatir la mediocridad.
Por ideas semejantes, por críticas a las modas en la ópera y los conciertos masivos que privilegian el espectáculo, Kraus debió pagar algún precio, como el hecho de haber sido excluido por José Carreras de la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, donde presidía como director musical. Kraus había manifestado sus críticas al exhibicionismo de “Los Tres Tenores” en 1990; y no sólo él, también gran parte de los buenos cantantes que aún estaban en activo en ese tiempo.
Pero la publicidad se impuso sobre la ópera y el canto. “Los Tres Tenores” y ya antes la supuesta disputa entre figuras de mercadotecnia como Luciano Pavarotti y Plácido Domingo, eran lo central en el espectáculo relacionado con el fenómeno operístico, no el canto, no la ópera. Así queda evidenciado en el texto del crítico musical del New York Times, Harold Schonberg, “Luciano Pavarotti y Plácido Domingo. Mano a mano” (Los virtuosos; Vergara, 1985), donde –antes de sumarse Carreras al trío como “solución” a la rivalidad y gran negocio a partir de 1990- habla de la competencia publicitaria entre ambos tenores y sostiene que, más allá de ellos dos, no había “superestrellas”, sólo algunos buenos tenores especializados al fin de su carrera (Gedda, McCracken y Bergonzi), inestables como Carreras o que “carecen de carisma”, como Alfredo Kraus; lo contrario a lo sostenido por Walker arriba, que lo veía como poseedor de “gran encanto”.
La aserción de Schonberg confirma asimismo que él mismo hacía juego a la campaña dicotómica entre un tenor obeso e insalubre y otro muy galante mas hoy degradado por el Me Too: “Si Domingo es viril, Pavarotti es sexy”, escribió de manera increíble el periodista del New York Times, que también sostuvo afirmaciones dudosas sobre María Callas; pero esa es otra historia.
La entrevista-reportaje del libro de Matheopoulos concluye: “Nadie que comprenda y a quien le importe el arte del canto negará la contribución noble e importante que hace tanto a su presente como a su futuro este exigente, dedicado e inflexible caballero cantante”.
II. El canto en su lengua y las canciones
Como se ha establecido, Kraus cantó sobre todo ópera belcantista italiana y repertorio francés. Personalmente, más allá del reconocimiento a todas las cualidades descritas, como especialista de ese repertorio nunca me ha causado una conmoción artística. Sí, la admiración, pero no una plena emoción escénica. Ya hacia el final de los 90′s del siglo XX, cuando se popularizaban los CD, algo sucedió que Kraus finalmente atrapó mi atención con sus grabaciones de zarzuela. Las grabaciones españolas de ese género habían sido tradicionalmente de mala calidad, al abordarlas, Kraus las dignificó, elevó su nivel artístico y estético y, finalmente, ¡emocionó!
Encuentro la explicación en el hecho de que, aunque impecable, su canto en italiano y francés no hallaba un vínculo emocional de fondo; podía uno escuchar, en exceso incluso, esa tendencia marcada a la resonancia nasal. En cambio, al cantar El huésped del sevillano; La verbena de la paloma; Los de Aragón; Doña Francisquita;… Kraus conectó a cabalidad la voz con las emociones, con las palabras; no todo es estilo… Él ha dicho que se aproxima de igual manera a la ópera que a la canción, el resultado para el escucha, no obstante, es distinto; al menos en mi caso.
El proceso al encarar las canciones cantadas en su lengua natal sufrió el mismo fenómeno; y por extensión -el tema de este texto, al fin-, a las canciones mexicanas. Traídos hasta aquí por su magnífica interpretación de “Corazón, Corazón”, como ya dicho, he encontrado hasta ahora en youtube un total de doce canciones mexicanas interpretadas por Alfredo Kraus. Las compartiré en esta y la siguiente columna con algunos comentarios.
Por cierto, en su diccionario de artistas, Ópera en Bellas Artes (Conaculta; 1999), José Octavio Sosa registra que Kraus cantó en ese espacio dos óperas en 1970, La Favorita, de Gaetano Donizetti, y Los puritanos, de Vincenzo Bellini. Asimismo, Carlos Díaz Du-Pond, en sus registros entre la crónica y la memoria, La ópera en México de 1924 a 1984 (UNAM, 1986), da sus impresiones sobre el tenor y sus presentaciones de entonces.
III. Las canciones mexicanas
La programación de las canciones no será necesariamente en orden cronológico ni estilístico ni estético. En principio, existen al menos cuatro canciones de Manuel M. Ponce, el autor más clásico de los comprendidos en su selección personal; y de María Grever, Agustín Lara y Alfonso Esparza Oteo, dos de cada uno.
Dada su naturaleza vocal de tenor lírico ligero y su facilidad para el registro agudo, algunas canciones están transportadas a una tonalidad más alta de la “original”, o les superpone agudos extras; y aun cuando estén en dicha tonalidad original, suelen sonar más agudas al oyente pues el cantante favorece una posición y resonancia brillante, digamos. Por otro lado, en los casos en que hay versiones en vivo, las prefiero a las de estudio. El análisis de las características y contenidos de las canciones y el propósito de sus autores, sería objeto de otro trabajo.
1. Para iniciar con la emoción original, la que dio pie a este texto, comencemos el concierto de principio y fin de año con “Corazón, Corazón”, de José Alfredo Jiménez; 1952:
2. “A la orilla de un palmar”; 1916, de Manuel M. Ponce:
3. “Lejos de ti”; 1914, de M. M. Ponce. Junto con “Estrellita”, la más clásica de las canciones mexicanas cantadas por Kraus:
4. “Te quiero, dijiste”; 1934, la famosa “Muñequita linda”, de María Grever:
5. “Noche de ronda”; 1935, de Agustín Lara. Existe grabación de estudio, mas prefiero esta versión en vivo:
6. Y para finalizar 2023, “Granada”; 1932, también de Lara. Vívida versión de 1992, durante la participación de Kraus en el programa de la “Antología de la Zarzuela”. Estimados lectores, que tengan un extra-ordinario 2024:
Héctor Palacio en @NietzscheAristo