Para bien, o para mal, tras más de ocho décadas de PRI-gobierno y la continuidad vía el “PRIAN”, México estuvo detenido, en virtual estado criogénico, dentro del contexto de los giros históricos de la segunda mitad del siglo XX e inicios del XXI.

Vía la “dictadura perfecta”, se evitaron las juntas militares de facto, pero el partido único persistió con su poder absoluto hasta los albores del siglo XX. Dos sexenios fallidos del PAN, enlodados con el espectro del fraude electoral y el regreso temporal del “nuevo PRI” mediante el telecandidato Peña Nieto terminaron con el manotazo en la mesa del pueblo de México de la mano de Andrés Manuel López Obrador en 2018.

Ahora, con la sucesión y la continuidad expandida del proyecto asegurada gracias al triunfo aplastante de Claudia Sheinbaum hace un mes, el legado del mandatario queda asegurado al menos en el mediano plazo.

El triunfo de Andrés Manuel López Obrador también fue importante en aquel 2018 que parece lejano, pero que más allá del paso del tiempo, mostraba unas circunstancias sumamente distintas respecto al día de hoy.

Países como Brasil y Colombia, por ejemplo, se encontraban en las garras de la ultraderecha. Y las victorias de personajes que también son amigos de Andrés Manuel López Obrador, como lo son Jean-Luc Mélenchon y Jeremy Corbyn en Francia y el Reino Unido, respectivamente, hablan de que el triunfo de la izquierda en México abrió una nueva etapa en la perpetua lucha entre clases sociales y en pos del humanismo, la igualdad y la justicia.

Dirán los fachos y la izquierda que tanto gusta a estos que Mélenchon no ganó más que un gobierno dividido y que Corbyn llega apenas a ser representante mediante la vía independiente, pero el hecho de que en esos países que se han vuelto a nivel clase política tan neoliberales y conservadores, el hecho de que voces que se oponen a la masacre en Palestina estén representadas ya es un triunfo.