Ana María Fernández dijo de sí misma que nunca estudió canto, mas “tenía un registro muy potente que abarcaba los timbres de soprano y contralto. Creo que eso le gustaba al público” (de su testimonio en Agustín, reencuentro con lo sentimental). En efecto, si bien en su canto no se escucha un registro extendido de soprano ni profundo como el de la contralto, se le siente cómoda en el centro de la voz que se alinea sin problemas cuando tiene que ascender a las notas un poco más agudas sin ser extremas; sería mejor ubicarla como mezzosoprano. De todas maneras, para el canto popular, el bolero en que ella se especializó, su percepción vocal de sí es apropiada.
En estricto sentido, Fernández no cumpliría con el perfil de la serie de cantantes que hemos venido presentando en este espacio como aquellos que teniendo entrenamiento operístico dedicaron su arte interpretativo al canto popular. Pero estaba en el espíritu de la época un tipo de canto que al ser imitable y encontrar algún organismo fértil bien podían darse casos como el de quien llamaron en su tiempo “La cancionera del estilo único”; quién sabe qué quisieron decir, pero ese fue su sello de identidad. Por otra parte, compartió con frecuencia escenario con aquellos que estrictamente hablando entran en la clasificación referida.
[Grabación de 1932, “Cautiva”, de Agustín Lara; se percibe con claridad el registro y color vocal de Ana María Fernández|:
Ese espíritu de época se observa con facilidad en la anécdota de cómo ella de vedette se convirtió en cantante, cuando fue descubierta por Agustín Lara en la ocasión en que yendo como espectadora a escuchar al compositor y a Juan Arvizu, una práctica de entonces jugó en su favor. Es bueno contar con el testimonio de la propia cantante (en el libro arriba mencionado), porque con loca ligereza se inventan versiones extravagantes. Tras ser ovacionados los intérpretes, recuerda Ana María:
“pusieron, según costumbre, un teloncito para que el público cantara y empezaron a tocar una melodía que ya empezaba a popularizarse, ‘Rosa’. Todos los asistentes la entonaron y yo con ellos, pero a las primeras frases musicales el público empezó a callarse y me dejaron sola: canté siete u ocho veces aquella canción que, desde entonces, se asoció a mis interpretaciones”.
[Con el magnífico acompañamiento de la Lira de San Cristóbal, de los hermanos Domínguez Borrás, fundada en 1925; especie de orquesta cubana con marimba chiapaneca: “Desamor”|:
Cuando terminó esa interacción de la audiencia con el espectáculo, salió Agustín al escenario, dio un beso en la frente a la cantante en ciernes y le dijo con ese patetismo tan sentimental que le conocemos a Lara, tan agustiniano: “Ana María, tú eres la intérprete que yo he andado buscando para mis canciones, has sentido mi música con el alma y la vuelves voz”. El compositor le propuso una temporada en el Teatro Iris como su artista exclusiva, haría pareja artística con Arvizu. Ambos serían, según cuentan los registros, los dos primeros intérpretes (que se hicieron famosos al menos) de las canciones de Lara; él primero, ella después. ¿Cómo podía Ana María Fernández poseer una voz para el escenario, para convertirse en cantante profesional sin haber estudiado canto? Tal vez se explique por la imitación del estilo y el espíritu dominante de los cantantes de la época.
Esa condición de época y su talento la hacen aparecer dentro del grupo de cantantes que venimos tratando, ese espíritu y el de hoy, políticamente correcto, del “tiempo de mujeres”. Y en particular, porque por cada 5 o 7 cantantes masculinos había por entonces una sola interprete mujer (no diré “interpreta” ni “cantanta”; no hay que exagerar); es oportuno, pues, redescubrir a las pocas mujeres que sobresalieron en un dominio de hombres. Ella lo hizo como cancionera y en femenino: “Pervertida”, “Cautiva”, “La bienquerida”, “La jaibera”…
[”La jaibera”, de Guillermo Salamanca, grabada en 1936; hay también una muy buena versión posterior de Celia Cruz|:
Cuando Lara la “descubrió”, en realidad ya había cantado –no fue del todo espontáneo el asunto– como primera voz del Trio de las Hermanas Martínez debutando en el Teatro María Guerrero en 1929; aunque cierto, no es lo mismo cantar en trío que como solista. Con Lara, el éxito le vino pronto en el llamado teatro de revista cantando con Arvizu en el Lírico y en los teatros Politeama y Fábregas. Grabó en 1931 y por más de cinco años todas las canciones de Lara con las discográficas RCA Víctor y Okeh. Hizo la grabación de duetos con Pedro Vargas y Juan Arvizú y ya en 1930 formó parte del elenco de la XEW.
La trayectoria de Ana María Fernández (1904-1993) no fue muy extendida. En su condición de mujer, pese a ser parte del mundo artístico que se supondría más liberal que el resto de la sociedad, y al igual que sus excompañeras, las hermanas Martínez, al casarse (en segundas nupcias, era viuda y madre soltera) se retiró de las revistas musicales, sólo prosiguió un tiempo más en la radio. Al parecer no grabó más allá de 1942.
[Una canción de Joaquín Pardavé, “No hagas llorar a esa mujer”, muy a propósito de abusos y machismos; grabada en 1932|:
Podría pensarse que una cantante sin entrenamiento vocal pudo haberse desgastado, sufrido de problemas en las cuerdas vocales o alguna crisis de inseguridad, mas en el caso de González el matrimonio fue definitivo para el retiro. En el concierto en homenaje a Agustín Lara en el Teatro del Palacio de Bellas Artes en 1953, su voz en vivo suena mucho mejor, más madura y segura, robusta; afortunadamente se conserva el audio de esa noche de una canción poco conocida, “Gotas de amor”.
[“Rosa”, la bella canción con que Lara descubrió a Fernández no está disponible en youtube en su versión, pero fue tan importante la pieza como el autor para ella, que debemos invitar a que la cante Agustín|:
Si Ana María Fernández fue la primera cantante femenina de los boleros de Lara, Ana María González, como hemos visto aquí, se convertiría posteriormente en musa e intérprete de “El flaco de oro”. Pero antes del retiro, dejó marcada la huella de su agradable estilo.
[”Amor de mis amores”, naturalmente, también del Flaco; grabada en 1936|:
Cuando se casó de nueva cuenta y optó por el retiro (voluntario o no, lo desconocemos, su esposo, un piloto militar de la Fuerza Aérea Mexicana), entró de nueva cuenta en escena el patetismo sentimental y gracioso de Agustín Lara al decirle unas palabras que ella nunca habría de olvidar: “Ana María, tú eres la madre de mis canciones, y me las dejas huérfanas”. Lo dicho por Salvador Novo, que algún día ha de estudiarse la aportación de Lara al lenguaje de la versificación y sus metáforas, vale tanto para las canciones como para su personalidad en muchos sentidos anacrónica, discordante con su tiempo pero muy exitosa y celebrada. Y ese posible estudio vale también para sus múltiples intérpretes, como Ana María Fernández, la primera cantante femenina y madre de muchas de sus canciones.
[Qué fortuna que haya quedado para la posteridad la versión en vivo de “Gotas de amor”, cantada por Ana María Fernández en el homenaje a Agustín Lara en el Teatro del Palacio de Bellas Artes en 1953|:
Héctor Palacio en X: @NietzscheAristo