El término “chayote”, esa metáfora de la corrupción mediática que por décadas definió la relación entre el poder político y algunos sectores del periodismo en México, no sólo alude a los sobres manchados de complicidad, sino también a los ecos de aquellos que, desde la intelectualidad, se acomodaron en un sistema donde el acceso a recursos y privilegios era la moneda de cambio. Hoy, en el contexto de la Cuarta Transformación y con un gobierno comprometido a cortar de raíz las viejas prácticas del régimen, cabe preguntarse: ¿realmente murió el “chayote” o simplemente cambió de piel?

La figura de Enrique Krauze (@EnriqueKrauze), emblemática para muchos por su obra histórica e intelectual, es un ejemplo paradigmático de cómo ciertos actores de la vida pública mexicana han transitado de aliados tácitos del poder neoliberal a críticos encarnizados de la 4T. Su narrativa, que en otro tiempo validaba la transición democrática impulsada por el PRI y el PAN, hoy está volcada en un discurso que condena cada acción del gobierno emanado de Morena, primero liderado por Andrés Manuel López Obrador (@lopezobrador_) y ahora por la presidenta Claudia Sheinbaum (@Claudiashein).

Krauze, quien durante los años del PRI y el PAN gozaba de acceso irrestricto a foros, recursos y espacios en medios alineados con el régimen, se erige hoy como el guardián de una democracia que, irónicamente, nunca defendió con tanto fervor cuando los gobiernos que ahora critica detentaban el poder. Su plataforma “Letras Libres” fue, por años, un lugar cómodo para articular las virtudes de un modelo neoliberal que arrasó con el tejido social y económico de millones de mexicanos. Sin embargo, cuando ese sistema colapsó frente al hartazgo ciudadano, Krauze decidió reposicionar su discurso, esta vez como un supuesto defensor de la ética pública frente a un gobierno que, paradójicamente, busca reparar las heridas de las políticas que él alguna vez justificó.

La Cuarta Transformación, guste o no, ha transformado la relación entre el poder y los medios. Se acabaron los contratos millonarios, los sobres cerrados y las listas de periodistas “consentidos”. Y es en este contexto donde figuras como Krauze parecen incómodas, incapaces de aceptar que los nuevos tiempos exigen rendir cuentas no solo al poder político, sino también al juicio de un pueblo que ahora puede cuestionar con libertad las narrativas que por años dominaron los medios.

La crítica constante de Krauze hacia la 4T podría ser valorada como un ejercicio legítimo de pluralidad, pero sus argumentos se vuelven endebles cuando vienen de quien jamás alzó la voz con igual intensidad ante los abusos de los gobiernos que hoy defiende indirectamente. La historia no olvida sus silencios ante las matanzas del pasado, los desfalcos económicos o la privatización de los bienes nacionales. Su ataque a la presidenta Sheinbaum, por ejemplo, en temas de seguridad o gestión pública, parece más una extensión de su resentimiento hacia el movimiento que desmanteló el sistema que tanto defendió, que una crítica genuina sustentada en hechos.

El “chayote”, al menos como lo conocíamos, murió con la llegada de un gobierno que decidió cortar los flujos de dinero a los medios tradicionales. Pero los ecos de ese sistema todavía resuenan en voces como la de Krauze, que no han sabido adaptarse al nuevo México. La historia pondrá a cada quien en su lugar, y mientras la 4T sigue construyendo un modelo basado en la transparencia y la justicia social, sus detractores tendrán que lidiar con el hecho de que el país cambió, aunque ellos no quieran verlo.