La detención en México el pasado viernes del narcotraficante más buscado por los Estados Unidos, Rafael Caro Quintero, debemos leerla como el precio que el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), ha tenido que pagar para intentar limar asperezas con su vecino del norte, debiendo incluso que sacrificar y traicionar su retórica de “abrazos no balazos”, para permitir a la DEA recobrar su dignidad, y de paso, congraciarse de alguna manera con La Casa Blanca, la cual días antes ya había comenzado a dar señales de su enfado con el presidente mexicano al brindarle un trato distante y mas bien huraño, en su más reciente visita a Washington.
AMLO y Joe Biden
Y es que, por más que se pretenda matizar los detalles finos del encuentro con Joe Biden, y se quiera justificar argumentando que no se trató de una visita de Estado, no se puede dejar de notar que el presidente estadounidense no hizo por salir a la puerta a recibir a su homólogo mexicano, -lo cual tampoco le habría restado al protocolo-, y su trato fue cordial pero dejando ver que AMLO no es alguien que le provoque algún tipo de empatía, -lo que está incluso plenamente justificando si se toma en cuenta la ya larga lista de afrentas que el inquilino de la Casa Blanca ha recibido del mandatario tabasqueño, quien en su más reciente provocación amagó con una campaña para desmontar nada menos que La Estatua de la Libertad-.
No sabemos lo que los dos presidentes hablaron tras bambalinas de ese polémico encuentro en el Salón Oval, (donde Andrés Manuel leyó su cartita a Santa Claus durante 31 minutos, de los cuales dedicó 10 para hablar de historia de Estados Unidos al presidente de ese país), pero está claro que en algún momento, el presidente mexicano se dio cuenta de que algo más tenía qué hacer a fin de atraer cierta consideración de su vecino.
La detención de Caro Quintero le cayó ‘como anillo al dedo’ a AMLO
Evidentemente tampoco sabemos si en esa charla fuera del scrip se mencionó a Caro Quintero, pero su detención le cayó a AMLO ‘como anillo al dedo’, pues de alguna manera logró acertar en dos direcciones; la primera, evidentemente para entregar a la DEA (Agencia antinarcóticos de Estados Unidos) al criminal mexicano que más ha odiado, y por quien ofrecía la recompensa más alta para un delincuente, 20 millones de dólares.
Pero hay que establecer que dicha agencia norteamericana no lo requería por su actual peligrosidad o porque le representara ya algún tipo de amenaza, sino por un ajuste de cuentas que quedó pendiente desde el momento en que fue asesinado el agente de la DEA infiltrado en 1985 en el cartel Guadalajara, Enrique “Kiki” Camarena. Desde entonces, la cabeza de Caro Quintero, a quien se le señala como quien ordenó y dirigió el homicidio del agente norteamericano, ha tenido un precio impuesto por el gobierno de Estados Unidos que ahora lo reclama para saciar esa sed de venganza que a 37 años de distancia no ha podido satisfacer.
La sentencia en su contra consideraba probado que el 7 de febrero de aquel año, cuando Kiki Camarena salía del consulado de Estados Unidos en Guadalajara, fue secuestrado por policías y entregado al Cártel de Guadalajara. En una finca de la organización, el policía estadounidense fue torturado una y otra vez mientras un médico le mantenía con vida. Cuando su cuerpo fue recuperado, se descubrió que había sido castrado y enterrado vivo.
Caro Quintero fue sentenciado a una pena de 40 años de prisión, la máxima sentencia por aquella época, pero en 2013 un error lo puso en libertad cuando apenas había compurgado 28, y antes de que diera tiempo a que la justicia reparara aquel fallo, ya se había escabullido a la Sierra.
“Desde su guarida ofreció una entrevista a la revista Proceso donde afirmaba: “Yo ya no soy un peligro para la sociedad. No quiero saber nada de narcotráfico. Si algo hice mal, ya lo pagué”, señaló tras negar su participación en la muerte de Camarena.
Pero la DEA en ningún momento cejó de buscarlo, y ahora pugna por su extradición.
La otra dirección en la que logró acertar López Obrador, es en evidenciar que en su administración no hay protección para delincuentes. Aunque, ciertamente, se le ha señalado de defender al cartel de Los Chapitos, -pues hay que recordar que incluso liberó a Ovidio Guzmán-, y justamente Caro Quintero se supone que es quien estaría al mando de un cartel rival, por lo que con su detención también se estaría favoreciendo a los herederos de el famoso Chapo Guzmán.
Lo cierto es que con la captura, AMLO logra una anotación de dos bandas; pues por un lado queda bien con el gobierno norteamericano y por el otro se quita de alguna manera el estigma de la presunción de que tiene alguna clase de acuerdo con el crimen organizado.
En México, Caro Quintero es un “cartucho quemado”
Ahora bien, hay que decir que en el mapa de México, Caro Quintero no es más que un cartucho quemado, un tipo que a sus 69 años de edad, habiendo transcurrido 28 de ellos en la cárcel, no significaba más que lo que ahora es, un trofeo para lucirse y ganarse de nuevo la simpatía de su vecino del norte.
Sin embargo, seguramente para la DEA la tarea no estará completada hasta tener en su poder al mencionado criminal y llevarlo ante la justicia de los Estados Unidos. De manera que es en este punto donde habrá que estar muy atentos en cuanto al procedimiento que se seguirá en nuestro país por parte del Poder Judicial, que por lo pronto, este lunes ya otorgó un amparo al narcotraficante para evitar su extradición.
Lo interesante será observar hasta qué punto México está dispuesto a entregarlo, siendo que dicho personaje debe poseer información con la que más de alguno en el actual gobierno seguramente estará preocupado de que se conozca del otro lado de la frontera.
Caro Quintero contra la estrategia de “abrazos, no balazos”
Como ya mencionaba al principio, la detención de Caro Quintero viene a contradecir la estrategia del actual régimen que predica “abrazos, no balazos”. De hecho, en los últimos días se ha conocido de decomisos que en este sexenio prácticamente no se habían dado.
Pero el costo más alto de la aprehensión del legendario narcotraficante, ha sido el fallecimiento de catorce infantes de La Marina, y uno más que resultó herido cuando el helicóptero Blackhawk en que viajaban se desplomó durante la operación. La Secretaría informó en un comunicado que parecía haber sido un accidente y el presidente también ordenó una investigación, quizá algún día se descubre que “fue un perno” lo que hizo caer a la aeronave.
Lo que sí nos queda claro es que seguimos pagando por las pifias y barrabasadas de nuestro presidente, quien ante tanta altanería y altivez en su discurso, ahora se tiene que esmerar en devolver a la Casa Blanca su dignidad intacta y a la DEA su orgullo.
Salvador Cosío Gaona en Twitter: @salvadorcosio1
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