Analizo con detenimiento las reacciones excesivas, en extremo ofensivas y clasistas que se han desplegado por parte de un puñado con altavoces que dominan el discurso en las redes sociales.
Me refiero a los emisores informativos de plataformas como Atypical TV, Latinus y sus seguidores, así como a periodistas, opinólogos y políticos en rol de comentócratas principalmente de Acción Nacional, cuyas cuentas han servido como nodos que reúnen a grupos sin el mismo privilegio y sin el mismo reflector que se identifican en cuanto al desprecio obradorista, hermanados por la aporofobia. Algunos –la mayoría– clases trabajadoras y medias que genuinamente piensan en que les quitarán lo poco o mucho que tengan.
Sus reacciones han acumulado el desprecio y el resentimiento en contra de un conglomerado imaginario compuesto por quienes votaron por Morena, pero a pesar de que la evidencia en sondeos posteriores demuestra que Claudia Sheinbaum triunfó con la preferencia de todas las clases sociales, excepto quienes se asumen patrones, así como por la mayoría de todas las edades y niveles educativos, exceptuando posgrado, la reacción que acumula el desprecio tan sólo se refiere a los menos favorecidos.
Desde la propina a meseros hasta el agradecimiento económico a empacadores del supermercado, algunos planean una “venganza” para todo el sexenio que revela, en realidad, la lucha de clases presente durante las últimas décadas, que a mi parecer, guarda origen histórico desde la conquista con el maltrato de la nueva clase imperial española y austriaca frente a los mal llamados “indios”.
El problema es que se trata de auténticos damnificados de la burbuja artificial creada por el algoritmo de las redes sociales. Son personas completamente convencidas de que sus versiones son las únicas posibles pues en los limitados espacios donde toman información e interactúan, como Twitter y Facebook, el algoritmo de recompensa se ha encargado de ofrecerles toda la información, notas, imágenes, memes, contenido, usuarios, periodistas y cuentas que confirman su pensamiento y que lo estimulan a radicalizarse aún más. No se trata únicamente del fenómeno de cámara de resonancia en que las opiniones, creencias e ideas se amplifican y refuerzan mediante la comunicación y repetición dentro de un sistema cerrado, aislado de puntos de vista contrarios que por lo regular, puede ser social además de tecnológico, o sea, que quienes más opositores se asumen, por lo regular tienen amistades o personas en común con las mismas ideas mientras que se alejan o cortan comunicación con quienes pueden tener la postura opuesta. Los individuos dentro de la cámara de resonancia suelen recibir y consumir información que confirma sus preconcepciones y evita información que las desafía.
A su vez, explica el triunfo de Andrés Manuel López Obrador y Claudia Sheinbaum, así como la manera en que Morena logró arrasar: aquellos que se informan con las mañaneras, guardan simpatía y se sienten representados por el obradorismo, difícilmente recibiría la información o análisis de los opositores por el simple efecto del algoritmo. A menos que se tratara de información compartida, ridiculizante o de escándalos que confirmen la incongruencia, corrupción o crítica contra opositores compartido por sus nodos de información, aquellos “influencers” de la 4T.
El algoritmo de las principales redes, tanto de Meta (Instagram y Facebook), Tik Tok así como X (antes Twitter) se basa en ofrecer el mismo contenido con el que uno interactúa más tiempo, el que genera más reacciones nuestras y de nuestros seguidores o seguidos con quienes interactuamos así como aquel contenido. Estos algoritmos se basan en principios de la psicología del comportamiento y del aprendizaje automático, buscando adaptar y personalizar el contenido mostrado a cada usuario para que sea lo más atractivo posible.
Quienes más consumieron el contenido anti obradorista, únicamente pudo ver en sus redes sociales a cientos de personas pensando de la misma manera, con lo que genuinamente pensaron que aquello es representativo tanto de ellos mismos como del entorno–país. Genuinamente pensaron que Xóchitl podría ganar y se encontraban completamente convencidos del hartazgo tan sólo porque lo único que pudieron observar fue la proyección de su propio sentir. Y ahora son quienes realmente no entienden qué sucedió, que necesitan recurrir a explicaciones mágicas como Pedro Ferriz y su teoría de la inteligencia artificial de los cubanos con la que lavaron mentes o la idea del “mega fraude”.
Realmente son damnificados del algoritmo, personas completamente aisladas a lo que dictaron sus dispositivos, que ya sea por sus profesiones o trabajos no pudieron interactuar con gente de otros contextos o por su propio sesgo intencional, racista o clasista lo evitaron.
La realidad es que este fenómeno atrapó a los famosos intelectuales de otras generaciones que no lograron guardar los principios básicos de la investigación y el análisis que exigen conocer el universo. Desde cómodos sillones de Polanco y Santa Fe, personajes como Krauze, Héctor Aguilar Camín, Denise Dresser y algunos aficionados al programa “Es la hora de opinar” no tuvieron con quien contrastar sus propias lecturas, ya sea porque esas otras personas fueran consideradas “ciudadanía de baja intensidad ¿o nivel? Como piensa Aguilar Camín.
Quienes con peores consecuencias cayeron en el mismo sesgo de las redes fueron Santiago Taboada y presidentes de los partidos opositores que hace tiempo perdieron el contacto a ras de tierra con la gente. Solo así se explica que, inclusive con diferencias tan amplias e incuestionables aun tomando en cuenta posibles errores de conteo, sigan aferrados a que el estrepitoso fracaso es culpa de todos menos de ellos mismo, su falta de proyecto, su desprecio a la ciudadanía diversa, su ofensa contra quienes pensaron distinto, su falta de labor de convencimiento y su arrogancia.
El presidente López Obrador ha entendido tan bien el juego, e inclusive, al algoritmo que lejos de quedarse en la conversación triunfalista que le ha favorecido, diariamente tiene el ejercicio de observar y analizar a sus opositores, destruyendo sus argumentos antes de que puedan hacer eco de los mismos. La inminente tarea para todos: analistas, periodistas, opositores y perdedores será bajarle al celular y subirle a las interacciones humanas en las calles con personas distintas. Bien podría ser esto un capítulo de Black Mirror en que todos aquellos abstraídos a la tendencia de sus celulares, un día despiertan y se dan cuenta de que hay más país, más gente, más territorio y más personas que piensan diferente. No hay más.