I. El libro
Hay un gran libro –por contenido y por peso; 600 páginas de papel grueso- que he querido obtener desde hace tiempo. Incluso he citado a su autor en un artículo sobre los ballets de Manuel de Falla tomando la cita de otros citadores. Me refiero a De música y músicos, de Jorge Velazco. Editado por la Dirección General de Publicaciones de la UNAM (DGP de no tan grato recuerdo a causa de uno de sus directores) y publicado por primera vez en 1983 (y creo, única); la tirada fue de 2000 ejemplares. Y está agotado o terminaron por embodegarlo, y de ahí por tirarlo o triturarlo cuando no fue comprado a bajísimo costo o robado en algunas de las ferias del libro de la UNAM. Por otra parte, no está disponible en formato PDF gratuito.
Algunas librerías de viejo lo ofrecen en línea a mil pesos o más. Una de ellas lo anuncia así: “Rústico, en buenas condiciones. La parte inferior del empastado está ligeramente maltratado, por clasificación de biblioteca”. Y en efecto, en la foto se ve el daño, en la parte donde se desprendió o raspó dicha clasificación que al parecer correspondía a una biblioteca de Puebla. Es decir que ese libro lo sustrajo alguien o la biblioteca lo desechó; sería muy raro lo segundo, por ser un libro de edición única y estar agotado (la propia librería de viejo que lo vende dice, ¡está agotado!).
Y es un buen libro no sólo por su cualidad de ser una obra de consulta, también por la calidad de su contenido, por expresar la consideración informada y aun comprometida de su autor que, además de pianista, director de la Filarmónica de la UNAM y fundador y director de la Sinfónica de Minería, fue investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, traductor y más que un aficionado de la literatura, como lo muestran sus artículos.
Coincidiendo con la lectura de un recuerdo de Carlos Montemayor por el fallecimiento temprano de su amigo y colega Jorge Velazco (1942-2003; ambos eran también abogados), publicado en La Jornada (“Jorge Velazco. In Memoriam”; 13 de agosto de 2003), recibí la grata sorpresa del obsequio del viejo y deseado libro.
Montemayor recuerda una frase del día en que conoció al entonces secretario del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM en 1966, “señores, hay que reconocer, lo más importante es la música”. Se sorprendió pero pronto percibió las afinidades con Velazco, quien era pianista y estaba interesado en convertirse en director de orquesta; Montemayor era guitarrista y deseaba educar la voz para el canto. Ambos cultivaban la literatura y comenzaban la escritura. Con el tiempo terminarían por reunirse “a comer carne roja y vino tinto” y afianzarían la amistad.
El libro, dedicado a Luis Herrera de la Fuente por su autor, presenta en la portada la clásica anatomía de un hombre sin piel creada por Andreas Vesalius, de pie y en pose sobre una suerte de lienzo pautado, más bien la página de una partitura orquestal (el libraco no contiene los créditos del diseño, a menos que esa página haya desaparecido del ejemplar que me ha sido regalado).
Al igual que La música por dentro del propio Velazco (1988), De música y músicos está compuesto por una compilación de artículos publicados en diversos medios como Revista de Bellas Artes, Revista de la Universidad, Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, Heterofonía, Pauta, Cuadernos de Música Iberoamericana, Latin America Music Review y Excélsior; de hecho, al título se agrega entre paréntesis que se trata de una Antología; de artículos, se sobreentiende. Un extenso recorrido por la acción y la obra del personaje de muerte sorpresiva y prematura que permutó el derecho por la música y la estética, se encuentra en “Lamento a la muerte de Jorge Velazco”, de Consuelo Carredano; AnalesIIE83, UNAM, 2003.
Además del “Prefacio” del compositor Rodolfo Halffter (maestro del autor, quien destaca la complejidad multidisciplinaria y la presencia en la vida cultural del discípulo) y una “Observación” del autor, el libro está estructurado por:
- Temas Generales
- Obras y Compositores
- Algunos instrumentos
- Intérpretes
- Temas Mexicanos
El humor no puede estar ausente. En la primera sección hay títulos como “Momias musicales”, “Medios masivos de insensibilización”, “El piano como instrumento de tortura”, o “Burrículum Vitae”: “El currículum vitae que algunos artistas suelen publicar en los programas de mano de sus actuaciones suele ser verdaderamente sorprendente. Al leerlo, se diría que uno de los más grandes músicos de la historia es quien actuará en esa ocasión”. Se intuye que no es difícil ganarse así la animadversión de no pocos; hay evidencias en el caso de Velazco.
[Nota: Estoy muy contento con el regalo recibido desde el norte del país, desgraciadamente, llegó con un intenso olor a gato, más propiamente a sus meados. Ya me han explicado que, entre un montón de libros, sirvió de refugio, cama y juego perezoso y distendido de un par de angoras; así que por ello incluso tiene mayor peso el volumen, por la absorción del pis felino. He estado sacándolo a airear al balcón, le he rociado alcohol y aromas y no logro triunfar aún sobre los gatos, tal vez porque ha llovido demasiado por estos días, porque ahora falta sol.]
II. El director
Halffter, Carredano y otros han señalado la inventiva del director orquestal para formar programas inusuales, atractivos, curiosos, pero uno de los intereses destacados de Velazco fue promover la ejecución de obras de compositores mexicanos poco o nada conocidos, como es el caso de Antonio Gomezanda (1894-1961). Sería una excelente decisión de la Dirección de Música de la UNAM ofrecer en youtube una selección de piezas, de obras dirigidas por Velazco durante tantos años. Un ejemplo de esa determinación es el poema sinfónico Lagos, para violonchelo, piano y orquesta de Gomezanda. Aquí va el primero de cuatro movimientos (y el más atractivo a mi oír) “Toque de ánimas”, dirigido por Velazco:
Con franqueza, no recuerdo qué programas, qué compositores le vi dirigir con la OFUNAM o la Sinfónica de Minería cuando fui estudiante en Ciudad Universitaria, pero su figura se perfila sobria, delgada, de mediana estatura caminando al podio antes de ascender-descender la batuta inicial o al volverse cara al público a recibir el reconocimiento y el aplauso. No había una gran expresividad, una explosión emocional, pero sí profesionalismo y serenidad, con eso bastaba; no era necesario el show –como es el caso de algunos directores- para ofrecer versiones musicales justas, con respeto y profundidad de conocimiento. No obstante, esa “frialdad” y su vocación por la escritura crítica le arrojaron frases de descrédito de sus detractores; normal, puede decirse.
Pero así lo rememora su amigo Carlos Montemayor: “A lo largo de muchos años, los amigos de Jorge Velazco sentíamos que su dirección orquestal no era sólo una actividad personal o solitaria, sino de todos nosotros, que su esfuerzo era también de nosotros. Tuvo la inteligencia, la tenacidad, el buen gusto para hacernos sentir que su arte era nuestro. Una generosidad que engrandecía aún más su amistad, su inteligencia. Y sí, su trabajo era nuestro, de alguna manera sentíamos que una parte nuestra estaba ahí, presente en sus programaciones anuales, en su tenaz empeño por engrandecer y conservar entre nosotros el milagro de la música que, como decía Walter Pater, es la condición a la que aspiran todas las artes”.
Una nota de La Jornada describe la atmósfera triste y solemne de la Sala Nezahualcóyotl al momento de rendir homenaje de cuerpo presente a Jorge Velazco el 6 de agosto de 2003 –algo insólito para semejante espacio; a no ser el vestíbulo de Bellas Artes-, quien apenas el fin de semana anterior había dirigido los dos conciertos del quinto programa de la temporada de la Sinfónica de Minería; infarto al miocardio, muerte súbita. Además de “Las golondrinas” al salir el féretro rumbo al Panteón Jardín, integrantes de la orquesta habían ejecutado la elegía para cuarteto de cuerdas de Giacomo Puccini, Crisantemi (1890), “Salvo esa pieza musical, lo demás fue silencio. Un silencio hiriente y pesado, acaso también lúgubre” (“Sólo los instrumentos rompieron el silencio”. Ángel Vargas, La Jornada, 07-07-2003). Tras ese silencio, queda escuchar y leer la obra de Jorge Velazco.
Una bella interpretación de la elegía Crisantemos, por el Enso Quartet:
Héctor Palacio en X: @NietzscheAristo