Estudié Derecho, como muchos. Y como muchos colegas, estoy en shock por la reforma judicial que ya es una realidad. Sí, la elección por voto directo de jueces y ministros ya no es una amenaza: es un hecho.
Y claro que me preocupa. Pero hay algo que me da vueltas en la cabeza: ¿Por qué esto pasó tan fácil? ¿Por qué la mayoría de la gente —la que no estudió Derecho— no está en pánico como nosotros?
Y creo que la respuesta es brutal y también simple: porque nunca lo sintieron suyo.
El Derecho se volvió un monólogo entre abogados
Durante años, jugamos a que el Derecho era una conversación entre especialistas. Un idioma técnico, “elegante”, cerrado. Las leyes se escribieron pensando en nosotros, los abogados, no en la gente. Y lo mismo pasó con el Poder Judicial: se blindó en jurisprudencias, recursos, lenguaje técnico y se olvidó de los destinatarios reales del derecho; me refiero a la gente.
Los abogados, nos acostumbramos a hablar entre nosotros, como si el resto del país no existiera. Como si la justicia fuera un trámite para iniciados o tocados por Seus. Y cuando casi nadie del pueblo (no abogados) salió a defender el poder judicial y a la división de poderes nos sorprendimos.
La teoría era perfecta, la realidad, no
Nos formaron con la teoría pura. Kelsen, Dworkin, Bobbio… pero nadie nos preparó para la pura realidad. Nos enseñaron un pensamiento ordenado, lógico, racional. Pero nadie nos preparó para ver que lo que dicen los libros y la teoría, nada tienen qué ver con la realidad de los juzgados o tribunales. Tampoco nos enseñaron, que las leyes aprobadas quedaron chicas para muchas madres que llevan años esperando que le resuelvan una pensión alimenticia. O a una mujer que no denuncia porque la fiscalía es un infierno. O a un campesino que no puede meter un amparo… porque no sabe escribir.
Y lo más doloroso es que sí hubo avances. No podemos negarlo. Se crearon leyes más garantistas, se fortalecieron instituciones, se firmaron tratados internacionales que —al menos en el papel— obligaban al Estado mexicano a respetar derechos humanos. Pero ese andamiaje nunca aterrizó en la vida cotidiana. Las reformas se quedaron atrapadas en el lenguaje técnico, en los boletines institucionales, en los congresos académicos. No se trata de romantizar lo improvisado ni de renunciar al Estado de derecho. Pero sí de reconocer, con una honestidad que nos cuesta, que construimos un castillo normativo sobre un país invisible. Que nos enamoramos de la técnica y olvidamos la empatía. Que convertimos al Derecho en un idioma sin traducción para quienes más lo necesitan.
¿De qué justicia hablamos si hay comunidades enteras sin pavimento ni luz? ¿A quién le importa la jerarquía de normas cuando no hay ni agua potable?
Lo que se rompió… ya estaba roto
Sí, la reforma puede traer retrocesos. Pero lo que había antes tampoco era sagrado. Durante años, la justicia funcionó solo para los que podían pagarla. Para los demás: indiferencia, burocracia y puertas cerradas.
Y ahora muchos lloran por lo que se perdió. Pero ¿qué se perdió exactamente? ¿Un sistema que ya excluía a millones?
La gente no cita a Kelsen… pero tiene memoria. Recuerda cuando fue ignorada. Cuando pidió justicia y no pasó nada. Cuando el sistema le dio la espalda.
Y ahora que vota, que decide, que exige… no lo hace desde la ignorancia.Lo hace desde la experiencia.
Tal vez el reto más grande no es resistir la reforma. Es entender por qué ocurrió. Y aceptar que, si defendemos un sistema que nunca funcionó para la mayoría, entonces también somos parte del problema.
Tal vez ha llegado el momento de que los abogados practiquemos algo que rara vez se enseña en las aulas: la humildad. De hacer un examen de conciencia y reconocer que el Derecho no puede seguir viviendo solo en los libros, en las leyes o en las sentencias que nadie lee.
El Derecho también es calle, contexto, desigualdad, urgencia. Si exigimos una justicia más cercana, más humana, más democrática, empecemos por nosotros. Porque no solo se reformó el Poder Judicial. También nosotros necesitamos una reforma. Y esa, no vendrá por decreto.