El jurista y politólogo argentino, Daniel Zovatto, con quien tuve el gusto de colaborar durante dos décadas en la consultoría electoral internacional, ha puesto el dedo en la llaga: la ciudadanía quiere resultados concretos de gobierno y si se los garantiza un outsider o un populista entonces votará por él o ella aunque corra el riesgo de que le restrinjan derechos.
De esa premisa se sigue que la médula del debate público en México de cara a las elecciones del próximo 2 de junio radica en saber o convencerse de quien lo ha hecho mejor. .
Si lo hicieron mejor los partidos que gobernaron antes de 2018 o si lo ha concretado el gobierno presidencial de Morena y López Obrador.
A la luz de las estadísticas y percepciones más relevantes, tanto en economía como en política social, la respuesta parece evidente.
Las oportunidades que el.electorado mexicano extendió al PAN en el.año 2000 y le revalidó dudosamente en 2006, como opción al PRI, lo mismo que la confianza que le regresó al PRI en 2012, naufragaron en medio de la persistencia del encarecimiento de los costos de la vida, el escándalo político, la corrupción impune y la depresión social.
El vuelco masivo del voto en favor de la propuesta lopezobradorista en 2018 expresó una decisión inobjetablemente democrática motivada en la intensidad de la expectativa frustrada, primero en 2006 (al negarse el voto por voto y casilla por casilla) y luego a partir del año 2014 (Ayotzinapa, la corrupción y los fatídicos gasolinazos mensuales de 2017-2018).
Con todos los riesgos propios del proyecto radical morenista, el electorado mexicano le entregó el mandato que ha sido trasladado a la normatividad y las políticas públicas hasta donde ha sido posible y con los límites que le ha podido marcar en algunos casos una débil oposición y en otros la Suprema Corte o el Tribunal Electoral.
Podrán discutirse los números o las consecuencias, o quizás los costos a largo plazo, pero todo parece indicar, dados los pulsos o fotografías que recogen las encuestas serias, que son mas quienes votarán por la continuidad que quienes lo harían por una nueva alternancia.
Desde luego que el gobierno de López Obrador no ha logrado todos sus objetivos y que se ha equivocado en algunos temas sensibles o se arriesgó de más al tocar intereses muy concentrados, ya en salud, seguridad o energía, o bien, que se demoró al instrumentar una reforma electoral o judicial de fondo (siempre permanecerá la cuestión de por qué no lo intentó antes de 2021, cuando gozaba de mayorías legislativas suficientes).
Empero, ante la anemia opositora y la ilegitimidad aún fresca de los partidos y liderazgos que causaron la situación problemática persistente, aún resultados modestos –que no lo son tanto– animan al elector a mantener el sentido de su decisión.
“Eficracia”es un término ingenioso que Zovatto ha inventado para caracterizar esa actitud práctica de gobiernos que responden de inmediato y frontalmente a retos públicos muy desafiantes, aún en desdoro del reclamado estado de derecho que en su momento también fuera violentado por los entonces gobernantes, hoy opositores.
Bajo tales condiciones es perceptible que para la gente común, para la mayoría social y ciudadana, las cosas al menos no están peor, por lo que es entendible que decida continuar con el riesgo de cambiar aun careciendo de la certeza de que las formas y los contenidos de las políticas vigentes proveerán un mejor futuro. A ciencia cierta, ¿Quién lo puede saber?