¿Cómo gestionan los líderes exitosos una alta aprobación? En el complejo mundo de la política y el liderazgo, alcanzar la popularidad es sólo la mitad de la batalla; mantenerla es el verdadero desafío.

La historia ofrece innumerables ejemplos de líderes que ascendieron rápidamente en la estima pública sólo para caer con la misma rapidez debido a una mala gestión de su imagen, mensaje o políticas.

Por otro lado, unos pocos han mantenido altos índices de aprobación de forma constante durante largos períodos. Estos líderes comprenden que la popularidad es un activo dinámico: frágil, fluido y determinado por la percepción pública, la comunicación estratégica y el liderazgo auténtico.

Nicolás Maquiavelo decía, en “El Príncipe”, que “más vale ser temido que ser amado, si no se pueden ambas cosas”. Sin embargo, el liderazgo moderno demuestra que se puede y se debe lograr un equilibrio entre el afecto y el respeto de los ciudadanos. Los líderes más exitosos gestionan su popularidad no mediante la complacencia, sino utilizando la aprobación como herramienta, aprovechándola para impulsar políticas, unificar a sus electores y protegerse de las crisis.

Una de las estrategias clave empleadas por estos líderes es la configuración deliberada de la narrativa. El expresidente estadounidense Barack Obama, por ejemplo, mantuvo altos índices de aprobación durante gran parte de su presidencia. En sus memorias, “Una tierra prometida”, reflexiona: “lo que aprendí rápidamente fue que la historia que cuenta un presidente es tan importante como las políticas que implementa”. El estilo de comunicación de Obama —medido, ambicioso y basado en la empatía— le permitió cultivar un sentido de confianza.

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Según la profesora de la Universidad de Pensilvania, Kathleen Hall Jamieson, “los líderes que enmarcan sus políticas dentro de narrativas con resonancia emocional tienen más probabilidades de mantener el apoyo público, incluso en tiempos turbulentos”. (“Presidentes que crean la presidencia”, 2008)

Gestionar los altos índices de aprobación también requiere adaptabilidad sin renunciar a los principios. La primera ministra neozelandesa, Jacinda Ardern, quien gozó de admiración mundial por su liderazgo durante la pandemia de Covid-19, fue un claro ejemplo de ello. Su combinación de compasión y decisión le valió un amplio reconocimiento. Ella dijo en una entrevista en 2020: “se puede ser empático y fuerte a la vez”. El comentarista Simon Jenkins, en The Guardian, argumentó que el éxito de Ardern residía en su “capacidad de proyectar una autoridad serena y hacer que la gente se sintiera escuchada”.

La transparencia es otro pilar fundamental en la gestión de la popularidad. Los líderes que se comunican con honestidad durante las crisis tienden a conservar la confianza pública. Durante la “crisis de los misiles de Cuba”, la aprobación del presidente estadounidense John F. Kennedy se disparó tras dirigirse públicamente a la nación con información clara y sincera sobre la amenaza.

“El gran enemigo de la verdad no es la mentira... sino el mito”, advirtió Kennedy en un discurso de graduación en la Universidad de Yale, en 1962. Este reconocimiento de la importancia de decir la verdad sigue siendo relevante para los líderes actuales. Doris Kearns Goodwin ha enfatizado que “la popularidad sostenida depende menos de la perfección que de la percepción de integridad”. (“Liderazgo en tiempos turbulentos”, 2018)

Gestionar altos índices de aprobación es una tarea compleja para los líderes exitosos; requiere un equilibrio entre mantener el apoyo ciudadano y tomar decisiones basadas en principios que no siempre coinciden con la opinión pública. Los líderes eficaces comprenden que, si bien los índices de aprobación pueden reflejar el apoyo público, el verdadero liderazgo exige priorizar los objetivos a largo plazo sobre la popularidad pasajera.

El expresidente estadounidense Ronald Reagan resumió este sentimiento al afirmar que “el mejor líder no es necesariamente el que hace las cosas más grandes, sino el que impulsa a la gente a hacer las cosas más grandes”. Esta perspectiva subraya que un liderazgo eficaz se trata de empoderar a los demás en lugar de buscar el reconocimiento personal.

Los líderes exitosos construyen y mantienen una imagen pública positiva al alinearse con una causa superior a ellos mismos. Nelson Mandela logró no sólo ganar popularidad, sino elevarla a una autoridad moral. Su humildad y visión de largo plazo para la reconciliación fueron cruciales para preservar su posición. Escribió en “El largo camino hacia la libertad”: “un líder debe actuar en el mejor interés de la nación, incluso si su propia popularidad se resiente”. Esta sabiduría paradójica —que a veces se preserva mejor la popularidad al no perseguirla— distingue a los grandes líderes de los meramente carismáticos.

La capacidad de adaptarse al sentir ciudadano sin perder su identidad es crucial. Franklin D. Roosevelt, quien ejerció cuatro mandatos y mantuvo una sólida aprobación durante la mayoría de ellos, dominó esto. Jon Meacham escribe en “El alma de América”: “el genio de Roosevelt residió en su capacidad de encarnar la esperanza incluso al reconocer las dificultades”. Al utilizar charlas informales para hablar directamente con los ciudadanos, forjó una conexión emocional sin precedentes con el pueblo estadounidense.

Los altos índices de aprobación son la moneda de cambio más codiciada del liderazgo político; son una validación de la visión, la competencia y la conexión con la población. Sin embargo, esta misma popularidad presenta desafíos únicos que pueden consolidar el potencial transformador de un líder o convertirse en una jaula de oro, obstaculizando la acción audaz y, en última instancia, conduciendo al declive. Los líderes exitosos comprenden que la alta aprobación no es un fin en sí mismo, sino un poderoso instrumento que exige una gestión cuidadosa.

Uno de los principales retos de la alta aprobación es la tentación de la complacencia. La calidez del apoyo público puede inducir al líder a una falsa sensación de seguridad, disminuyendo la urgencia de la innovación y la reforma continuas. Los líderes que se regodean en la alta aprobación pueden conformarse con un progreso gradual, sin aprovechar las oportunidades para un cambio verdaderamente transformador. Corren el riesgo de volverse reactivos en lugar de proactivos, abordando las preocupaciones inmediatas sin una visión clara de largo plazo.

La presión para mantener una alta aprobación puede generar reticencia a tomar decisiones difíciles pero necesarias. Los líderes pueden preocuparse excesivamente por la popularidad a corto plazo, evitando políticas que podrían encontrar resistencia pública inicial, incluso si benefician a la nación.

Como bien señaló Winston Churchill: “un estadista debe tener la valentía de actuar en contra de la opinión de sus expertos”. Esta valentía se pone a prueba al enfrentarse a la posible erosión de la popularidad que pueden conllevar decisiones controvertidas pero cruciales. La búsqueda de la aprobación perpetua puede sofocar el liderazgo necesario para afrontar desafíos complejos.

Los líderes exitosos entienden que la popularidad es un recurso que debe desplegarse estratégicamente, y no un ego frágil para la acaricia constante. La alta aprobación sirve para generar consenso, movilizar apoyo para agendas ambiciosas y capear las inevitables tormentas de las críticas. Muchas cosas parecerían imposibles hasta que se hacen. Un líder popular posee el capital social necesario para persuadir al público a aceptar cambios desafiantes, pero a la larga beneficiosos, convirtiendo el escepticismo inicial en apoyo final.

La gestión eficaz de la popularidad exige mantener la humildad y la perspectiva. Los líderes que se obsesionan con su propia aprobación corren el riesgo de perder el contacto con las realidades que enfrentan las personas a las que sirven. Pueden aislarse, rodearse de aduladores y perder la retroalimentación crítica necesaria para una toma de decisiones acertada. La cualidad suprema del liderazgo es la integridad. Exige un compromiso con la verdad y el bien común, incluso cuando pueda mermar la popularidad a corto plazo.

Los líderes sabios comprenden que la popularidad suele ser efímera. La opinión pública es voluble, influenciada por multitud de factores, muchos de los cuales escapan al control directo de un líder. Centrarse únicamente en mantener una alta aprobación puede llevar a un enfoque de gobernanza reactivo y, en última instancia, insostenible. En cambio, los líderes exitosos priorizan generar confianza mediante acciones consistentes, una comunicación transparente y un compromiso genuino con sus valores y objetivos declarados.

A la gente no le interesa tanto lo que el líder hace sino el por qué lo hace. Por eso, tiene que explicarlo. Alcanzar una alta aprobación no es un destino, sino un delicado equilibrio que requiere autoconciencia, comunicación estratégica y claridad moral. Los líderes exitosos gestionan su popularidad manteniéndose auténticos, transparentes y receptivos al cambio. No exigen lealtad, se la ganan.