Las confesiones sobre violencia, gritos y presión que recibió Xóchitl Gálvez como candidata presidencial del PRI y del PAN son la punta del iceberg de un sistema interno sobre el que pocas mujeres políticas tienen incentivos para hablar.
Sea por autenticidad o por autonomía y transparencia, Xóchitl Gálvez ha roto el silencio sobre prácticas perversas pero muy comunes que los presidentes de partido ejercen principalmente contra mujeres candidatas al pensar que pueden disponer de ellas, sus discursos, actos, regañarlas, gritarles y arrancarles cualquier tipo de autonomía.
Marko Cortés ha encabezado al panismo más falso de las últimas décadas, el que finge inclusión y se dice “feminista” mientras pierde los estribos contra su candidata presidencial y Alejandro Moreno se acerca a la condescendencia, ese trato compasivo de aquellos que se manejan superiores a las mujeres que usualmente infantilizan.
En comparación, es importante destacar que estas elecciones fueron una prueba de fuego por el hecho de que dos mujeres aspiraran al cargo más alto y que lo hicieran de una manera tan distinta. Claudia Sheinbaum también ha sido víctima de este tipo de actos, aunque de maneras más sutiles como con los actos invasivos a su cuerpo por parte de López Obrador al besarla con aquel abrazo tan posesivo del que ya sabemos que hablo; pero vale la pena decir que, a diferencia del PRI y del PAN, el obradorismo confió en las características, habilidades y disciplina de su candidata.
El PRI y el PAN, comandado por banalidades y superficialidades, parece haberse enfocado en la imagen de Gálvez, su ropa y su tono de voz, sus relaciones y trato hacia otras mujeres y en tanto, López Obrador como el gobernante con un proyecto de transformación histórica, priorizó el proyecto de continuidad y principalmente el compromiso con sus reformas irrenunciables, es decir, tiene intenciones de influir en la presidenta más en el fondo que en la forma.
Aunque en ambas candidaturas, hay machismo de un sistema partidista que por definición es patriarcal, el Partido Acción Nacional demuestra que sigue siendo ese conglomerado de hombres blancos que se asumen superiores, que consideran a las mujeres objetos obedientes y destilan rabia cuando una se atreve a pensar por si misma. Insisto en que Xóchitl Gálvez se equivocó de partido en el cual militar.
Prácticamente, su campaña estuvo plagada de propuestas hechas previamente por la presidenta Sheinbaum y valores construidos en el ideario narrativo colectivo por el obradorismo, como el reconocimiento a las mujeres, la justicia social y el orgullo por enaltecer los pueblos indígenas. Ahora que conocemos la tremenda presión y violencia tras bambalinas, se explica doblemente el fracaso de los partidos anacrónicos que representan a una pequeña minoría en la que no caben las mujeres con poder ni las de pensamiento propio.
El resultado puede anticiparse y seguirán siendo sendos fracasos pues lejos de la reflexión y reparación de los daños, ahora el PRI, por ejemplo, en su lógica superficial aspira a un cambio de estética. Nuevo nombre, nuevos colores. El extinto PRD busca algo similar: utilizar el marketing de la Marea Rosa para continuar recibiendo financiamiento público y participación electoral, aunque proyecto ya no tengan ni ideales o perfiles que los encabecen. Son superficiales y limitados a pensar que el país sigue siendo el mismo México al que podían convencer diciéndole que si amaban a su país, votaran por los colores de su bandera.
Xóchitl Gálvez ha sido valiente, al final de cuentas. La historia habría sido distinta si su postulación hubiera sido por la jefatura de gobierno. Hasta en eso, el machismo prianista se auto boicoteó: ¿cómo quitarle al Cártel Inmobiliario de la Benito Juárez el monárquico y legítimo derecho de postular a uno de los suyos?
La última reflexión es que si alguien se compró aquella del nuevo PAN feminista y LGBTTTIQ, sepa quien es quien. No hay un solo partido libre de machismo, pero definitivamente hay algunos peores.