El mundial de fútbol de Qatar llegó a su fin en medio de contrastes extremos. A la muerte de miles de trabajadores migrantes durante la construcción y despilfarro en una serie de estadios que no se utilizarán a partir de ahora, se sumó un ambiente enrarecido por la celebración del mismo en invierno, en medio de una pandemia y de enfermedades prácticamente desconocidas en otras partes del mundo tales como la “fiebre del camello”, lo que contribuyó a un ambiente diferente al que se ha vivido en anteriores entregas.
Otros temas, por ejemplo, el fracaso de México en la fase de grupos, contribuyó a dejar un sabor amargo para los aficionados de su país. Lo único que vino a salvar el torneo fueron los 30 minutos finales del encuentro que se fue a tiempos extras y posteriormente tiros penales de la final, entre Argentina y Francia.
Si Lionel Messi llevó a los mediocres compañeros que tiene desde hace 16 años a la final es gracias a que logró sacudirse la sombra del fallecido Maradona. Sin embargo, esa no es la principal enseñanza que la final deja, más allá del mérito de la tercera estrella para el fútbol argentino.
La principal enseñanza es la calidad de Kyllian Mbappé, rompiendo todos los récords al anotar tres goles en una final, lo cual pone sus alcances muy por encima de Messi y de Cristiano Ronaldo, jugador cuyo único defecto fue el haber jugado su carrera en estos tiempos.
Fue la mejor final posible en el peor mundial de la historia. Para citar a Dickens, fue “el mejor de los tiempos y el peor de los tiempos”.