Hay un México que pareciera muerto en vida, al que hoy le significa muy poco celebrar las fiestas patrias. Como un pueblo históricamente sometido desde la Conquista, nuestros territorios han pasado a ser dominio de pistoleros con habilidades políticas y después, de políticos en lo formal y de pistoleros en lo fáctico.
El hecho es que hoy el orgullo mexicano suena en los corridos tumbados y se ha convertido en un símbolo de supervivencia. Pienso en todas las abuelas que antes cocinaban tradicionales recetas al momento de recibir las visitas de sus nietos, hijas y familiares. En 15 municipios este 15 de septiembre no habrá grito ni posibilidad de salir a la calle porque la violencia de los pistoleros de hoy incluye camiones quemados, bombas, levantones y muy pocos “Viva México”.
También pienso en que es el último grito que dará Andrés Manuel López Obrador. Uno en el que muchas personas tienen muchas razones para estar muy tristes. Pienso que el otro México en el que todo se solucionaba con una botella de tequila, según el consejo de Pedro Infante en sus películas, ha muerto. Hoy existe incertidumbre y ni el júbilo de quienes gobiernan es tan grande como para procesar el desasosiego colectivo que se eleva entre los mercados, azorado por la inflación.
Pienso en que esta noche, el mandato debe ser olvidarse de la política, preferencias electorales, resultados y reformas judiciales para que cualquier familia pueda convivir sin agitarse. Que el coraje y la rabia que hoy muchos sienten puede ser paralizante: hacer que el más sensato desaparezca de la fiesta mientras el más insolente le pide que ‘disfrute lo votado’.
Es el último grito de AMLO, pero también el último en el que se grite con tres poderes constituidos de la república, con un poder judicial autónomo. Cómo si fuese el último grito de lo que conocimos hasta hoy.
X: @ifridaita