Diariamente nuestros límites en la capacidad de asombro son puestos a prueba por situaciones que rebasan el horror. Tres niñas en Sonora, de nueve y once años, fueron encontradas muertas y abrazadas junto al cuerpo de su madre, todas asesinadas a balazos presuntamente por la pareja sentimental de ella. Sucedió en Hermosillo y pasó una semana después de que en Chimalhuacán, bajo un sillón, se ocultara el cuerpo de otra niña asesinada también de manera violenta. Los límites de lo que creíamos capaz de horrorizarnos se ponen a prueba cada día por realidades que superan lo imaginable.
En el caso de Sonora, el padre de las niñas ha pedido justicia mientras que se le han comprobado vínculos con una célula criminal que trafica armas y drogas al agresor. Las niñas más grandes eran gemelas y protegían a su hermanita. El crimen tiene todas las notas de machismo, lejos de que haya empatía, la misoginia ha provocado que usuarios responsabilicen a la madre de su fatídico final sin cuestionar que en esta historia, la información a la que lograron acceder las autoridades no era la misma que tenía ella.
A esto se suman tragedias recientes en todo el país: una niña de seis años fue brutalmente asesinada a golpes en Ecatzingo, Estado de México, presuntamente por su madre y un amigo. En Chiapas, una niña de doce años fue hallada sin vida, semi enterrada. En Taxco, Guerrero, Camila, de ocho años, fue secuestrada y asesinada en un crimen que indignó a nivel nacional, se cumple un año sin justicia. En el Estado de México, Norma Lizbeth fue golpeada por una compañera de escuela hasta la muerte. Son nombres que se acumulan en el silencio institucional y en la impunidad.
En 2024 murieron 510 niñas y adolescentes por homicidio en México. De ellas, 79 fueron víctimas de feminicidio, una cifra que creció respecto al año anterior. En enero de 2025, se documentaron seis feminicidios y 34 homicidios de niñas y adolescentes. Se estima que una niña es asesinada cada día en el país y que 50 ingresan a hospitales diariamente por violencia familiar.
Las niñas tienen cinco veces más probabilidades de ser asesinadas que los niños, y una de cada cuatro fue asesinada dentro de su hogar. A pesar de esta violencia sostenida, el 95% de los feminicidios queda sin sentencia y solo el 20% de las carpetas de investigación prosperan.
Estos no son hechos aislados. Son síntomas de un país donde el Estado llega tarde o no llega, donde las niñas viven expuestas a la violencia extrema incluso en sus espacios más íntimos. Lo curioso es que las prioridades sean profundamente políticas y no sistémicas. Importa hacer acordeones y operar una elección judicial pero es irrelevante conocer que la pedofilia muestra a señores de 90, 80 y 70 embarazando a niñas de 10, 11, 14. Importa acusar a la oposición y atacar a todos los expresidentes emanados de ella pero no importan los infanticidios y feminicidios. Importa maquinar una reforma electoral y decir que esas niñas tenían beca Benito Juárez pero es irrelevante homologar las medidas de combate a la violencia machista en todo el país. En Sonora nadie sacó al agresor de algún domicilio pero un agresor si pudo sacar a una familia completa de su hogar, acribillarlas y dejarlas en una carretera.
Mientras no exista una respuesta firme con prevención, justicia y reparación, el horror seguirá repitiéndose. Cada historia es una advertencia que no estamos escuchando. Cada niña asesinada es una señal más de que este país no sabe —o no quiere— cuidarlas. Resignarse a esa realidad aniquila toda posibilidad de esperanza. El México que abusa de las niñas que crecen en su territorio, el que tiene en cada hijo un soldado dispuesto a violar cuando se hace mayor, el que mata, el que acribilla, el que culpa a las víctimas por estar cerca de un agresor. El que mira los periódicos y ya no le asombra nada. El que encabeza la estadística de pornografía infantil. Ese México.




X: @ifridaita