En términos estrictamente económicos, la sólida llegada de Donald Trump y su equipo, particularmente de Elon Musk a la administración norteamericana, abre expectativas y espacios nunca antes vistos para el manejo de las finanzas públicas norteamericanas y su evidente impacto hemisférico.

Distintos escenarios prospectivos de las más grandes firmas de análisis financiero coinciden en señalar que la expectativa de crecimiento de los inversionistas se modificó del -10%, al +25%. La creación de la oficina de desarrollo gubernamental que encabeza el magnate de los autos eléctricos es, en sí misma, una joya de creatividad con enormes márgenes de incidencia entre los emprendedores norteamericanos que apuestan por la innovación, la consolidación de nuevos mercados y los modelos financieros heterodoxos.

Elon Musk ha desconfiado públicamente del desarrollo de la inteligencia artificial, calificándola de potencial desastre pues, los procesos de análisis de datos y los algoritmos preestablecidos en los principales proveedores de este servicio, no devienen de procesos automáticos de búsquedas generales no selectivas, sino que son nutridos por programadores ideologizados que pretenden hacernos creer que las conclusiones de la IA son productos impersonales de procesos lógicos estrictamente robotizados cuando en realidad, se trata de cúmulos de datos que pueden perfectamente sesgarse desde los programas de búsqueda, ejecución y conclusión que son orquestados por programadores sujetos a criterios humanos y de línea woke.

En un esfuerzo desesperado y contra todo proceso lógico, las naciones europeas han exigido a la administración Biden que en el tiempo que queda, otorguen todos los recursos posibles al tambaleante gobierno de Zelenzky que enfrenta, por primera vez, una crisis de legitimidad interna derivada de su pésima gestión en la guerra con Rusia. Si a esto sumamos la crisis política en Alemania, principal aportante europeo de dinero y de ideas a la OTAN, podremos percatarnos de que la dictadura de la insensatez ultra progresista se aproxima contundente e irremediablemente a un final esperado por muchas de las sociedades occidentales. La dictadura de lo políticamente correcto será sustituida por el sentido común; sin embargo, Europa apostó todo al triunfo de los demócratas y hoy enfrenta la consecuencia de la parcial visión de sus liderazgos que se venden y se compran el hecho falso de que las sociedades occidentales han asumido como propios los valores impuestos de la agenda 2030. El colmo es que, a pesar del evidente repudio mayoritario a las imposiciones ideológicas de la política verde, el empoderamiento de minorías artificiales y el ataque consistente a los liderazgos del llamado sur global, estos líderes que hace 10 años pusieron de moda la bandera de los colores y las consignas de lo irracional, luchan contra sus propias sociedades, empujándolas por la ruta del exterminio que ya pocos acompañan.

Emanuel Macron y Justin Tradeau son hoy figuras repudiadas en el occidente cristiano y aún así, pretenden mantener el poder en sus gobiernos, aliándose con lo que sea (como el caso de Sánchez en España) para mantener su catecismo ultra progresista como el credo del Estado.

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Lo cierto es que el volumen de la economía norteamericana, su continuada inversión de 600 mil millones de dólares al año en gastos de defensa, y su influencia global, van a cambiar la ecuación de manera sostenida a un mundo más equilibrado donde los intereses económicos del libre mercado se concentren en la mejor competencia con China y la consolidación de los mercados asiáticos.

En este contexto, la política energética de la nueva época Trump está alcanzando consensos (también dado el incremento continuado del PIB mundial y la infraestructura tecnológica de naciones tanto ricas como emergentes) en energías tradicionales como el petróleo y el gas, mucho del cual se obtendrá vía fracking y un impulso decidido a la producción de la energía con base a plantas nucleares, mismas que ya fueron removidas del índex verde que las señalaba como peligrosas pues, la necesidad de Europa Occidental para sustituir el gas ruso, los lleva a reconsiderar esta importante herramienta de producción energética.

Para México es indispensable iniciar de manera seria la explotación de campos de esquisto vía fracking, que equilibrará la caída de la producción de crudo que continúa acentuándose y que, derivado de los costos enormes de los proyectos de refinación del Estado, no puede ya siquiera sostener los costos de producción de la empresa pública.

No hay que ser genio para pronosticar que la era Trump en esta materia traerá estas tecnologías (fracking y plantas nucleares) a un México ávido de más energía que le permita aprovechar el llamado nearshoring que, por esta carencia, empieza a volverse lejano.