La encuesta que aplica la dirigencia de Morena -para puestos de elección popular- no ha llegado al umbral. Es más, no se acerca ni tantito al principio democrático que dice abanderar Morena para dar certeza a los ejercicios de selección de perfiles. De hecho, el método ha tenido matices incuestionables debido a que hay casos donde no hay competencia interna. Es decir, ejemplos como el de Sinaloa con Rubén Rocha; o el de David Monreal, en Zacatecas, lo mismo que Sonora, con Alfonso Durazo, eran tan evidentes por el tamaño de ventaja que tomaron antes de que el partido lanzara la convocatoria.

O sea, no había forma de cuestionarlos. Sin embargo, otros de esa misma magnitud han tenido ese mismo elemento común incuestionable; el problema de ello es que, sin importar ese margen, la Comisión Nacional de Encuestas ha incurrido en irregularidades y manipulaciones dado que los mecanismos de evaluación a priori, simplemente son ignorados o sucumbidos porque la toma final de decisiones la tiene el órgano interno de Morena.

El hecho es que, esa situación, genera una sospecha que la mayoría de militantes no reconocen. No hay, hasta este momento, una garantía ni certeza de que esa evaluación se aplique. Eso, a la postre, deja dudas y mucho escepticismo dado que siguen siendo mecanismos fácilmente manipulables. Cualquiera que tenga injerencia o acceso puede recurrir a modificar la tendencia. Al menos eso es lo que percibimos pues los resultados se encumbran en archivos que jamás han salido a la luz pública.

No hay certeza sí ese cuestionario se levanta o no. De pronto, eso es un enigma porque hay datos previos que no coinciden con el resultado final. Pasó en Michoacán en 2021, cuando impusieron en la candidatura de Morena a Raúl Morón; el mismo caso sucedió en la previa del 2018 para elegir al abanderado del lopezobradorismo en la Ciudad de México. De hecho, fue favorable a quien no la mereció; si hubiese imperado la democracia y la voluntad del pueblo Claudia Sheinbaum no hubiera sido, en este momento, titular del ejecutivo estatal en la capital del país.

Eso ratificó, en ese instante, que las encuestas no son confiables. De entrada, porque generan un conflicto de intereses de acuerdo con la percepción que se llega a sentir con la cargada o el favoritismo. Como eso significa un obstáculo para la democracia y el principio plural de la toma de decisiones del pueblo, lo mejor es buscar otra alternativa para que la responsabilidad no recaiga en la dirigencia nacional de Morena siendo que ellos, hoy por hoy, no constituyen esa apertura transparente que la militancia ha manifestado, lo mismo que los propios presidenciables.

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Lo más correcto políticamente es, en ese sentido, que la metodología se aplique con instituciones de prestigio. O sea, que sean cuestionarios confiables en la calidad de la evaluación los que recolectan el verdadero pulso de la sociedad. De hecho, algunos aspirantes a la silla presidencial han planteado la propuesta de contratar cinco casas encuestadoras, es decir, las que mejor calificación de acierto tengan, especialmente en el prestigio, incluso bajo la propia vigilancia y escrutinio del órgano electoral del INE.

De entrada, eso evitará una fractura o desencuentro interno ya que, al menos dos de los cuatro aspirantes a la silla presidencial, no están de acuerdo con que el partido sea el árbitro de la contienda electoral, sobre todo porque se presta a malas interpretaciones y son, en esos ejercicios, víctimas de una injusticia.

Eso lo dijimos: sería un punto de inflexión o el detonante para provocar un boquete de dimensiones muy altas como para perder la elección del 2024. Si Morena sigue en esa postura, el escenario se puede tornar complejo debido a que hay, desde este momento, un piso disparejo que no está apegado a la apertura de la carta que envió Mario Delgado. Hay destellos, pero falta poner sobre la mesa el término de una estrategia de publicidad como la que está llevando a cabo el equipo de comunicación de la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, incluso esos anuncios han plagado al país de espectaculares.

Eso se tiene que frenar. Sería bueno que hubiera un pacto de civilidad entre Claudia, Marcelo Ebrard, Adán Augusto y Ricardo Monreal, con el fin de respetar el proceso interno. Eso significaría un gesto democrático, y la puerta para encontrar un equilibrio en la apertura que -se supone- corrigió el presidente a través de la interlocución de Mario Delgado, quien envió una misiva a los gobernadores y gobernadoras emanadas de Morena.

Esa será la clave para que Morena llegue sólido al proceso sucesorio, sobre todo en unidad. En todo caso, el único obstáculo que puede llegar a constituir una barrera inmensa es la encuesta que organiza Morena. Eso marcará la gran diferencia y el camino del futuro inmediato, Es decir, si la dirigencia se aferra a la idea de organización y se niega a dar apertura a otras alternativas, hay un riesgo latente que significará, al final de cuentas, un costo político muy alto que definirá un antes y un después.

Si hay flexibilidad y consenso para que instituciones de renombre y credibilidad se encarguen del proceso interno, el candidato que elija el pueblo será legitimado y, lo mejor de todo, apoyado por todos los aspirantes que participen en la elección interna porque se reconocerá y validará una evaluación calificada como auténtica y democrática, de otra forma no, al menos que sea una elección primaria.