La insistencia de la creación de un diálogo interreligioso es extrañamente impulsada desde la iglesia romana que busca, por todos los medios, una suerte de hermanamiento con otros credos que no parecen sustancialmente interesados en estas posiciones que pretenden igualar religiones con claros fines políticos; ni el jefe del Estado teocrático de Irán, ni los altos representantes de los credos hindúes, ni líderes del budismo como el Dalai Lama, renuncian al contenido de sus preceptos o encabezan actos ecuménicos que impliquen mandar un mensaje, al menos extraño, a sus propios seguidores. Esto sólo se da en la iglesia católica que, por algún motivo, más bien político que de fe, insiste en buscar elementos de identidad con fieles de distinto signo que, además, como es de esperarse, asumen estos episodios como símbolo de debilidad de la espiritualidad en occidente, lo que trae consigo que suenen ecos de antaño sobre actos actuales.
El pasado 13 de septiembre en Singapur, el Papa Francisco pronunció un discurso que, en su contenido, evidentemente, se opone a las enseñanzas de la iglesia pues directamente sostiene que las distintas religiones son todas y, paralelamente, caminos de salvación. El Papa sostuvo en su discurso: “una de las cosas que más me ha impresionado de ustedes, los jóvenes, que están aquí, es la capacidad de diálogo interreligioso. Y esto es muy importante, porque si empiezan a discutir –”mi religión es más importante que la tuya”, “la mía es la verdadera, en cambio la tuya no es verdadera”-. ¿A dónde lleva todo esto? ¿a dónde?, que alguien responda ¿a dónde? [alguien responde: “a la destrucción”]. Y así es. Todas las religiones son un camino para llegar a Dios. Y, hago una comparación, son como diferentes lenguas, como distintos idiomas, para llegar ahí. Porque Dios es Dios para todos. Y por eso, porque es Dios para todos, todos somos hijos de Dios. “¡pero mi Dios es más importante que el tuyo!” ¿eso es cierto? Sólo hay un Dios, y nosotros, nuestras religiones son lenguas, caminos para llegar a Dios. Uno es musulmán, hindú, cristiano; son caminos diferentes. Understood?”.
La anterior información está en clara oposición a lo sostenido en el evangelio de San Juan cap. 14, vrs. 1-12, donde se sostiene: “en aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: no pierdan la paz. Si creen en Dios, crean también en mí. En la casa de mi padre hay muchas habitaciones. Si no fuera así, yo se los habría dicho a ustedes, porque ahora voy a prepararles un lugar. Cuando me haya ido y les haya preparado un lugar, volveré y los llevaré conmigo, para que a donde yo esté, estén también ustedes. Y ya saben el camino para legar al lugar a donde voy. Entonces Tomás dijo: señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino? Jesús respondió: yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al padre si no es por mí. Si ustedes me conocen a mí, conocen también a mi padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto. Le dijo Felipe: señor, muéstranos al padre y eso nos basta. Jesús replicó: Felipe, tanto tiempo hace que estoy con ustedes ¿y todavía no me conoces? Quien me ve a mí, ha visto al padre. ¿Entonces por qué dices: muéstranos al padre? ¿o no crees que yo estoy en el padre y que el padre está en mi? Las palabras que yo les digo, no las digo por mi propia cuenta. Es el padre que permanece en mí, quien hace las obras. Si no me dan fe a mí, créanlo por las obras. Yo les aseguro: el que crea en mí, hará las obras que hago yo y las hará aún mayores, porque yo me voy al padre”.
Cuando con conocimiento pleno y contumacia un católico se opone a la verdad revelada, incurre en herejía, y esta herejía es formal cuando no cabe duda que quien la comete tiene los elementos cognitivos de lo que implica esa revelación. Lo anterior hace que múltiples jerarcas y teólogos se pregunten si la expresión del Papa Francisco incurre en este supuesto, esta duda no se presentaría si se tratara de cualquier otro católico; la duda surge porque la iglesia ha sostenido que el Papa no puede predicar la herejía, cierto es, que el contexto de esta plática hecha frente a jóvenes creyentes de distintas religiones, incluidas las politeístas, no fue expresada como una verdad magisterial que el sumo pontífice hubiera querido enseñar a los católicos. Sin embargo, es la primera vez que se conoce en la historia, que el vicario de Cristo declara la igualdad entre las distintas religiones, cosa que la iglesia católica ha condenado con la clara afirmación de que no hay salvación fuera de la iglesia, en el supuesto de que alguien de buena fe y buena vida muriera sin conocer el evangelio, se le revelaría la verdad de Cristo y, en ese momento, se incorporaría a la iglesia, aceptando las verdades reveladas. Así pues, suena el viejo debate de la cuestión de la herejía papal.
San Roberto Belarmino, martillo de los herejes, sobrino del Papa Marcelo Segundo, que reinó 22 días, estuvo al frente del santo oficio en los momentos más complejos del concilio de Trento, fue declarado doctor de la iglesia en 1931 habiendo sido canonizado previamente. En sus escritos apologéticos, específicamente en su capítulo segundo del libro IV, Belarmino sostiene cuatro posibilidades de la herejía papal: 1) el Papa puede ser hereje y enseñar herejía, aún cuando defina una doctrina en un concilio ecuménico. 2) El Papa puede ser hereje y enseñar herejía, siempre que no defina una doctrina en un concilio ecuménico. 3) El Papa no puede ser hereje de ningún modo, ni enseñar públicamente herejía, independientemente de que enseñe sólo o en un concilio ecuménico. 4) El Papa, independientemente de si puede caer o no en herejía, no puede definir una herejía como una enseñanza que deba ser creída por toda la iglesia.
Sobre estas posiciones, Belarmino sostuvo: la primera, es herética. La segunda errónea y próxima a la herejía. La tercera es probable, pero no segura. La cuarta es la más segura, pero frecuentemente se expone erróneamente. Esto es; la cuarta posición indica que el Papa puede incurrir en herejía, pero no enseñarla y, por tanto, la herejía en la que incurre, no puede ni debe ser creída por toda la iglesia. La iglesia católica, acostumbrada a pensar en siglos, tiene siempre una salida estudiada para los posibles escenarios, por extraño que pueda parecer, las soluciones del siglo XVI parecen aún servir a quien se quiera apegar a la verdad revelada en el siglo XXI.