Una mañana de 2014 desperté y abrí la sección de opinión de Milenio. Leí un texto de Ciro Gómez Leyva, “La Jornada presiona, La Razón cede y Pablo Hiriart se va”.
Me decepcionaron las palabras extremadamente elogiosas de Gómez Leyva en relación a Hiriart. Y, desde luego, me molestó el tono injusto respecto del empresario Ramiro Garza Cantú, dueño de La Razón.
Dijo Ciro: “Hace unos días conocimos que directivos de La Jornada protestaron ante el dueño de La Razón, Ramiro Garza Cantú, por unos textos de Fernando Escalante, articulista esencial del diario. Como Garza Cantú se habría comprometido a que eso no volvería a ocurrir, Escalante renunció”.
Añadió Gómez Leyva: “… ‘Cuando La Jornada se lanza a defender abiertamente al gobierno de Nicolás Maduro y a sus adláteres, creo que los articulistas de La Razón tenían derecho a decir que eso estaba mal’, me dijo Hiriart ayer”.
Pablo Hiriart renunció a la dirección de La Razón y con él dejaron ese rotativo otros columnistas.
Por la columna de Ciro critiqué en SDPNoticias al propietario de Milenio, Francisco González. Me pareció que Pancho se vio ingrato porque Ramiro, cuando yo era director de ese periódico, nos había ayudado.
Más o menos en 2004, el propietario de La Razón colaboró para que se resolviera un serio problema que en España tenía la empresa de Pancho.
Dijo que “como Pancho González es un hombre que conoce el valor de la gratitud, hoy debe sentirse muy mal, avergonzado supongo, por la columna de Ciro Gómez Leyva, en la que este presenta a don Ramiro como un tipo autoritario que no respetó la libertad de expresión del periodista Pablo Hiriart”.
Lo único que pidió en su momento el señor Garza Cantú al director de su periódico y a algunos columnistas fue hacer a un lado cierta obsesión que les ha llevado a odiar a La Jornada.
Criticar a La Jornada de vez en cuando, pasa. Pero es demasiado pasar —hasta podría ser enfermedad psiquiátrica— que al diario de izquierda se le critique todos los días.
No mucho tiempo después de la columna de Ciro Gómez Leyva, alguien me contó una charla entre el empresario Garza Cantú y el experimentado priista Manlio Fabio Beltrones. Este político dio un consejo al dueño de La Razón: “Busca a Peña Nieto. Explícale lo que pasó para que no te grille Hiriart, que es el consentido de Videgaray, Nuño y Meade”.
Pablo Hiriart ha hechizado a políticos importantes del PRI y del PAN por su especialización: golpear a AMLO.
En la biografía de Hiriart ha habido más calumnias que información objetiva sobre López Obrador. De ahí su éxito con quienes en el PRI y el PAN intentaron todo para impedir la llegada al poder del tabasqueño. Ciro a eso le ha llamado “endiablada inteligencia editorial, en buena medida extensión de la inteligencia periodística” de Hiriart.
En algo Ciro tiene razón: lo que ha hecho Hiriart es endiablado, o dicho de otra manera —vayamos al diccionario de sinónimos—, perverso.
Hoy Hiriart, en El Financiero, expresa su perversidad en un artículo lleno de mentiras: ha dicho que Claudia Sheinbaum es marxista —utiliza la palabra peyorativamente, para asustar— y afirma que, sin venir al caso, la presidenta fue muy dura con el empresario Claudio X. González Laporte.
No creo que Claudia sea partidaria del marxismo, no como sinónimo de comunismo soviético o socialismo venezolano y cubano.
Ignoro si Pablo Hiriart sigue en contacto con Aurelio Nuño. El columnista de El Financiero debería buscar a Nuño para pedirle una actualización acerca del marxismo.
El otro día platiqué con Nuño y me habló con propiedad de una estudiosa de Marx en el siglo XXI, Lea Ypi, creo que profesora de la London School of Economics, quien ha revisado el marxismo como ideología liberadora.
Leí un libro de Lea Ypi, Libre, que me regaló Aurelio, y después encontré en internet un par de diálogos entre ella y el filósofo Martin Hägglund.
Ella cuestiona al otro —en la pregunta hay una inteligente respuesta— sobre un problema en el que, así lo creo, la 4T ha logrado avances, el de la naturaleza paradójica del trabajo asalariado:
- El trabajo asalariado es a la vez liberador de una manera y restrictiva en otra.
- “Es liberador, como dice Marx, porque representa la primera vez que los humanos pueden decidir qué hacer con su trabajo, venderlo en lugar de simplemente ser impulsados a trabajar la tierra y comprometerse con ella de una manera particular, o ser esclavos”.
- “La modernidad y el advenimiento del capitalismo son liberadores, por un lado, porque marcan una desviación de estas otras formas de organizar las relaciones sociales. Pero luego, por otro lado, también están restringiendo porque las relaciones sociales, las instituciones de mercado que establecen, socavan la promesa de libertad que abren”.
- “¿Por qué el trabajo asalariado no es formalmente esclavitud, pero sigue siendo como la esclavitud en cierto sentido?”.
Respuesta de Martin Hägglund:
- La falta de libertad bajo el capitalismo “proviene de cómo ya se ha decidido el propósito de nuestra economía, el propósito de nuestras actividades de mantenimiento de la vida”.
- “El propósito es generar ganancias”. Lo rentable tiene prioridad sobre lo que es significativo o útil.
- El capitalista debe obtener ganancias, independientemente de lo que sería valioso producir por el bien social.
- Y el trabajador debe someterse a un trabajo que permita ganar un salario digno, independientemente de las formas de trabajo que contribuirían al bien social.
- “Ya sea que seamos capitalistas o trabajadores, el cultivo de nuestras habilidades y la satisfacción de nuestras necesidades no tienen valor inherente”. Lo que importa es la ganancia.
- “Dadas las relaciones de poder del capitalismo bajo las cuales vivimos, el logro del socialismo democrático solo puede ser el resultado de una lucha política sostenida y difícil”.
- “Una parte indispensable de la lucha es aclararnos a nosotros mismos qué está mal con nuestra forma de vida actual y hacia dónde estamos comprometidos a ir”.
- El solo relato del socialismo democrático no es suficiente para asegurar que se logrará, “pero considero que el relato es necesario para orientar nuestra lucha por la libertad”.
Espero que la endiablada —perversa— inteligencia de Hiriart le permita entender que no puede ser rechazada con dogmatismo cualquier ideología que busque la libertad… libertad para la totalidad de la población, no solo para la poca gente que puede pagar sus excesos en los mercados.
No creo que Claudia Sheinbaum sea marxista. Pienso que ella simple y sencillamente es capaz de ver lo bueno en todo sistema de pensamiento que ofrezca opciones para alcanzar, algún día, una sociedad en la que se amplíen las libertades, pero para todas las personas. Un ideal muy difícil de convertir en realidad.
Mejorar salarios, como ha ocurrido en la 4T, y apoyar con programas sociales a la gente económicamente menos favorecida, es un paso pequeño y al mismo tiempo enorme para liberar a mexicanos y mexicanas.
Ello sin descuidar lo fundamental en el capitalismo: el quehacer empresarial, que la presidenta Sheinbaum comprende debe ser apoyado asegurando que no abuse de la clase trabajadora y no dañe al medio ambiente.
En la conferencia de prensa mañanera en la que cuestionó a un político, Claudio X. González Guajardo —lo llamó júnior tóxico— la presidenta sí mencionó al padre de este militante de la derecha opositora, Claudio X. González Laporte, importante hombre de negocios.
Contra lo afirmado por el calumniador Hiriart, la presidenta no dijo nada negativo del empresario. Solo subrayó que González Laporte estuvo en Palacio Nacional en un evento encabezado por ella: “Salió contento de la reunión, dijo que veía mucha prosperidad para nuestro país”.
Con periodistas tan mentirosos resulta difícil el diálogo racional.
Desde que empezó el gobierno de Sheinbaum hace ya casi un mes, hemos preguntado si la presidenta debe dar entrevistas a periodistas profesionales, inclusive a los más críticos.
El resultado es muy interesante. Al inicio del ejercicio, tres de cada 4 personas, 75.5%, respondían SÍ a la pregunta de si debe conceder entrevistas a los medios de comunicación.
En la medición de ayer, 27 días después, tal porcentaje bajó a 64.9%.
Llama la atención que una de cada 10 personas (un altísimo 10% de la población) dejó de apoyar la opción de que Claudia dé entrevistas a periodistas profesionales.
Sigue siendo mayoría la gente que desearía ver a la presidenta Sheinbaum en entrevistas, pero esa mayoría se ha reducido significativamente.
La única explicación es que cada día menos gente confía en que a Claudia se le entrevistaría con objetividad, esto es, me atrevo a especular que, para cada día más personas, Claudia iría no a entrevistas serias, sino a emboscadas diseñadas por un periodismo que confunde el oficio con el activismo de oposición.
Ahí están los datos. El periodismo deberá reflexionar acerca de tales números.