Por primera vez desde la incursión militar, denominada “campaña de desnazificación” del ejército ruso en territorio ucraniano, un importante medio “occidental” rompe filas con la propaganda y el triunfalismo y acepta la cruda realidad de la derrota de las fuerzas ucranianas, repletas de mercenarios y neonazis, en el campo de batalla.

Según el reporte publicado esta semana en The Washington Post, publicación propiedad del oligarca estadounidense Jeff Bezos, cuya empresa Amazon cuenta con profundos lazos con las agencias de inteligencia del gobierno de EU, varios de los “soldados” (léase, “carne de cañón”) utilizada por el gobierno ucraniano presuntamente encabezado por el “actor” “cómico” Volodímir Zelensky señalan que la situación a ras de tierra es prácticamente insostenible.

Los “voluntarios”, mercenarios y conscriptos, han señalado en el reporte firmado por el corresponsal Sudarsan Raghavan que se sienten “abandonados” por sus superiores, además de sentir que enfrentan una “muerte segura” en el frente de batalla.

La vomitiva campaña de propaganda occidental, incluyendo onanismos mentales como el inexistente “fantasma de Kiev” y el “triunfo” de la representación ucraniana en el cutre concurso “Eurovisión” de poco sirve ante la realidad de la superioridad bélica de Rusia en el campo de batalla.

Más allá de aplaudir la invasión de un gobierno ruso acorralado ante el prospecto de tener armamento nuclear a escasos minutos de su capital, la realidad es que mientras que Estados Unidos no puede controlar la pandemia a casi 2 años y medio de su surgimiento, sus bebés no tiene fórmula alimenticia y los combustibles cada vez están más caros, el despilfarro de miles de millones de dólares no sirvió para mantener en la pelea a Ucrania durante más tiempo. Para lo único que ha servido este obsceno gastadero de dinero es para enriquecer a la industria de armas de los Estados Unidos, misma que en otras vertientes es la responsable directa de masacres como la ocurrida en una escuela primaria de Texas hace algunos días.

Más allá de sus vertientes sociales, económicas y epidemiológicas, el mal que aqueja a la nación estadounidense es sistémico y el enfermo ha entrado ya en fase terminal.