La trayectoria en espiral descendente del proyecto estadounidense es irreversible. El país, que nunca ha sido una democracia, sino una república oligárquica, es incapaz de revertir tendencias cómo la desindustrialización interna y la desdolarización impulsada por varios países que están construyendo una alternativa al sistema económico impuesto después de la segunda guerra mundial.

Cambiará, pues, el rostro decadente y demente de Joe Biden, por otro igual de decadente, el de Trump, o el de la policía neoliberal Kamala Harris. Pero a nivel macro y micro, no cambiará perceptiblemente la política interior y exterior de dicho país.

Los ricos seguirán siendo cada vez más ricos, aumentará el número de personas pobres y sin hogar. La crisis de costos de vida seguirá igual, o peor y las pocas industrias boyantes en EU serán las relacionadas con lo financiero y lo militar.

¿Qué rostro prefiere usted, entonces, para identificar a los que financian la masacre de niños y bebés en Gaza? ¿O para dotar de armas a grupos neonazis en Ucrania? ¿El rostro woke de una mujer bicultural y más joven que el promedio de la gerontocracia estadounidense? ¿O el viejo conocido de México, el hombre del bronceado artificial, Donald Trump?

Gane quién gane en las pocas democráticas elecciones estadounidenses, nada cambiará. Esa es la realidad.