La Iglesia católica vive la peor crisis en su historia. Ante la irrupción de las corrientes liberales de pensamiento aparecidas en Occidente, caracterizadas por contener elementos como una profunda voluntad de derribar barreras ideológicas, la lucha contra el patriarcado y una batalla feroz en favor de libertades individuales a veces mal comprendidas, la Iglesia universal ha quedado relegada a los márgenes de las sociedades occidentales.
El fenómeno es particularmente acuciante en Europa. Un turista que visita las iglesias en ciudades como Roma, Paris o Madrid – países tradicionalmente católicos- no encuentra más que templos vacíos, o en todo caso, hombres y mujeres mayores, a la vez que las juventudes europeas se alojan progresivamente de la práctica religiosa.
El Papa Francisco ha buscado ofrecer un rostro renovado a la Iglesia. Oriundo de un país latinoamericano golpeado por la precariedad y las sucesivas crisis económicas, el pontífice, fiel al espíritu jesuitico de la Compañía de Jesús, ha puesto el acento de su pontificado en promover el combate contra la pobreza y en la sensibilización en torno a los desfavorecidos.
En esta materia, la Iglesia, a pesar del cariz mínimamente liberal impuesto por el papa Francisco, mantiene sus dogmas intocados en relación con dos temas sobremanera controversiales: el matrimonio homosexual y el aborto.
Al mismo tiempo, ha pretendido mostrar a los católicos un rostro más sensible y comprensivo. En relación con el matrimonio de personas del mismo sexo, hace apenas unos días la Congregación para la doctrina de la Fe publicó un documento en el cual establece que las parejas homosexuales merecen obtener, si lo desean, la bendición de la Iglesia. Sin embargo - según el documento - no conlleva el reconocimiento del matrimonio en términos del derecho canónico.
En otro contexto, los escándalos de pederastia han dañado profundamente a la Iglesia. Desde los deleznables abusos cometidos por sacerdotes contra niños hasta los supuestos encubrimientos por parte de algunas autoridades eclesiásticas, la Iglesia ha sido golpeada duramente en sus bases, en sus dogmas y en su legitimidad como auténtica portavoz del Evangelio.
Sin embargo, se invita al lector a considerar que el número confirmado de curas pederastas no es ni remotamente representativo del total de sacerdotes católicos en el mundo que son hombres intachables y que velan en favor de la conservación de la fe y del bienestar de los niños del mundo.
En otras palabras, Jorge Mario Bergoglio, consciente de las exigencias de reforma de la Iglesia, ha combatido las corrientes más conservadoras con el propósito de ofrecer cobijo a hombres y mujeres que, por su orientación sexual, habían quedado excluidas de la participación en el seno de la comunidad.
El caso de América Latina, y muy en particular, de México, merece una atención especial. Si bien la Iglesia retrocede en Europa a gran velocidad, en nuestro país el fervor católico, a pesar de las corrientes libertarias, parece conservarse. No hay duda de que jóvenes mexicanos devienen progresivamente en católicos no practicantes. Sin embargo, la devoción guadalupana (échese un vistazo al número de peregrinos que visitaron la basílica en días recientes) y el hecho mismo de que aún parejas contraen matrimonio católico indican que el catolicismo pervive.
En conclusión, la Iglesia sufre, y en algunas partes del mundo, como Europa, está moribunda. Sin embargo, en América Latina y África el catolicismo ha sobrevivido, hasta ahora, al embate liberal y a las ideologías de los tiempos modernos.