I. Despertar olímpico
Por la hora, pero sobre todo por un interés desvanecido, no vi la inauguración de los Juegos Olímpicos, París 2024, en tiempo real ni en momento posterior (un momento de 5 horas). Pero percibí la polémica que le siguió con las horas y los días. Entre los encantados y los enojados; y aun los neutros. Nada (casi) es para tanto. Que se haya realizado a lo largo de 6 kilómetros del río Sena tiene su encanto; al menos para quienes les encanta o “aman” París. El París de Hemingway, el de Allen, el de Baudelaire; Molière, Apollinaire, Roth, Cortázar, Buñuel,… O el París operístico de Andrea Chénier, versión de Umberto Giordano, entre tantas otras posibilidades. El París del amor romántico y pasional. O el de la vida atormentada de los artistas (Baudelaire, Wilde o Roth, por ejemplo) o los simples mortales. Para concluir con lo no susceptible de concluirse tan fácilmente, el París de las caminatas que hemos realizado cuando se dio la ocasión de estar en esa geografía (también lo fue de Porfirio Díaz, que hay para todos los gustos); a mí me dio “dolor de caballo” de tanto caminar esa hermosa y legendaria ciudad la primera vez.
En fin, no vi la inauguración, pero al no dormir bien aquella noche del 26 al 27 de julio, desperté temprano, aún de madrugada (6:45, a.m. es madrugada, ¿qué, no?), un amigo se percató y me envió un mensaje por Wap para decirme/preguntarme sobre todo por el regreso escénico y la intervención de Céline Dion. Con franqueza, no estoy muy familiarizado con esta cantante que conocí, como la mayoría, como intérprete de la canción de la película Titanic (1997), “My heart will go on”. Así que decidí ver/escuchar.
|Céline Dion y el Titanic, “My heart will go on”|:
II. Dion vs Piaf en el “Himno al amor”
La organización de los Juegos Olímpicos hizo en realidad un homenaje a Edith Piaf al contratar por sólo 2 millones de dólares a Céline Dion para interpretar una de las canciones más emblemáticas de la cancionista francesa. Naturalmente, se trata también de un reconocimiento a una cantante tan exitosa como la canadiense que ha luchado los últimos años contra una enfermedad; esta intervención significó su vuelta a escena, ¡y qué escenario! Lo primero que me gustó escuchar durante la inauguración fue “La foule”, en versión instrumental como música de fondo a lo largo del Sena
|”La foule”, aunque es una canción compuesta por el argentino Ángel Cabral, la letra de la versión de Piaf, la multitud (La foule), de Michel Rivgauche, remite al París de Baudelaire recreado y estudiado por Walter Benjamin; en vivo|:
“Hymne à l’amour” fue compuesta en 1949 con música de Marguerite Monnot y letra de Piaf, quien la cantó en la película Paris chante toujours (1951). Y aunque la interpretación de Dion está en la misma tonalidad que la versión original y se percibe en ella absolutamente la influencia del estilo de Piaf, hay algunas diferencias entre ambas intérpretes.
La primera y más importante, se encuentra en las voces. La de Piaf tiene el defecto de lo que se conoce en el canto como “capretino” (del italiano caprettino, pequeña cabra), que es un vibrado irregular, “tembloroso”, digamos, en todo el registro de la voz. Este se acentúa en su caso por lo gutural del habla francesa. Un defecto que es muy marcado, por ejemplo, en Joan Manuel Serrat; a veces se soporta con dificultad, aunque no es el caso de Piaf. La voz de Dion no tiene este problema, es homogénea, y con un mayor registro, pero en las tomas de Paris se ve cómo la mandíbula tiene un movimiento que no es normal, producto a veces de la fuerza, falta de condición o de la edad; en fin. Si se clasifican ambas voces de manera prototípica, la de Piaf equivaldría a una mezzosoprano y la de Dion a una soprano.
|”Himno al amor”, versión de Dion|:
Ahora bien, ambas convierten en virtud sus características. Natural en el caso de Dion, sin mucha dificultad vocal, se convirtió pronto en cantante de éxito y fama respaldada por un ambiente musical sólido. Piaf está hecha en las calles desde el nacimiento (nació literalmente junto a un farolito -como el de Agustín Lara-, en Belleville 72, París), en el arrabal, pero logró transformar esa condición y los defectos de su voz en estilo. Estilo que emociona y conquista a su público al grado de que hoy, 60 años después de su fallecimiento, ese estilo de Piaf, que es muy parisién, recibe un homenaje en la inauguración que aunque polémica, ha gustado a la mayoría.
|Piaf y su himno al amor|:
III. Vida no tan rosa pero sin arrepentimiento
Edith Piaf (1915-1963) alcanzó el éxito temprano (a los 20 grabó con Polydor, “Les Mômes de la cloche”) pero con altibajos vitales. Se convirtió en estrella de la canción francesa y del Music Hall, triunfó internacionalmente, grabó una amplísima discografía, hizo cine y televisión, influyó en las generaciones subsecuentes de intérpretes franceses, ella misma impulsó, generosa, a varios de ellos (amor de por medio, a veces): Yves Montand, Charles Aznavour, Georges Moustaki, Theo Sarapo, Mireille Matthieu… Sobre todo, hizo lo que más disfruta un cantante, actuar en presentaciones en vivo en los escenarios más populares pero demandantes. Crearon para ella y ella misma creó canciones que son hoy universales.
El canto de Piaf acaso sea todo lo contrario del “arte vocal burgués” que el teórico, semiólogo y filósofo francés Ronland Barthes critica en la figura del barítono Gérard Souzey interpretando a Gabriel Fauré: “Este arte es esencialmente señalístico, no se da tregua hasta imponer, no la emoción, sino los signos de la emoción. Y es precisamente lo que hace Gérard Souzay. Si, por ejemplo, tiene que cantar una tristeza espantosa, no se contenta con el simple contenido semántico de las palabras, ni con la línea musical que las sostiene: necesita, además, dramatizar la fonética de lo espantoso,… Nadie puede ignorar que se trata de congojas particularmente terribles. Desgraciadamente, ese pleonasmo de intenciones no sólo ahoga la palabra sino también la música y principalmente su unión, objeto mismo del arte vocal” (En Mitologías; 1957).
|”La vie en rose”, en vivo|:
En efecto, Piaf quizá sea necesariamente “performática” por la naturaleza del Music Hall, los filmes realizados y la televisión, pero su canto es absolutamente entregado a la letra con frecuencia creada por ella misma (o adaptada por otros) tras sus vivencias, como en “Ella frecuentaba la calle Pigalle” o “Bajo el cielo de París”, que expresan su vida en las “rues” parisinas; o las famosas sobre el amor y desamor, “Palabras de amor”, “La vie en rosa”, “¿Para qué sirve el amor?” o el propio “Himno al amor”; o su reflexión autobiográfica, “Non, je ne regrette rien” (no, no me arrepiento de nada). Canto franco, emocional, en absoluto el “señalístico” observado por Barthes sobre Souzay y otros; la emoción cruda, no su signo.
La vida de Edith Piaf fue exitosa pero no fácil desde el mismo nacimiento en el abandono, en la calle. Fue tormentosa, con múltiples felicidades/amarguras amorosas, con adicción a la heroína, accidente automovilístico, acusaciones de traición por supuesta cooperación con los ocupantes alemanes que contrastaron con los testimonios de la resistencia que opuso en sus canciones, en ayudar a escapar a prisioneros; un tiempo duro nacer y crecer entre las dos guerras mundiales y morir joven poco después.
El poeta y dramaturgo Jean Cocteau, que creó para ella un monólogo, Le bel indifférent (El bello indiferente; al parecer antecedente de La voz humana, monólogo de Cocteau que Francis Poulenc convirtió en ópera) lo dijo con certeza: “Déjenme adoptar el estilo de Stendhal para decirles que la señora Edith Piaf tiene genio. Es inimitable. Jamás hubo una Edith Piaf, y no habrá otra nunca más”.
Una brevísima entrevista a Edith Piaf sobre muerte vida y amor:
Y termina el concierto, “Non, je ne regrette rien”, letra de Michel Vaucaire y música de Charles Dumont:
Héctor Palacio en X @NietzscheAristo