En otras oportunidades he fijado postura sobre el quehacer de Julio Scherer en su faceta de servidor público. La portada de Proceso de esta semana se ha convertido rápidamente en motivo de polémica. Desde mi punto de vista Julio estaba en una complicada disyuntiva: guardar un silencio franciscano que mediáticamente iba lastimando día con día su patrimonio moral o salir de cara a la opinión pública y dar a conocer su versión de los hechos. Esta circunstancia hubiera sido impensable apenas en el sexenio pasado porque los desencuentros en la cúspide del poder público se procesaban de manera distinta. Hoy las cosas han cambiado. Y, ante esa nueva realidad, Julio ha actuado en consecuencia. De entrada, ha inaugurado una nueva manera de tratar temas delicados de interés público de cara a la nación.

Por lo que hace a la política editorial de Proceso conviene subrayar que Julio puede opinar, sugerir, reflexionar, invitar, pero no ordenar y mucho menos decidir qué se trata y cómo se hace en el contenido de la revista. Si bien es verdad que la familia Scherer tiene una participación accionaria significativa en CISA, la empresa editora del semanario Proceso, también lo es que don Julio Scherer García —el padre de Julio y con quien siempre tuvo una recíproca relación muy entrañable—, creó contrapesos internos para que las decisiones editoriales no quedaran en las manos del consejo de administración, sino —en última instancia— en el director de la revista, en este caso Jorge Carrasco, escuchando, por supuesto, a quienes integran la mesa editorial formada única y exclusivamente por periodistas donde hay ejercicios de retroalimentación. Con todo, reitero, la última palabra la tiene Jorge.

Para nadie es un secreto que Julio no es un político de carrera, sino un abogado exitoso de mucho tiempo atrás y no debe extrañar a nadie que tenga relaciones con distintos despachos de abogados. Es lo más natural. Vamos, sería un despropósito que Julio hubiera negado su pasado profesional - empresarial. Al momento de entrar a la campaña del presidente López Obrador y especialmente cuando aceptó fungir como consejero jurídico del poder ejecutivo federal, tomó dos decisiones: a) pasar el control de sus acciones en CISA a su hermana María porque sabía que no podía —ni lo puede ahora— hacer compatible sus funciones de servidor público con las decisiones editoriales de la revista; y b) poner distancia y terminar cualquier relación profesional con los despachos que en algún momento tuvo relaciones profesionales que pudieran generar un conflicto de interés real o potencial, sobre todo con el nuevo tipo de gobierno que venía. Y si alguien es cuidadoso en estas cuestiones es él. Por lo anterior, más que inquietud o preocupación, esas acusaciones generaron en Julio una molestia creciente porque sabía su inconsistencia y conocía de dónde y por qué iban adquiriendo sentido en el imaginario colectivo.

En realidad, Julio decidió entrar al proyecto de la 4T por convicción, no por dinero o para hacer negocios como le acusan sus detractores —y ya ha explicado él mismo los pormenores en el texto que hoy se publica en Proceso—, simple y sencillamente porque en sus labores privadas había sido y sigue siendo un hombre muy exitoso y, vale decir, ese tema lo tiene resuelto legítimamente desde tiempo atrás. Es inverosímil que por un inexistente negocio Julio pusiera en riesgo su prestigio. Lo novedoso para él, creo, era cómo desplegar sus habilidades innatas de generar sinergias y ponerlas al servicio de un gobierno que tenía que resolver varios temas transexenales que ameritaban seguimiento y solución. A nivel de trascendidos se habían deslizado mensajes, algunos con datos ciertos, otros a nivel de conjetura. De ahí por tanto que el texto de Julio en Proceso haya puesto las cosas en blanco y negro y cerrado el vacío informativo en el cual venía floreciendo la especulación, sobre la trama en la que se ha visto implicado por la condición humana que no perdona el éxito ajeno. Bien ha dicho Maquiavelo en su libro Discursos sobre la primera década de Tito Livio que “el agradecimiento pesa y la venganza satisface”.

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