En México, hablar del campo es hablar de nuestras raíces, de la tierra que nos sostiene, de la cultura que nos alimenta. Pero también es hablar de una herida abierta, de una injusticia que se repite sexenio tras sexenio, sin importar los colores ni los discursos de quienes llegan al poder prometiendo una “transformación” que nunca llega al campesino.
Hoy, mientras cientos de productores mantienen bloqueos en carreteras y plazas públicas exigiendo precios justos por sus cosechas, el gobierno federal —encabezado por Claudia Sheinbaum— parece mirar hacia otro lado. La indiferencia se ha vuelto una constante, el silencio una respuesta, y la burocracia un muro entre el campo y la justicia social.
El lema de la autodenominada Cuarta Transformación, “primero los pobres”, se ha convertido en una consigna hueca, en una frase de campaña que no encuentra eco en la realidad. Porque si de verdad fueran primero los pobres, el campo sería prioridad nacional. Los campesinos no tendrían que salir a protestar bajo el sol para que les paguen lo justo por su trabajo, ni tendrían que vivir con la incertidumbre de si su cosecha les alcanzará siquiera para comer.
Detrás de cada tortilla, de cada kilo de frijol, de cada fruta en la mesa, hay manos que trabajan desde antes del amanecer y que apenas ganan lo suficiente para sobrevivir. Son esas manos las que sostienen al país, y sin embargo, son las más olvidadas. Los gobiernos —de ayer y de hoy— los recuerdan solo cuando necesitan votos, los visitan en campaña con promesas que se marchitan tan rápido como las plantas sin agua.
Mientras tanto, los subsidios y apoyos del gobierno se diluyen en la burocracia o se concentran en unos cuantos privilegiados. El abandono es evidente: falta de infraestructura, de créditos accesibles, de precios de garantía reales. Y cuando los campesinos alzan la voz, se les acusa de “desestabilizar”, cuando en realidad solo están pidiendo sobrevivir con dignidad.
México no puede seguir dándole la espalda al campo. No puede haber justicia social sin justicia para quienes producen nuestros alimentos. Si el gobierno de Claudia Sheinbaum quiere demostrar que su proyecto es verdaderamente transformador, debe empezar por escuchar, atender y dignificar al campesino mexicano.
Porque sin el campo no hay país, sin el campo no hay alimentos, y sin el campesino, simplemente no hay vida.
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