Andrés Manuel López Obrador es un animal político (Aristóteles) de los más destacados en la etapa contemporánea de la vida pública de México. Su caso personal constituye un punto de quiebre en los liderazgos populares del México del siglo XXI, con raíces en las últimas décadas del siglo XX. El odio de sus adversarios más recalcitrantes y reaccionarios, o el clasismo de otro sector amplio de sus detractores ideológicos, del “Sr. López”, tampoco podrán evitar que a partir del segundo semestre de este año 2024, proliferen los ensayos y las narrativas sobre un líder que modificó el espectro político nacional, e introdujo cambios discursivos, de estilo y de lucha que gradualmente podrán ser mejor apreciados ya no estando él enfrente y suscitando odios, adversidades, calumnias y de todo, como pocos.
Desde la izquierda más ortodoxa no le perdonan que no haya sido nunca un marxista o socialista consumado, que no haya requerido del materialismo histórico ni del materialismo dialéctico para su combate político, que le haya bastado principalmente, un cúmulo de libros de historia mexicana, y que haya creado con una buena dosis de heterogeneidad ideológica, su propia filosofía de la praxis que expresó en un trayecto político de 30 años en que recorrió incansablemente y como nadie, los territorios más apartados del país y también las grandes concentraciones urbanas, las universidades y demás, incluso, distintos templos de la religiosidad nacional. Y haber replanteado la concepción sobre la historia y el rol de las fuerzas armadas en México, que para la izquierda tradicional eran, sobre todo, instituciones del despotismo presidencial represivo del siglo XX, él ha sabido encontrar y explotar otras vetas y facetas que solidifican al poder civil frente al poder armado, y a éste apegado a nuevos principios ideológicos, con nuevos enfoques programáticos: el humanismo mexicano. En su momento planteé dudas sobre esta categorización. Pero no tengo dudas de que son todas medidas de avance en el progreso social.
Este amalgamiento discursivo, ideológico y de praxis política lo llevó a construir con los colectivos sociales que nunca dudaron en apoyarle incansablemente, un movimiento social, una estructura de participación y movilización política y un combate contra las oligarquías políticas y económicas, sin cuartel, y que lo pusieron en la jefatura del Estado mexicano, y que le alcanzará para concretar un relevo presidencial con una de las más preclaras expresiones de todo lo anterior: la doctora Claudia Sheinbaum Pardo, proveniente de la izquierda social y universitaria, de la academia y de la comunidad científica. Dicen analistas argentinos que estudian ya el proceso histórico socio-político e ideológico del liderazgo de masas del presidente AMLO, que la clave está en que hablamos de una construcción de 30 años. Tienen razón. Efectivamente. Eso es lo que no entiende una derecha cavernaria que quiere centrarse en un sexenio para echar por la borda un trabajo paciente y esmerado de tres décadas, en donde la actividad infatigable en más de 2,000 municipios del país, tiró a la basura la todopoderosa dictadura mediática del homo videns.
La anacrónica y estéril derecha mexicana no ha entendido este cambio de fase en la política nacional, porque no puede escapar de sus clichés más grotescos para enfrentar este proceso y este fenómeno: ahora ella con miserable cinismo reclama “elecciones de Estado”, “fraude electoral”, “intervención masiva del ejecutivo en el proceso”, “anulación del proceso electoral”, “compulsión del voto por los programas sociales”, “disyuntiva democracia vs autoritarismo”. No entienden nada, tienen embotado el cerebro y lo dejaron en el final del siglo XX. Lo único que se les ocurre es efectuar una transposición extra lógica en el tiempo y situarse en los años posteriores a la segunda guerra mundial para reeditar los discursos de la izquierda militante que pagó todo lo antes dicho, lo protestado y sucedido, con prisioneros políticos, con sangre, desaparecidos, torturados y desterrados, por miles, no con “pensiones doradas” y sueldos de lujo como los intelectualoides de la derecha mexicana, nunca con robo de recursos públicos, con pillaje, y menos con entreguismo de nuestros recursos naturales, con destrucción de las empresas energéticas que costaron muchas generaciones construir y desarrollar, y jamás con asociaciones con grupos criminales, como hacen los “decrépitos ideólogos” de la derecha reaccionaria en nuestros días. Algunos hablando desde sus escondites como prófugos que son de la justicia mexicana. Que desvergüenza tan grande.
Ya ni Lorenzo Córdova apoyó sus aberrantes hipótesis, terminó regañado a los invitados de Carlos Loret de Mola, diciéndoles que deberían ser muy serios para usar la figura jurídica del “recurso de nulidad de la elección”, y que él no veía por ningún lado una “elección de Estado”, no les quedó más que aferrarse a sus clichés de infame manufactura.
Están en la analogía simple no en el análisis concreto de la situación concreta. Jamás reconocerán su infausta decadencia ni su esterilidad ideológica, mejor es cargar la culpa a otros y a otras circunstancias.
Este lunes la estrella fulgurante del presidente Andrés Manuel López Obrador, líder del Movimiento de Reconstrucción Nacional, comenzará gradualmente a extinguirse, muy importante decirlo, porque él así lo quiso, porque es su más profunda convicción, porque es parte de su ADN como líder nacional y de masas, porque como otros de gran estatura moral, decide pasar a retiro y dar paso a nuevas generaciones. Se va con un amplísimo capital político y moral; tuvo en la primera parte de su sexenio, la mayoría calificada para reformar la constitución y permitir la reelección, ni siquiera lo pensó y menos lo intentó. Pero nuestra historia avanzó.
Por donde se vea, es un inmenso ejemplo, que filiales y opositores debían reconocer. Jamás lo tentó la perpetuación en el poder o la prolongación de su mandato. Mencionó varias veces en sus alocuciones públicas, que los hombres públicos, los líderes no deben desarrollar apego al poder, ni al dinero, golpeó con esta frase durísima nacida de la experiencia nacional, las cabezas de una clase política mexicana de convicción oligárquica, que no democrática. Se va, también lo ha dicho, con su modesta pensión. Nuevamente, ejemplar.
Decidió pasar a la historia, con su legado, sus grandes aciertos y sus errores, su congruencia y quizá también, con inconsistencias, porque la suya, lo que él dirigió y concretó, es obra humana, no celestial, y la alcanza lo que a ella se aplica. Se va como Andrés Manuel López Obrador, no como el líder político, tampoco como el temido líder masivo de las repletas plazas públicas de la república que sólo él recorrió un par de veces completamente para construir en décadas el movimiento que lo llevó al poder. Habrá gira de despedida, con otros temas también, más que merecida, habrá mucha emoción, pero también firmeza en las convicciones.
AMLO como muchos otros, dejan su legado al juicio de la historia. Se irá. Los lobos aullarán comunicando “la buena nueva”, pidiendo mantener unida a la manada, pero la nueva figura emblemática está dispuesta a lo que sea necesario, Claudia Sheinbaum está lista, y sin duda triunfará y defenderá con todo el triunfo y todo lo que el mismo significa hacia adelante para las grandes mayorías nacionales. Nosotros, desde este modesto espacio, sólo le rendimos el más amplio y cálido reconocimiento al presidente AMLO, como le decimos los mexicanos. Hasta la Victoria Siempre, presidente y que ¡Viva México ¡.