“Créeme esta vez

Créeme porque

me haría daño, ahora ya lo sé

hay gran espacio y tú y yo

Cielo abierto que ya

no se cierra a los dos

pues sabemos lo que es necesidad

Víveme sin miedo ahora

Que sea una vida o sea una hora

No me dejes libre aquí desnudo

Mi nuevo espacio que ahora es tuyo, te ruego”

LAURA PAUSINI

“¿Dónde está el amor del que tanto hablan?

¿Por qué no nos sorprende y rompe nuestra calma?

Déjame que vuelva a acariciar tu pelo

Déjame que funda tu pecho en mi pecho

Volveré a pintar de colores el cielo

Haré que olvides de una vez el mundo entero”

PABLO ALBORÁN

Hoy por hoy, la desgracia de Acapulco no es el ‘Acamoto‘; tiene nombre y se llama Félix Salgado Macedonio. El senador hace todo y de todo por lastimar al puerto y al pueblo de Guerrero. Este fin de semana, la bahía más bella de América, lugar de estancia de Elvis Presley, Frank Sinatra, Agustín Lara, se convirtió en el basurero del Pacífico.

El festival “creación” de Félix Salgado dejó siete motociclistas MUERTOS, 40 detenidos, 80 accidentes, 495 infracciones, 115 motocicletas decomisadas por carecer documentación y tres con reporte de robo. Además de destrozos, saqueos, vandalismo y 110 toneladas —¡CIENTO DIEZ!—de basura (eso por cuanto a la que se pudo recoger; imposible de cuantificar la que tiraron al mar).

La drogadicción también se paseó impunemente en el puerto. Muchas, demasiadas personas; filmados, fotografiados drogándose y ninguna autoridad hizo nada. El gobierno del estado decretó —en los hechos, no en oficio— que se trataba de una noche ‘libre’

El Acamoto no fue un festival, así asistieran 100 mil personas y 10 mil motocicletas. Tampoco fue una reunión de motociclistas que gozan largar kilómetros a bordo de sus máquinas. Tampoco de quienes las usan diariamente y saben la ventaja de recorrer la ciudad en un vehículo eficiente y rápido. Se trató de una reunión que no dejó nada bueno al puerto, a la población de Acapulco y, duele decirlo, mismo tampoco a sus participantes.

Por supuesto que debería de ser una política pública el buscar la inclusión de toda la gente, el esparcimiento del ‘pueblo bueno’, de la ciudadanía. También de ofrecer espectáculos baratos (jamás a sobreprecios). El planear espectáculos donde puedan participar todos, integrarse, pero de una forma sana, divertida, sin poner en riesgo a los propios participantes o al público en general.

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Debemos preguntarnos por qué la manía de la 4t de promover la participación y la inclusión (y de los mexicanos en desearlas), pero en actividades chafas y con consecuencias nocivas para el país. ¿Por qué esa fijación de emparejar hacia abajo y no hacia arriba?, ¿por qué no brindar mejores oportunidades, espectáculos donde participen todos, pero sin muertos y con seguridad?

No entiendo el porqué insistir en hacer de la izquierda mexicana sinónimo de lo malo, de lo falso, de lo deficiente. ¿Por qué la necedad de buscar la popularidad en cosas poco serias, peligrosas y sucias?, ¿por qué no buscarla en cuestiones que se empodere a la ciudadanía, que le haga sentir—y ser— más valiosa?

Con el Acamoto al final a nadie se engaña. Ni siquiera a los participantes (los votantes). La cruda realidad del día siguiente se dejó ver: un Acapulco sucio, jodido, colapsado por la basura; una población burlada, robada. ¿Por qué no ayudar a que hagamos algo distinto, un cambio que nos ayude a ver más lindas las ciudades, a prosperar, a ser mejores? No. En Acapulco se optó por el chiquero.

Los gobernantes podrían embolsarse los mismos moches (o más) —sí, ya sé, mejor no digo nada—, pero ofreciendo eventos más sensatos y cuidados. Podían enseñar hacer cabriolas y no ver cómo los pasajeros de las motos salen volando en una voltereta imposible. Podían hacer una rodada nocturna y llevar las motos originales o arregladas para un premio de la moto mejor conservada. Una larga lista de propuestas que se podrían hacer donde el vandalismo, los robos y las muertes no tuvieran cabida.

Que los huracanes destruyan el Puerto es una inmensa tragedia, pero que lo destrocen las personas que lo visitan o, aún peor, que dicen gobernarlo y quererlo, es un verdadero crimen.