Al principio de la pandemia y cuando empezaban a circular las vacunas experimentales, buscaban a voluntarios que quisieran aplicárselas para ver sus efectos. Yo quise ser una de las voluntarias porque en verdad después de haber tenido cáncer de mama, sentía que tenía que encontrarle un sentido a todo ese dolor y poder hacerle un bien a la humanidad con mi pequeña contribución. Pero cuando me inscribí para ello, fui rechazada.
Supongo que al comentar mi antecedente oncológico, desistieron.
Mi médico me aconsejó que no intentara ponerme ninguna vacuna. Y la verdad es que lo desobedecí. Al llegar por fin a México después de muchos contratiempos y tardanzas las vacunas aprobadas como la de AztraZeneca y Pfizer no lo dude y me las apliqué.
La que había, porque cabe recordar que nunca tuvimos la posibilidad de elegir cuál nos pusieran y la que me aplicaron fue la de AztraZeneca.
Realmente me provocó serios efectos secundarios, realmente me sentía muy mal.
Luego para la segunda dosis, la nada. Ni siquiera dolor en el piquete. No sentía absolutamente nada.
La verdad es que por los tratamientos contra el cáncer, aprendí a identificar cuando los medicamentos atraviesan por mi torrente sanguíneo. He aprendido a escuchar y a conocer mi cuerpo, pero con la segunda dosis nada pasó. Nada.
Estoy segura que me aplicaron agua.
Pero nunca lo podré comprobar.
Con tristeza y preocupación, ahora que escribo mi columna, investigué y descubro que solamente tengo dos dosis puestas. No se porqué tenía la idea de que llevaba más dosis. Pero no.
El tema es que, después de haberme aplicado esas dos dosis y con la idea de que estaría protegida y que todo estaría bien, meses después hice un viaje a Europa. Mi primer viaje trasatlántico. Pero al llegar allá, el grupo de personas que íbamos en ese viaje empezó a enfermarse de “gripa”.
Nada serio. Nadie en cama.
Yo también empecé a enfermar. Pensé lo mismo: “No será nada serio, no me tumbará en la cama”. Y bien, pues así no fue. De pronto mientras todos salían de su “gripa” yo iba empeorando... Cada vez más.
No les puedo describir lo mal que me sentía pero créanme que nunca había sentido ese dolor en el cuerpo, nunca había tenido esa tos y ese malestar infinito.
En Europa al parecer nunca existió el Covid porque nadie vendía pruebas ni siquiera usaban cubrebocas. Era impensable.
De cualquier manera no podía hacer mucho por mí. Tener Covid estando lejos de tu país es aterrador.
Extrañé ciertamente algo que también el presidente y Hugo López-Gatell han atacado y son las farmacias con consultorios.
En Europa eso no existe y las farmacias parecen más como boutiques. Como si allá enfermarse fuera un lujo. Yo añoraba estando fuera de mi país encontrar una farmacia con consultorio pero no había nada de eso... ¡eso en Europa no existe!
Mis compañeros de viaje me regalaron algunas cosas para la gripa, algún inhalador por ahí por tanta tos que tenía y un antibiótico que yo me llevé por alguna emergencia lo empecé a tomar. Jarabes para la tos y nada mejoraba.
El momento aterrador que no se lo deseo ni a mi peor enemigo es cuando decidí comprarme un oxímetro y los niveles de saturación estaban en 87. Ya bajos y alarmantes. Pero yo me encontraba fuera de mi país. ¿Qué otra cosa podía hacer? Nadie podía hacer nada por mí.
Tuve comunicación remota con el pediatra de mis hijos quién me fue diciendo más o menos qué podía hacer pero no había mucho que hacer.
Afortunadamente llegó el día de regreso del viaje pero yo simplemente me desvanecí en el avión. Mi cuerpo ya no daba para más.
Aterrizando en la CDMX me tuvieron que internar. El diagnóstico fue neumonía. No se sabe si fue a raíz del Covid porque para entonces ya no tenía el virus pero el daño a mis pulmones estaba hecho. Estaban destrozados.
Me internaron en la zona de aislados. Una situación aterradora.
Afortunadamente me dieron la mano unos familiares para que yo pudiera internarme en un hospital privado.
Meses antes había muerto un primo muy querido por Covid en un hospital público en un total abandono y descuido. Sabía que si me internaban en un hospital público moriría.
Al paso de los meses me pregunto y me cuestiono entonces de qué sirvió la vacuna si no tuve ninguna protección.
Sin embargo, también el médico que me atendió en el hospital (que por cierto algún día contaré su historia pues son de esos médicos que ven la manera de operarte para sacarte dinero, yo le apodé “El Doctor Muerte”) me regañó por no tener puestas las vacunas contra influenza.
Ciertamente jamás me he vacunado contra la influenza pero por supuesto que esa vacuna sí me la habré de poner en cuanto se encuentre en existencia, porque por ahora no se ve claro en dónde. Imagino que será en tiempos invernales, eso espero.
El punto al que voy es que ahora el otro “doctor muerte”, el secretario de Salud, dr. Alcocer, dice que solamente estarán disponibles en México las vacunas Abdala y Sputnik V... Realmente me da terror pensar en aplicármelas.
Si con las que parecía que eran serias y efectivas me fue como me fue… no creo que sean efectivas estas otras.
Abdala al menos queda descartada para mí, pero, insisto, como en este país no hay oportunidad de elegir la vacuna, me siento condenada a muerte.
Qué ganas de poder tener un sistema de salud como el de Estados Unidos donde tú eliges cuando y cuál vacuna ponerte.
Pero ni siquiera tengo Visa para poder considerar viajar para allá para aplicármela.
Supongo el presidente Biden pondrá más restricciones de vacunas para los extranjeros al ver el caos qué hay en México por ellas.
Creo que como mexicanos debemos y tenemos el derecho de exigir vacunas eficaces.
No somos conejillos de indias, no somos prisioneros de un campo de concentración donde solo algunos vivirán y sobrevivirán y otros no.
Merecemos vacunas de calidad.
La gente sí se muere por Covid.
La gente no se cura con Vick Vaporub y te caliente con miel.
La gente tiene derecho a exigir un esquema de vacunación completo.
Cada día vivido en esta vida de verdad que es un milagro. Pero no bajemos la guardia, cuidense.
Gracias por leerme hasta aquí.
Es cuanto.