La acción hecha entre muchas personas se llama empresa. Esto lo dijo Oswald Spengler, autor de La decadencia de occidente —aclaro que no estoy seguro de que tales palabras Spengler las haya escrito en la citada obra—. Desde luego, en tal definición caben tanto las empresas privadas como las públicas.
Entiendo que la 4T pretenda fortalecer a las grandes empresas del Estado mexicano, Pemex y la CFE. Porque, a diferencia de las empresas privadas, buscan el bienestar de toda la sociedad y no solo el enriquecimiento de sus accionistas y de quienes las administran.
Pero, ni hablar, a veces, sin que sea su objetivo, las empresas privadas benefician enormemente a la comunidad, inclusive a los grupos que más les rechazan. Y es que quienes gestionan tales empresas con el único fin de beneficiarse a sí mismos, en ocasiones por darle al violín le dan al violón. Los órganos de dirección y de propiedad de las empresas particulares están integrados única y exclusivamente por personas egoístas que solo piensan en sus propios intereses. A pesar de ello —como bien dice el refrán, nadie sabe para quien trabaja—, en ocasiones favorecen a la gente que más les cuestiona, lo que puede ser muy positivo.
Es el caso de la 4T, que existe gracias a dos empresas privadas, que nadie reguló adecuadamente en el neoliberalismo, pero que resultaron fundamentales para que el proyecto político de izquierda en México triunfara. Lo que sigue es agradecer lo que tales corporaciones hicieron y, ahora sí, controlarlas adecuadamente —de ninguna manera desaparecerlas, que quede claro—. Porque todo tiene límites, hasta el individualismo empresarial.
Mañana contaré aquí, tal como la conozco la historia de tales empresas privadas sin las cuales la 4T no existiría —esto es, jamás habrían llegado a la presidencia de México AMLO y Sheinbaum— . No son hechos desconocidos, así que habrá quienes narren versiones distintas; yo, simple y sencillamente, con honestidad daré a conocer la mía.