Hace apenas unos días, la actriz y activista Viola Davis publicó un mensaje que debería cimbrar la conciencia colectiva de Estados Unidos: “La Presidenta de México acaba de enviar equipos de rescate a Texas. Después de todo el odio. Después de todas las políticas anti-inmigrantes. Después de todo el racismo hacia las personas de color. Ella todavía ayudó. Ella todavía apareció. Ella todavía hizo lo correcto. A un estado rojo que no haría lo mismo por ella. Eso es liderazgo. Eso es poder. Eso es ser mujer.”

Las palabras de Davis además de contener reconocimiento público a Claudia Sheinbaum, la primera mujer presidenta de México, implican la evidencia de crisis morales y en valores que atraviesa Estados Unidos. A su vez, son un poderoso recordatorio de que la ética, la solidaridad y la altura moral no tienen fronteras, más en tiempos de catástrofes en donde el único idioma humano posible es el de la solidaridad.

En medio de las devastadoras inundaciones que han azotado Texas, México tendió la mano. Lo hizo sin rencores, a pesar de años de discursos de odio, muros físicos y simbólicos, y políticas xenófobas que han reducido al migrante a un enemigo. La intervención también es nacionalista pues a pesar de las políticas de odio, la comunidad latina en Texas fue duramente golpeada.

Como el caso de una familia de guanajuatenses que vivía en una casa móvil en Kerrville, Texas, arrastrada por la furia de las aguas del Río Guadalupe la tarde del pasado viernes 4 de Julio. De los cuatro integrantes de la familia, únicamente pudo ser rescatado un el hijo mayor de 18 años que se agarró de un árbol. Su padre, su madre y su hermanito de 2 años de edad, siguen desaparecidos. El padre es originario de la Comunidad de los Rodríguez en San Miguel de Allende.

Familia de guanajuatenses en Texas

Según datos oficiales del gobierno de Guanajuato, Leonardo Romero, su esposa Natalia y su pequeño hijo Jaime, de apenas de dos años, permanecen en calidad de no localizados.

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Mientras los gobiernos de derecha en estados como Texas se ensañan con comunidades migrantes, criminalizan la pobreza y niegan el cambio climático, una nación históricamente maltratada por su vecino del norte responde con humanidad, responsabilidad y cooperación. Los bomberos y equipos de ayuda mexicanos atendieron a todos por igual con la mexicanidad de su piel. No discriminaron entre compatriotas y norteamericanos.

La emergencia en Texas es también un reflejo de un fenómeno que ya nadie con honestidad intelectual puede negar: el cambio climático está aquí. Las lluvias torrenciales, las olas de calor extremo, los incendios forestales y la sequía están remodelando los patrones de migración, devastando comunidades y poniendo a prueba la resiliencia de los pueblos.

Y sin embargo, no podemos olvidar que Estados Unidos, bajo la administración de Donald Trump, abandonó los Acuerdos de París e ignoró abiertamente la ciencia climática. Su gobierno no solo desacreditó la cooperación internacional, sino que socavó los esfuerzos globales para mitigar los efectos del calentamiento global. Estados Unidos es uno de los países que más contamina y mayores emisiones de gas efecto invernadero brinda al mundo. Encima es el país con mayor emisiones acumuladas históricamente (desde mediados del siglo XIX), siendo el principal responsable histórico del cambio climático. En proporción acumulada, Estados Unidos ha aportado cerca del 20–28 % de las emisiones globales históricas.

Hoy vemos las consecuencias: los desastres naturales aumentan en frecuencia e intensidad, y la migración forzada por condiciones ambientales se vuelve cada vez más común. La negación ya no es una opción. Los migrantes climáticos no son una ficción ideológica, son la realidad del siglo XXI. Esta realidad ya alcanza a Estados Unidos y es urgente que ese país se responsabilice por los daños acumulados.

Mientras tanto, México —país receptor, expulsor y ahora también país de tránsito de migrantes climáticos— responde con una dignidad que el gobierno estadounidense haría bien en observar. A pesar de las condiciones internas complejas, México muestra que se puede actuar desde el humanismo, aún cuando las relaciones bilaterales se hayan visto marcadas por el desprecio y el racismo sistemático desde la Casa Blanca.

México brinda ayuda a quien le da odio, Sheinbaum acumula inteligencia emocional a quien le brinda impulsividad agresiva. En el liderazgo mexicano actual hay una comprensión de fondo: las crisis humanitarias y climáticas no se resuelven con fronteras ni con muros, sino con solidaridad, cooperación y justicia transnacional. Sería fascinante ver cómo es que la población texana reacciona en semanas posteriores, si sostendrá su desprecio o recordará esta intervención como muestra de calidad humana. Será un termómetro para medir la decadencia o la sensatez.

Cuando un estado “rojo” como Texas recibe ayuda de una nación a la que ha despreciado institucionalmente, no es una contradicción. Es una lección. La ayuda mexicana no sólo salva vidas, también exhibe la mezquindad de quienes, en su arrogancia, creían no necesitar de nadie más.

Y también nos recuerda algo más: la política exterior no debe estar al servicio de ideologías de odio, sino de principios universales. México ha demostrado que la política puede ser un acto ético. Que se puede gobernar desde el humanismo. Que una mujer puede liderar con fuerza sin renunciar a la empatía.

Hoy, Estados Unidos no solo enfrenta tormentas naturales, sino también una tormenta moral. Y quizá la lección más dura es que su vecino del sur, históricamente menospreciado, le ha dado una muestra clara de lo que significa ser un verdadero líder en tiempos de crisis. Un liderazgo que no es de guerras, uno que es de paz.