Esta mañana leí en Milenio el texto de Paloma Jiménez Gálvez, “Tú y las nubes”. Para identificar a la autora cito la biografía que presenta el periódico propiedad de la familia González: “Estudió la maestría en letras modernas en la Universidad Iberoamericana, y es doctora en letras hispánicas. Desarrolló el proyecto de la Casa Museo José Alfredo Jiménez, en Dolores Hidalgo, Guanajuato. Publica su columna un sábado al mes”. En efecto, ella es hija del extraordinario José Alfredo.

En su artículo de hoy sábado Paloma reflexionó sobre una de las grandes canciones de su padre, “Tú y las nubes”, de 1954. La colaboradora de Milenio cita parte de la letra:

“Ando volando bajo,

mi amor está por los suelos

y tú tan alto, tan alto

mirando mi desconsuelo,

sabiendo que soy un hombre

que está muy lejos del cielo.

Ando volando bajo,

nomás porque no me quieres

y estoy clavado contigo;

teniendo tantos placeres,

me gusta seguir tus pasos

habiendo tantas mujeres…”

La hija de José Alfredo recuerda que ella, su padre y el resto de la familia “solíamos viajar por tierra con mucha frecuencia. Cuando yo era niña había muy pocas supercarreteras, los caminos eran estrechos y con muchas curvas. De modo que papá acostumbraba entretenernos haciéndonos mirar el paisaje o pidiendo que buscáramos figuras entre las nubes”.

Paloma Jiménez Gálvez y yo tenemos más o menos la misma edad —nací en 1956, ella en 1954—. Así que recorrimos en la infancia los mismos caminos.

Cuando era adolescente, en el primer viaje por carretera que realicé mi padre condujo un vehículo, no en buenas condiciones, desde Monterrey hasta Guanajuato. El coche se descompuso, pero se solucionó el problema. No hubo mayores dificultades, a pesar de que, en efecto, no abundaban —o de plano eran inexistentes— las autopistas.

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En ese recorrido no busqué figuras entre las nubes, pero en mi memoria guardo algunas palabras de mi papá acerca de otra gran canción de José Alfredo, “camino de Guanajuato, que pasas por tanto pueblo”. Esta obra maestra empieza, diría que con nihilismo, haciendo referencia a lo que en los cincuenta y sesenta no era una realidad en las carreteras de México, pero que es algo que lamentablemente hoy sin duda las caracteriza: “No vale nada la vida, la vida no vale nada”.

El único riesgo en los caminos mexicanos de mi infancia y juventud — perfectamente evitable si se manejaba el coche con cuidado— era el de un accidente. Pero ese es el riesgo relativamente muy menor desde que Felipe Calderon declaró su estúpida guerra contra el narco, lo que hizo para intentar que se olvidara el fraude electoral que lo llevó al poder.

Calderón entregó la estrategia y las operaciones bélicas a un aliado de las mafias, Genaro García Luna, lo que dio como resultado enlutar a toda la nación y, desde luego, convertir en infernales nuestras carreteras, ya que las controla el crimen organizado.

Las empresas, mexicanas y extranjeras, antes que los aranceles de Trump deben pagar impuestos, por supuesto ilegales, a narcotraficantes, y la gente que circula en automóvil y autobús vive en el permanente peligro de que se le asalte.

Hoy José Alfredo Jiménez no podría manejar en su coche por los caminos de Guanajuato, con su familia, buscando figuras fantásticas en las nubes. Conduciría el vehículo aterrorizado, temeroso de los sicarios que se volvieron muy poderosos debido a la guerra de Calderón.

Este sábado, en Excélsior, Ciro Gómez Leyva dice que Claudia Sheinbaum no acudió a los funerales del papa Francisco porque “no es fácil apartarse del México de las tragedias”, el país que, “un cuarto de siglo ya”, ha sido indudablemente “rehén de su violencia criminal”.

Supongo que el columnista Gómez Leyva preguntó a la presidenta y esa fue la respuesta que recibió. ¿O no preguntó —o lo hizo y no le contestaron— y, sin precisarlo en su texto por elemental rigor analítico, solo especula?

El articulista de Excélsior ha hecho un mal cálculo. El terror criminal no ha durado un cuarto de siglo porque inició hace 19 años, al finalizar 2006 después del fraude electoral contra Andrés Manuel López Obrador.

Antes de la fallida guerra de Felipe Calderón un padre de familia podía recorrer las carreteras con su familia y entretener a niños y niñas, como lo hacía José Alfredo con su hija Paloma, buscando en las nubes del camino figuras de “osos, elefantes, ballenas, conos de helado, payasos, la cara de algún pariente o conocido”. Eso ya no se puede hacer porque la atención está en adivinar si, en cualquier curva, aparecerá un matón.

La violencia criminal creció por el efecto bola de nieve. Lamentablemente una de las víctimas del terror generado por Felipe Calderón fue el propio Ciro Gómez Leyva, quien ahora mismo disfruta en Europa de la vida tranquila que ese presidente espurio le robó a la sociedad mexicana.

Ciro ha agradecido en público el apoyo que ha recibido desde el atentado en su contra. Ha reconocido el trabajo de Omar García Harfuch, de Claudia Sheinbaum y de otras personas del gobierno —como la titular de la Fiscalía Especializada en Derechos Humanos, Sara Irene Herrerías—.

El señor Gómez Leyva reconocerá que se está haciendo la tarea. No ha sido fácil corregir el desastre que inició con Calderón y que creció tanto porque normalmente las guerras se complican muchísimo, sobre todo si quien las declara lo hace por motivaciones tan inmorales como la de usarlas de propaganda para que se dejara de hablar del robo de unas elecciones presidenciales.

Ciro es amigo de Calderón. Seguramente de vez en cuando juntos toman café o unas copas de vino. ¿En serio nunca le ha reprochado el caos que generó?

En fin, al margen de las razones de la inasistencia de Claudia al funeral de Francisco, afortunadamente ya se ve la luz al final del túnel porque la estrategia es en este momento la adecuada.

Paloma Jiménez no menciona la parte que más me gusta de la canción de José Alfredo que hoy sábado analizó en Milenio: “Yo no nací pa’ pobre, me gusta todo lo bueno”. La sociedad mexicana no nació para vivir de luto, a todos y todas nos gusta la alegría de la vida. Y la recuperaremos.