I. Introducción
Durante el segundo semestre de 2023 publiqué tres textos sobre Luis Buñuel y su cine mexicano. Con base en sus memorias, Mi último suspiro (1982), hice una aproximación a su diagnóstico político de México, a su ateísmo “gracias a dios” y a sus diez primeras películas mexicanas de un total de veinte (o 21). Un avance, en orden cronológico, desde Gran Casino (1947) a La ilusión viaja en tranvía (1954). Como Buñuel ha sido analizado desde variadas perspectivas, en cuanto a su cine mexicano me ha interesado que él mismo se exprese, citando sus propios comentarios sobre sus películas. Por otro lado, si se ha reflexionado sobre su diagnóstico político de México y sobre su ateísmo, ahora que avanzaré sobre cuatro películas más, de Robinson Crusoe a El río y la muerte, nos aproximaremos a su reflexión de la violencia en México.
Buñuel toma de pretexto El río y la muerte para hablar ampliamente de los distintos modos de la violencia mexicana, la cual ha registrado en su cine y en sus memorias como reflexión; en algunos casos se trata de anécdotas hilarantes. Y si esta parte IV inicia con El río y la muerte, que expresa un tipo de violencia social, la próxima entrega iniciará con Ensayo de un crimen, un modo de violencia individual ejercida sobre los otros, las otras. En todas las películas incluidas en este parte, hay violencia, una condición que continúa en nuestro presente. Por eso es interesante la mirada de su memoria, donde habla de “lo que he retenido, lo que me ha llamado la atención…, recuerdos que quizás ayuden a conocer a México de un modo bastante diferente, desde el lado del cine”.
II. Las películas y la violencia
11 y 12. Robinson Crusoe (1954) y The Young One (La joven; 1960)
Buñuel rodó sólo dos películas en inglés que se incluyen aquí porque aparecen como coproducciones mexicanas estadounidenses:
“El productor Georges Pepper y el famoso guionista Hugo Butler… me propusieron la idea de Robinsón Crusoe. Poco entusiasmado al principio, empecé a interesarme en la historia durante el transcurso del rodaje, introduje algunos elementos de vida sexual (sueño y realidad) y la escena del delirio en que Robinson vuelve a ver a su padre.
“Durante el rodaje, que se desarrolló en la costa mexicana del Pacífico, no lejos de Manzanillo, yo me hallaba prácticamente a las órdenes del operador jefe, Alex Philips, un americano que vivía en México, especialista en primeros planos. Se trataba de una especie de película-cobaya: por primera vez en América, se rodaba en Eastmancolor. Philips esperaba mucho tiempo antes de decirme que se podía rodar (y de ahí la duración de la realización, tres meses, caso único para mí) y las tomas salían para Los Ángeles todos los días.
“Robinson Crusoe tuvo mucho éxito en casi todas partes. La película, cuyo coste no llegó a trescientos mil dólares, fue pasada varias veces en la Televisión americana. En medio de algunos recuerdos desagradables del rodaje —obligación de matar a un pequeño jabalí—, recuerdo la hazaña del nadador mexicano que franqueó las altas olas al principio de la película doblando a Robinson. Durante tres días al año en el mes de julio se alzan olas enormes en este lugar de la costa. Fue un habitante de un pequeño puerto, adiestrado en este ejercicio, quien las franqueó magníficamente.
“Por esta película… producida por Óscar Dancigers y que constituyó un éxito, cobré un total de diez mil dólares, suma más bien irrisoria. Pero nunca me han gustado las discusiones financieras, y no tenía agente ni abogado para defenderme. Enterados de mi salario, Pepper y Butler me ofrecieron el veinte por ciento de su porcentaje sobre los beneficios, pero lo rechacé. Nunca en la vida he discutido la cantidad que se me ofrecía por un contrato. Soy por completo incapaz de ello. Aceptaba o rehusaba, según los casos, pero jamás discutía. No creo haber hecho nunca por dinero una cosa indeseable. Puedo decir que lo que no haga por un dólar no lo hago por un millón de dólares.”.
|Rodada en 1952, registrada en 1954, Robinson Crusoe|:
“Muchos piensan que The Young One fue rodada en Carolina del Sur, en los Estados Unidos. Nada de eso. La película fue rodada íntegramente en México, en la región de Acapulco y en los estudios «Churubusco», en la ciudad de México. Pepper fue el productor. Butler escribió el guion. Los técnicos eran todos mexicanos, y los actores, norteamericanos, a excepción de Claudio Brook, que hacía el papel de pastor y hablaba un inglés perfecto. Volvería a estar con Claudio varias veces, en Simón del desierto, El Ángel exterminador, La Vía láctea.
“La actriz que hacía el papel de muchacha, de trece o catorce años, no poseía ninguna experiencia teatral ni talento alguno especial. Además, sus temibles padres no se separaban de ella ni un instante, obligándole a trabajar con plena entrega, a obedecer exactamente al director. A veces, lloraba. Es quizás a todas estas condiciones —a su inexperiencia, a su temor— a lo que debe su extraordinaria presencia en la película. Así ocurre a menudo con los niños. Los niños y los enanos han sido los mejores actores de mis películas…
“En el interior del sistema moral americano, perfectamente codificado para uso del cine, había siempre buenos y malos. The Young One pretendía reaccionar contra esta vieja actitud. El negro era bueno y malo, lo mismo que el blanco, que decía al negro, en el momento en que éste iba a ser ahorcado por una supuesta violación: «No puedo verte como un ser humano.»
“Este rechazo al maniqueísmo fue, probablemente, la razón principal del fracaso de la película. Estrenada en Nueva York en la Navidad de 1960, fue atacada desde todas partes. A decir verdad, la película no gustó a nadie, Un periódico de Harlem escribió, incluso, que habría que colgarme cabeza abajo de un farol de la Quinta Avenida. Reacciones violentas que me han perseguido toda la vida… Yo hice esta película con amor, pero no tuvo suerte. El sistema moral no podía aceptarla. Tampoco tuvo éxito en Europa, y hoy no se proyecta casi nunca.”.
|Escena inocentemente provocadora de La joven|:
13. Abismos de pasión (1954)
Buñuel sólo hace dos referencias a esta película basada en Cumbres borrascosas (asimismo llamada por el cineasta), de Emily Brontë. Una en relación a la muerte que conoció cuando niño: “En los entierros de la gente del pueblo, el féretro se colocaba frente a la puerta de la iglesia, abierta de par en par. Los curas cantaban y un vicario daba la vuelta al escuálido catafalco rociándolo de agua bendita y echaba una pala de ceniza en el pecho del muerto, después de levantar un instante el velo que lo cubría (en la escena final de Cumbres borrascosas se advierte una reminiscencia de esta ceremonia). La campana grande tocaba a muerto. En cuanto los hombres cogían el féretro para llevarlo en andas al cementerio, situado a unos centenares de metros del pueblo, empezaban a oírse los gritos de la madre: «¡Ay, hijo mío! ¡Qué sola me dejas! ¡Ya no volveré a verte!».
La segunda, más directa: “En 1930 había escrito con Pierre Unik un guion basado en el libro Cumbres borrascosas. Como todos los surrealistas, me sentía muy atraído por esta novela y quería hacer una película de ella. La ocasión se presentó en México en 1953. Volví a tomar el guion, ciertamente uno de los mejores que he tenido entre mis manos. Por desgracia, me vi obligado a aceptar los actores contratados por Óscar para una película musical, Jorge Mistral, Ernesto Alonso, una cantante y bailarina de rumbas, Lilia Prado para interpretar el papel de una muchacha romántica, y una actriz polaca, Irasema Dillian, que, pese a su aire eslavo, debía hacer de hermana de un mestizo mexicano. Prefiero no hablar de los problemas que tuve que resolver durante el rodaje, para un resultado sumamente discutible.”.
[Aquí va la escena final de Abismos de pasión / Cumbres borrascosas, donde el cineasta usa la intensa música de Tristán e Isolda: “He adorado a Wagner y me he servido de su música en varias películas, desde la primera (Un chien andalou) hasta la última (Ese oscuro objeto del deseo)”, olvidó en ese registro a Abismos de pasión, pues no fue de su agrado; aunque es una estupenda película y se le considera una adaptación mejor lograda que la de Hollywood|:
14. El río y la muerte (1954-1955)
“Rodé El río y la muerte, presentada en el festival de Venecia, inspirado en la facilidad con que puede uno asesinar a su prójimo, la película contenía gran número de asesinatos aparentemente fáciles e, incluso, gratuitos. A cada asesinato, el público de Venecia reía y gritaba: «¡Otro! ¡Otro!».
“Sin embargo, la mayoría de los sucesos que cuenta esta película son auténticos y pueden, de paso, permitir echar un interesante vistazo a este aspecto de las costumbres mexicanas. El uso frecuente de la pistola no es exclusivo de México. Se halla extendido por gran parte de América Latina… Se puede matar por un sí, por un no, por una mala mirada o, simplemente, «porque tenía ganas». Los periódicos mexicanos ofrecen todas las mañanas el relato de algunos sucesos que asombran siempre a los europeos. Por ejemplo,…: un hombre espera tranquilamente al autobús. «¿Llega a Chapultepec?» «Sí», responde el primero. «¿Y para ir a tal sitio?» «Sí», responde el otro. «¿Y para ir a San Ángel?» «Ah, no», responde el hombre interrogado. «Bueno —le dice el otro—, pues ahí tienes por los tres.» Y le mete tres balazos en el cuerpo, dejándole seco, como habría dicho Breton, un acto surrealista puro.
“O también…: un hombre entra en el número 39 de una calle y pregunta por el señor Sánchez. El portero le responde que no conoce a ningún señor Sánchez, que seguramente éste vive en el 41. El hombre va al 41 y pregunta por el señor Sánchez. El portero del 41 le responde que, sin duda alguna, Sánchez vive en el 39 y que el portero del primer inmueble se ha equivocado. El hombre vuelve al 39, llama al primer portero y le explica lo que pasa. El portero le ruega que espere un momento, pasa a otra habitación, regresa con un revólver y abate al visitante. Lo que más me asombró de esta historia fue el tono con que la contaba el periodista, como si diese la razón al portero. El titular decía: Lo mata por preguntón.
“Una de las escenas de la película recuerda una costumbre del estado de Guerrero, donde se lanza de vez en cuando una campaña de despistolización, después de la cual todo el mundo se apresura a repistolizarse. En esta escena, un hombre mata a otro hombre y huye. La familia del muerto recoge el cadáver y lo lleva de casa en casa para un adiós a los amigos, a los vecinos. Delante de cada puerta, se bebe, se intercambian abrazos, a veces se canta. La comitiva se detiene por fin un momento ante la casa del asesino, cuya puerta se mantiene obstinadamente cerrada, pese a las llamadas. El alcalde de un pueblo me dijo un día, como una cosa muy natural: «Cada domingo tiene su muertito.»
“Lo que no me gusta es la tesis que la película parece sostener, tesis que procede del libro que le sirvió de base [la novela Muro blanco en roca negra, de Miguel Álvarez Acosta[: «Instruyámonos, cultivémonos, hagámonos todos universitarios, y dejaremos de matarnos entre nosotros.» No lo creo.
“Con motivo de El río y la muerte quisiera evocar algunas anécdotas personales, en su mayor parte recuerdos de rodaje. Confesaré de paso que siempre me han gustado las armas, desde mi infancia. Hasta estos últimos años, en México llevaba siempre una encima. Pero debo precisar que nunca la utilicé contra mi prójimo. Además, como se habla a menudo del machismo mexicano, quizá no sea inútil recordar que esta actitud «viril», y, por consecuencia, la situación de la mujer en México, tienen un origen español que de nada sirve disimular. El machismo procede de un sentimiento muy fuerte y muy vanidoso de su dignidad de hombre. Es extremadamente quisquilloso, susceptible, y nada más peligroso que un mexicano, que te mira calmosamente y te dice con voz dulce, porque, por ejemplo, has rehusado beber con él un décimo vaso de tequila, esta frase siempre temible:
—Me está usted ofendiendo. En tal caso, más vale beber el décimo vaso.
“A estas manifestaciones de puro machismo mexicano se añaden a veces extraordinarios casos de justicia expeditiva. Daniel, que fue mi ayudante en Subida al cielo, me contó la historia siguiente: un domingo, sale de caza con siete u ocho amigos. A mediodía, se detienen a comer. De pronto, se ven rodeados por un grupo de hombres armados, a caballo, que les quitan las botas y las escopetas. Uno de los cazadores es amigo de un personaje importante de la región. Le cuentan el incidente. El personaje importante pide algunos detalles sobre los atacantes y añade:
—Tengo el honor de invitarles a tomar una copa el domingo.
“Acuden el domingo siguiente. El anfitrión les recibe amablemente, les ofrece café y licores y, luego, les pide que pasen a una estancia contigua. En ella, encuentran sus botas y sus escopetas. Los cazadores preguntan entonces quiénes eran sus agresores, si pueden verlos. El hombre les responde, sonriendo, que no vale la pena.
…
“Un asesino mexicano es evaluado por el número de vidas que debe. Se dice que debe tantas vidas. Se han conocido asesinos que debían hasta cien vidas. En tales casos, cuando les echa mano el jefe de Policía no se para en formalismos.
“Durante el rodaje de La mort en ce jardin, a orillas del lago de Catemaco, el jefe de la Policía local, que había limpiado vigorosamente la región, viendo que al actor francés George Marchal le gustaban las armas y el tiro, le invitó, como si de la cosa más natural se tratase, a una caza del hombre. Había que perseguir a un asesino muy conocido. Marchal rechazó, horrorizado, la invitación. Pocas horas después, vimos pasar de nuevo a los policías. El jefe nos comunicó negligentemente que el asunto había terminado bien.
“Un día, vi en un estudio de cine a un director bastante bueno que se llamaba Chano Urueta. Trabajaba llevando ostensiblemente un «Colt» en el cinto. Cuando le pregunté para qué podía servir aquel arma, me respondió:
—Nunca se sabe lo que puede pasar.
“Otra vez, para La vida criminal de Archibaldo de la Cruz, el Sindicato me obligó a grabar una música. Se presentaron treinta músicos en un auditorio y, como hacía mucho calor, se quitaron todos la chaqueta. Les aseguro que las tres cuartas partes de ellos llevaban un revólver metido en su funda sobaquera.
“Mi operador, Agustín Jiménez, se quejaba de la inseguridad de las carreteras mexicanas, sobre todo de noche. En aquella época, en los años cincuenta, se recomendaba no detenerse si, por ejemplo, se encontraba uno con un coche accidentado y unas personas haciendo señales. Se habían conocido varios casos, bastante raros, a decir verdad, de agresiones cometidas de este modo.
“En apoyo de sus manifestaciones, Jiménez añadió, hablando de su cuñado:
—La otra noche, volvía de Toluca a México —es una gran carretera muy frecuentada, casi una autopista—, cuando, de pronto, ve un coche en el arcén y unos tipos que le piden que pare. Naturalmente, aceleró. Al pasar, disparó cuatro veces. ¡Verdaderamente, es imposible circular de noche!
“Otro ejemplo, que podría llamarse «La ruleta mexicana». Vargas Vila, célebre novelista colombiano, llega a México hacia 1920. Es recibido por una veintena de intelectuales colombianos que le ofrecen un banquete. Al final de la comida, tras abundantes libaciones, observa que los mexicanos hablan en voz baja entre ellos. Tras lo cual, uno de ellos propone a Vila que salga de la sala.
“Lleno de curiosidad, pregunta qué están preparando. Uno de los intelectuales presentes saca entonces su revólver, levanta el percutor y explica:
—Mire. Este revólver está cargado. Vamos a tirarlo al aire. Caerá sobre la mesa. Puede que no pase nada. Puede también que, a consecuencia del golpe, se dispare una bala. [Recordemos que esta es una escena brutal en ¡Vámonos con Pancho Villa!, de Fernando de Fuentes[.
“Vargas Vila protestó vivamente, y el juego fue dejado para otra ocasión. Varios personajes conocidos han participado en este culto al arma de fuego que durante mucho tiempo ha caracterizado a México, el pintor Diego Rivera, por ejemplo, que disparó un día contra un camión, y el director cinematográfico Emilio «Indio» Fernández, que realizó María Candelaria y La perla, y a quien su afición al «Colt» del 45 llevó a la cárcel.
“Al regreso del festival de Cannes en que se había otorgado a una de sus películas el premio a la mejor fotografía (…Gabriel Figueroa, con el que yo he trabajado a menudo), recibe a cuatro periodistas en la inverosímil casa-castillo que se ha hecho construir en la ciudad de México. Se charla, los periodistas hablan del premio a la fotografía, él responde que se trata, en realidad, de un premio a la dirección, o de un gran premio. Como los periodistas se resistan a creerle, él insiste y, finalmente, les dice:
—Un instante, voy a buscar los documentos.
“En cuanto sale de la habitación, un periodista avisado dice a los otros que, sin duda alguna, Fernández ha ido a buscar, no su diploma, sino su revólver. Se levantan y huyen precipitadamente, pero no con suficiente rapidez, pues el director dispara desde una ventana del primer piso y hiere a uno de ellos en el pecho.
“La historia de la «ruleta mexicana» me fue contada por uno de los más grandes escritores mexicanos, Alfonso Reyes, a quien veía con frecuencia en París y en España. Me dijo también que, un día, a principios de los años veinte, fue al despacho de Vasconcelos, a la sazón secretario de Estado para la Instrucción Pública, y charló con él unos minutos —siempre sobre las costumbres mexicanas— antes de concluir:
—Creo que, menos tú y yo, todo el mundo lleva aquí un revólver.
—Habla por ti —le respondió Vasconcelos, mostrándole un «45» que llevaba oculto bajo la chaqueta.
“La más bella de estas historias, a la que encuentro una dimensión rara, me fue contada por el pintor Siqueiros. Presenta, hacia el final de la revolución, a dos oficiales que son viejos amigos, que han estudiado juntos en la Academia Militar, pero que han combatido en bandos opuestos (los de Obregón y Villa, por ejemplo). Uno es prisionero del otro y debe ser fusilado por él. (Solamente se fusilaba a los oficiales, y se indultaba a los simples soldados, si consentían en gritar «viva», seguido del nombre del general vencedor.)
“Al anochecer, el oficial vencedor hace salir de su celda al prisionero y le invita a beber en su mesa. Los dos hombres se abrazan y se sientan uno frente a otro. Están abatidos. Hablan, con voz temblorosa, de sus recuerdos de juventud, de su amistad y del implacable destino que obliga a uno a convertirse en verdugo del otro.
—¿Quién hubiera dicho que un día tendría yo que fusilarte? —comenta uno.
—Cumple con tu deber —le responde el otro—. No tienes más remedio. Siguen bebiendo, acaban embriagándose y, al final, dominado por el horror de la situación, el prisionero dice a su amigo:
—Escucha, amigo: concédeme un último favor. Preferiría que me matases tú mismo.
“Entonces, con lágrimas en los ojos, sin levantarse de la mesa, el oficial vencedor saca su revólver y cumple el deseo de su viejo camarada.”. Recordemos también que esta historia está contada por Emilio Fernández en su conmovedora película, Un día de vida.
[Dos pequeños clips de El río y la muerte, para finalizar esta larga pero sabrosa jornada[:
Héctor Palacio en X: @NietzscheAristo