Después de publicar la columna anterior, me llegaron infinidad de comentarios, todo en forma confidencial, por lo cual agradezco en mucho la confianza, sus historias de vida compartidas me hicieron llorar, pensar, analizar; y me llevaron al pasado: “Solo el que trae el morral, sabe lo que trae cargando”…
El apego inseguro o llamado Apego Evitativo, en la psicología, es una “dolencia” que a últimas fechas vemos cada vez con mayor frecuencia, para colmo, con este ritmo de vida vertiginoso que llevamos y aunado a la creciente relación de humanos solo a través de teléfonos y redes sociales, donde hasta las palabras están siendo sustituidas por emojis, nos da para pensar mucho.
En la columna pasada, también hablábamos de la mina de oro que han encontrado algunos vividores en las plataformas digitales, lejos de ayuda, acrecientan las inseguridades que venimos cargando desde nuestras pequeñas infancias, la comodidad de volver desechables y sustituibles incluso a las personas, ¿de verdad nos hacen sentir mejores?
Hablar de las inseguridades que en la adultez vamos cargando a cuestas y nuestra férrea negatividad para acercarnos a profesionales de la salud mental, son un binomio peligroso, cuando de relaciones amorosas hablamos.
Aún hay quienes tenemos la esperanza de encontrar a una pareja con quien disfrutar el resto de nuestra vida, o al menos unos momentos de apacible y cómoda felicidad, pero con tristeza encontramos que cada día parece más complicado o más bien, nosotros vamos complicando más cada paso en cuanto se trata de compartir sentimientos.
Los doctores en psicología nos dicen que este padecimiento no es algo nuevo y que dependerá de cada ser humano la decisión de reaprender a manejar sus sentimientos o quedarse como dicen algunos: “MEJOR SOLO QUE MAL ACOMPAÑADO”.
Buscando, hurgando en las experiencias que comparten diferentes psicólogos especialistas, trataré de compartir MI OPINIÓN, ojo, esta es una columna de opinión, y mucho de lo que aquí comparto, es en parte mi experiencia, pues si, al igual que muchos de ustedes me considero una niña que sufrió la herida de rechazo, las circunstancias de mi familia no fueron las óptimas, por ende no estoy culpando a nadie, pero si me di a la tarea de buscar sanar en lo mayor posible, pues quienes más sufrimos somos quienes hemos padecido de pequeños…
Normalmente los estilos de apego se aprenden en la infancia temprana, nosotros los humanos, nacemos, venimos de alguna manera programados para buscar vínculos, para buscar apegos, el sistema límbico en nuestro cerebro está construido a través de generaciones y evolución de miles de años para construir vínculos emocionales, todo ello buscando la supervivencia de la especie, para poder tener la capacidad de conseguir primero que nos cuiden y después cuidar logrando así la cadena que nos trajo a donde estamos hoy.
Entonces desde el vientre materno nos percatamos y al nacer buscamos afanosamente asirnos al pecho de nuestra madre, buscando este vínculo de cercanía, de esta manera y al paso de los días y meses vamos desarrollando una serie de estrategias, aun siendo solo bebés, algunos aseguran que desde que en el vientre nos percatamos de lo que nuestra madre siente, come, bebe, adolece…
Las llamadas estrategias de personalidad que vamos cultivando depende el entorno y padres o cuidadores que nos tocaron en suerte, primero al nacer nos hicieron llorar para despejar nuestras vías respiratorias, pero al paso de los días aprendemos de forma innata que al llorar nos comunicamos y el adulto en cuestión estará al pendiente de nosotros, eso en teoría, es aquí donde el infante al no sentir ese cuidado “natural”, comenzará a desarrollar otras estrategias buscando protegerse, aunque en esos momentos no sepa de qué… luego eso que quedó aprendido en el subconsciente serán las herramientas que siendo adultos desplegaremos como sistema de defensa, en relación a nuestros sentimientos.
De niños aprendemos a sonreír, y en retribución tenemos mimos de propios y extraños, también aprendemos que al hacer pucheros o berrinches llamamos la atención del cuidador, para bien o para mal… la prueba y error va formando al ser humano, casi siempre encaminado a “que nos quieran”, a caer bien para lograr beneficios…
Para un bebe o un niño pequeño saber que lo quieren, lo único que dice es que podrá sobrevivir y podrá crecer, la felicidad de satisfacer mi hambre, o el cuidado de cambio de pañal que no lastime marcará un mal o buen momento, todo acompañado de la voz dulce y amable, o el abandono y regaños o reproches que sólo distinguiré por el tono de voz, así aprende a diferenciar la dulzura y la furia o enojo; de ahí el entorno y la compañía es la que decidirá qué clase de infante será…
En teoría la madre o el adulto que me cuide me tendrá que cuidar y abastecer de lo indispensable para que yo pueda crecer, esto incluirá cariño y amor, atención y cuidados esenciales y complejos, es de sobra decir que si fui un bebe deseado y programado, como se hace ahora, los padres estarán al cuidado de mi pequeño cuerpo desde antes de dar a luz, atendiendo mi alimentación desde que soy un simple embrión en crecimiento, cosa contraria a si soy un bebe no deseado o producto de un infortunio, teniendo como premisa que la ciencia ha descubierto que el nonato percibe los sentimientos de la madre a través de las sustancias que viajan por el torrente sanguíneo y alimentan al pequeño cuerpo, podemos entender que desde el vientre materno el pequeño ser, se da cuenta lo que le espera, ¿podrá entonces desde ese momento comenzar a formar una coraza que lo proteja de lo que percibe como malo, si podemos llamarlo de esta manera?
Cuando nacemos y somos pequeños vamos aprendiendo ciertas estrategias para llamar la atención de quienes nos proveen de atenciones… De ahí que las suegras y abuelas de antaño decían: “déjalo, lo vas a malcriar”, Cuando los mimos rebasaban desde su entender, el cuidado indispensable…
¿Pero qué pasaba cuando ocurría lo contrario; cuando al pequeño se le dejaba a su suerte, llorando, con pañal sucio, sin comer o beber? De esa misma manera también aprendimos… Si al ser pequeño y tener hambre recurríamos a nuestro adulto cuidador pidiendo algo y lo único que encontrábamos era un gesto de disgusto, un maltrato verbal e incluso un golpe, acompañados de gritos y reproches; ¿Qué aprendía el pequeño ser? ¡Exacto! ¡A callarse y no molestar a mamá o a papá! Este sentimiento; ¿a dónde creemos que se fue a alojar, desapareció por arte de magia? ¡NO! Agazapado está en nuestro subconsciente y saldrá siempre que encontremos algo que asemeje al sentimiento que experimentamos cuando al ser pequeños infantes fuimos maltratados…
Al crecer, con las estrategias ya aprendidas, fuimos reestructurándolas y al mismo tiempo añadiendo algunas más en cada relación que a lo largo de nuestra existencia fuimos experimentando y acumulando, sobre todo con relaciones muy cercanas, sean amorosas o solamente de amistad…
¿Quién no recuerda a los amigos de la escuela y el sentido de posesión qué algunos experimentaban? Aquello de: “si eres mi amigo no le hables a fulanito de tal, o no le invites a ella si me invitas a mi…” ¿De dónde creemos que llegaron esos sentimientos de querer ser solo el centro de atención y como fuimos desarrollando planes para que nadie ganara nuestro lugar? Lo mismo ocurrió en la secundaria, y a donde fuéramos… pero lo peor se vio llegar al tener nuestra primera relación sentimental… ¡Demonios, nadie nos dijo que el amor duele!
¿Realmente duele amar, o es la única manera que nos enseñaron y de tanto escuchar nos creímos esa patraña?
No se trata de poner etiquetas a las diferentes formas de sentir, solo quizá sería analizar los diferentes tipos de recursos que adquirimos a lo largo de nuestra vida para solucionar un conflicto de sentimientos…
Pero, regresando a los infantes que sufrieron demasiado rechazo, ¿tenemos el mismo almacén de recursos emocionales que otro niño que fue tratado con todo el cariño y cuidado, que se dieron incluso el tiempo para hacerle ver las diferencias entre lo que podía y no permitir a cambio de cariño y atención? ¡Obviamente, NO!
Un pequeño que reclama atención o llora por hambre y en respuesta recibe un regaño, gritos y golpes, aprenderá a “aguantarse” y si de paso le gritan: ¡No llores, me harta que seas chillón, no te soporto cuando lloras! Lo que hará es guardar sus sentimientos para no hacer enojar, se aguantará su hambre para no recibir un golpe, y en el caso de los varones es peor… Porque aquello de que: ¡No llores, pareces nena!, dicho sea de paso con palabras altisonantes… Todo le hará entender que “debe” guardar sus sentimientos y no mostrarlos para no parecer débil…
Al paso de los años y ya en una relación, este pequeño ser que ya creció, encuentra una mujer o un hombre del cual se enamora… y cómo aprendió a ser el mejor para poder disfrutar el amor de su interés, al inicio dará todo de sí para que le acepten… pero… en algún momento esto cansa y la otra persona pedirá atenciones y palabras, muestras de afecto cotidiano: recordemos que este pequeño o pequeña vive en un cuerpo adulto, pero en relación a sus sentimientos, cuando percibe lo mismo que en su infancia, de inmediato se “regresa” , por decirlo de una manera… y lo que mejor le sale será EVITAR la confrontación… de ahí en psicología le dan el nombre de APEGO EVITATIVO.
Por qué este ser te ama, pero no aprendió a manifestarlo de la misma manera que tú, y los reproches o gritos, lejos de ayudar empeoran la situación, súmale a que no sabes qué número de relación lleva en este mismo patrón de conducta, si es algo recurrente será peor, para una persona que acarrea una herida de rechazo, será más fácil huir, aislarse y buscar a otra persona que no exija mucho y repetirá su mantra favorito, “Estoy acostumbrado (a) a estar solo (a)…” Muchas veces buscando autoconvencerse mientras sufre una herida más de abandono…
¿Hay “cura” para este tipo de heridas, puede un adulto reencaminar su forma de sentir?
Los expertos nos dicen que sí, pero dependerá en gran medida de buscar ayuda profesional y sobre todo entender que no es buscando culpables sino buscando respuestas, que se puede aprender a identificar los sentimientos y se puede detener la huida, el apoyo de la pareja será una gran ayuda, pero lo primordial será que quien sufre la herida, la acepte, paso seguido busque identificar los detonadores, hacer equipo con su pareja y terapeuta para buscar sanar… Sí, aunque suene cursi para algunos, la única forma de sanar las heridas de abandono será con amor, confianza y apoyo profesional.