El fracaso de la votación de la reforma eléctrica el pasado domingo no debe entenderse únicamente como un varapalo legislativo, sino como un descalabro político de la mayor importancia para el partido oficial. Con apenas 275 votos a favor, AMLO y Morena se quedaron lejos de alcanzar la mayoría calificada en la Cámara de Diputados.

La oposición, a saber, el PRI, PAN, PRD y MC, unidos en una coalición legislativa raramente vista durante la presente administración, asestó un durísimo golpe a la 4T con sus 223 votos, dejando al presidente y al partido oficial en una situación política asaz vergonzosa.

El fracaso de AMLO y Morena  no debe ser interpretado únicamente como un triunfo de la coalición opositora, sino también, como un revés político del presidente y del partido oficial. En este contexto, si algo caracterizó al PRI de otros tiempos fue la extraordinaria capacidad de forjar acuerdos con los partidos de oposición.

En tiempos recientes, el gobierno de Enrique Peña, a través de sus operadores políticos, fue capaz de alcanzar los apoyos cupulares del PRD y del PAN para consolidar las reformas estructurales contenidas en los objetivos del Pacto por México, mismo que conduciría a la promulgación de de más de una decena de reformas constitucionales; entre ellas la educativa, la fiscal y la energética, entre otras. En el caso de algunas, contó con los votos del PAN (la energética) mientras que en otras con los del PRD (la fiscal).

Esta habilidad política para formar coaliciones con la oposición ha sido perdida con Morena. Los nuevos priistas (nadie en su sano juicio podría argüir que Morena no es la herencia  del PRD y del PRI del siglo XX) son, por el contrario, incapaces de construir una estrategia política que permita alcanzar acuerdos legislativos, y con ello, la aprobación de reformas que requieren las dos terceras parte de las Cámaras.

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Por el contrario, Morena se ciñe al ejercicio de su propia mayoría, en concierto con sus partidos satélites, renunciando a la búsqueda del diálogo y a la negociación.

En suma, a pesar de ser el heredero del PRI del siglo XX (aquel anclado en los tiempos del nacionalismo revolucionario cuyos ideales poco encajan con la realidad nacional de hoy) Morena no sabe hacer política. Adolece, por tanto, de la ausencia de habilidades para dialogar más allá de sus siglas partidistas y de sus aliados; quizá derivado de la inexistencia de un pragmatismo político, de la ceguera ideológica, del liderazgo unipersonal de un caudillo o por estar basado en pensamientos desfasados. Ello refleja, en consecuencia, que Morena no ha sido capaz de emular los éxitos legislativos del PRI. Morena no heredó, tal vez, lo mejor que tenía el PRI: la capacidad política para articular consensos con la oposición. Lo celebro.

José Miguel Calderón en Twitter: @JosMiguelCalde4